La Mansión de la Lujuria [04]
Capítulo 04.
La Leyenda Val Kavian.
A Mailén no le gustaba tener que recurrir a una bruja para solucionar los problemas familiares; pero luego de la crisis de pánico de Lilén, supo que debía hacerlo. Tiene que comunicarse con esa mujer llamada Narcisa, aunque el trayecto sea muy difícil.
Pensó en pedirle a Catriel que la acompañara, pero lo descartó cuando se dio cuenta de que ante cada mirada extraña por parte de Guillermo o Mauricio harían que su hermano se pusiera colérico. Prefería dejarlo fuera de este asunto, además él tiene cosas más importantes que hacer. La restauración de la mansión depende principalmente de él y de su trabajo.
Después del incidente nocturno, su tía Soraya llenó la casa con crucifijos improvisados. Los armó con cualquier cosa que tuviera a mano: ramas, patas de sillas viejas, palos de escoba, incluso armó uno con un tenedor y una cuchara. Caminar por la mansión parecía como estar dentro de un videojuego de terror. A Mailén le recordó su (terrorífica) experiencia con Resident Evil 7. Desde ese día no volvió a tocar un videojuego de terror. Aunque no pudo evitar jugar ese hasta el final. A pesar del miedo, se sintió atraída hacia él, como una polilla a la luz. Y lo mismo le estaba ocurriendo con el monte. Sentía que la llamaba, que debía ir, que debía hacerle frente a sus miedos.
Llegó a la casa de Guillermo Garay alrededor de las dos y media de la tarde. Le resultó extraño no poder avisar con un mensaje de texto antes de ir, pero la gente del Pombero no tenía celulares, quizás porque la internet no llegaba hasta allí o por mera costumbre.
El hombre rubio de bigotes abrió la puerta y la saludó con una afable sonrisa, a Mailén le recordó a un Ned Flanders medio libidinoso, porque una vez más le clavó los ojos en el escote. En esta ocasión ella había optado por una calza negra que se adhería muy bien a su cuerpo, así que también tuvo que aguantar que el tipo le mirase el culo al dejarla entrar. Mientras tanto ella misma se decía mentalmente: “No voy a vestirme como monja solo porque un pajero me mire el culo”. Era una de las frases que solía repetirle a su tía Soraya, cada vez que ella le hacía un comentario sobre su forma de vestir.
No le extrañó ver que Mauricio Celatti también estaba allí, seguramente estos dos amigos son inseparables. Mauricio se tomó la libertad de posar una mano en la parte baja de la espalda de Mailén, muy cerca del culo. Otra actitud que a ella le molestó mucho, pero decidió ignorarla porque necesitaba la ayuda de estos pueblerinos.
—Estoy lista para ir hasta la casa de la bruja… digo, de Narcisa. —Como respuesta recibió sonrisas condescendientes—. ¿Dije algo malo?
—No, malo no —respondió Guillermo—. Ya es tarde para ir hasta la casa de Narcisa.
—Pero… si ni siquiera son las tres.
—Es un trayecto largo —comentó Mauricio—. Si salimos ahora, a la vuelta nos agarraría la noche en el medio del monte… y eso no es recomendable.
Mailén se puso pálida, se le subieron los ovarios a la garganta. Por nada del mundo quería estar en la espesura durante la noche.
—Para poder hacer el viaje de ida y vuelta, por un terreno tan difícil, tendríamos que salir temprano a la mañana. Con las primeras luces del día.
Guillermo parecía estar hablándole con franqueza. Mailén se lamentó por haber perdido la oportunidad de contactar con Narcisa. «¿Y ahora qué hago?», pensó. No quería volver a su casa con las manos vacías. De pronto se le ocurrió una idea, estos tipos llevaban viviendo en El Pombero durante toda su vida. Seguramente podrían proveerle información.
—¿Qué saben de la mansión Val Kavian? —Les preguntó.
Los dos tipos intercambiaron miradas, como si ella hubiera tocado un tema tabú.
—Mmm… no sabemos demasiado —contestó Mauricio—. ¿Qué querés saber?
—Cualquier cosa, lo que sea. No conozco prácticamente nada de la historia de la mansión, ni del pueblo.
—Muy bien… tomá asiento —la invitó Guillermo.
Mailén se acercó a una silla que estaba contra la pared y todo pasó muy rápido. En el momento en que ella estaba inclinándose, para apoyar su retaguardia, Mauricio también hizo el mismo movimiento, apuntando a la misma silla. Sus caderas chocaron y como ella es más liviana, y además no estaba preparada para semejante impacto, cayó hacia un lado… justo sobre una maceta. Si esa maceta hubiera tenido un helecho, la situación hubiera sido divertida… y Guillermo tendría un helecho menos. Sin embargo, para el enorme pesar de Mailén, lo que sus nalgas encontraron fue un cactus.
El agudo e intenso dolor que sintió en todo el culo solo se comparó con lo que sintió aquella vez que, intentando reparar una heladera, recibió una fuerte descarga eléctrica. Se levantó de un salto y profirió un grito de dolor. A pesar de su rápida reacción, fue demasiado tarde. Las espinas del cactus la habían pinchado por toda la zona de las nalgas.
—¡¡Ay… ay… ayayayayayay!!…. —Mailén comenzó a dar saltitos e intentó apartar las espinas con manotazos, hasta que Guillermo y Mauricio la detuvieron. Uno de ellos le dijo:
—Si hacés eso es peor, las vas a clavar más. Son espinas muy chiquitas, quedaron pegadas en el pantalón.
—Ay… ¿y qué hago? ¿qué hago? Ay… me duele mucho…
Se sentía una estúpida. Mailén tenía poca tolerancia a la humillación. Dentro de sus más grandes odios están el pensamiento mágico (tan amado por su familia), y ser humillada; quedar como una boluda. Se ve a sí misma como una mujer inteligente, de carácter fuerte y capaz. Por eso detesta tanto ser vista como la idiota que se sentó arriba del cactus… y frente a dos desconocidos.
—Sacate el pantalón —le dijo Guillermo.
Ella lo miró a los ojos como si estuviera diciendo: «Este tipo es estúpido? ¿Acaso piensa que me voy a sacar el pantalón frente a él?» Pero… le ardía demasiado. Solo quería terminar con ese suplicio. Totalmente en contra de su dignidad, Mailén se bajó el pantalón, exponiendo sus blancas y redondas nalgas ante estos dos sujetos que apenas conocía.
Cuando pasó una mano por su nalga derecha, volvió a gritar de dolor.
—¡No hagas eso! —Le sugirió Mauricio—. Es peor. Hay que sacar las espinas.
Mailén dio un rápido vistazo al cactus que tanto dolor le había provocado. Era redondo como una pelota, y tenía varias pelotitas pequeñas adheridas a él. No era esos cactus con espinas largas como agujas de coser. Eso sí que hubiera sido realmente doloroso. Las espinas eran blancas y tan diminutas que parecían pelos.
—¡Ay, no… no…! Me quiero morir… duele mucho… ay… ¿qué hago? ¿qué hago?
—Calmate, nena —dijo Guillermo, sujetándola del brazo—. Si te ponés histérica es peor —el hombre le hablaba con firmeza, pero sin sonar agresivo. Esto hizo que Mailén se tranquilizara apenas un poco, al menos para poder respirar—. Tenemos que sacar las espinas. De lo contrario va a ser peor, se te va a irritar todo. No es difícil hacerlo, pero va a requerir de paciencia.
Mailén entendió lo que el hombre le estaba proponiendo y se sintió aún más miserable. No podía negarse. Aunque la idea le pareciera espantosa, no tenía otra alternativa. Las nalgas le ardían mucho.
—Vení para acá… —Mauricio le señaló una cama.
Hasta ese momento Mailén no había reparado en que la casa era un monoambiente, donde la cocina, el comedor y el dormitorio eran una misma cosa. Mauricio se sentó en el borde lateral de la cama y Guillermo lo hizo junto a él. Mailén los miró como si no entendiera lo que debía hacer a continuación… hasta que Guillermo se dio dos palmadas en la pierna, indicándole que ese era su lugar.
«Ay, la puta que me parió, no puede ser…», pensó ella, aterrada.
La humillación no hacía más que crecer. Se acercó a los hombres y se acostó boca abajo en sus piernas. Su culo quedó justo donde estaba Guillermo, y tuvo que apoyar la cabeza en las piernas de Mauricio.
—Las espinas ni siquiera se ven —comentó Guillermo. Pasó la mano por la cola de Mailén con mucha suavidad hasta que ella soltó un grito de dolor—. Ok, acá hay algunas… che, Mauricio… pasame el alicate que hay en mi mesita de luz, la voy a necesitar.
Valiéndose del alicate a modo de pinza, comenzó a retirar las espinas. Mailén quería hacer un pozo y enterrarse para no salir nunca más. Pensó en su tanga. Si se hubiera puesto una más “normal” parecería un bikini, y no estaría tan preocupada. Sin embargo se le ocurrió usar una diminuta tanga de encaje que dejaba sus nalgas expuestas por completo… y para colmo…
«Ay, no… se me debe transparentar todo».
Mailén estaba en lo cierto, al menos en parte. Mientras retiraba las espinas minuciosamente, Guillermo podía deleitarse con la vulva apretada en esa tela de encaje. Por los pequeños agujeritos podía verse la piel de la concha debajo. Era fácil imaginarse el panorama completo.
Para mantener la cabeza ocupada en otra cosa Mailén recordó la pregunta que había hecho antes del incidente.
—¿Qué pueden contarme de la mansión?
—Ah, cierto… ya me había olvidado de eso —bromeó Mauricio—. ¿No querés que lo hablemos después?
—No, prefiero hacerlo ahora… para pensar en otra cosa.
—Muy bien… aunque nosotros no somos ningunos eruditos. Lo que sabemos es que la mansión fue construida por una familia de húngaros: los Val Kavian. No tengo idea de por qué eligieron un lugar tan remoto.
—Porque querían formar una empresa maderera —comentó Guillermo.
Volvió a acariciar las nalgas de Mailén hasta que encontró más espinas. A ella no le gustaba este método, en especial por el toqueteo; pero no dijo nada. No se le ocurría otra forma de localizar esas diminutas espinas.
—Ah, sí… es que tenían varias empresas en mente. Hasta escuché que quisieron hacer una productora de cine. Sé que llegaron acá más o menos en 1850. El pueblito se construyó para que sus criados y empleados tuvieran un lugar donde vivir.
—¿Saben algo de la familia? ¿Quiénes eran sus integrantes? ¡Auch!
—Perdón… intento hacerlo lo más suave posible —aseguró Guillermo.
«Y también intentás tocar lo más posible», pensó Mailén. Los dedos del bigotudo se movían rápido, pero no perdían la oportunidad para rozar uno de sus labios vaginales, que ya suficiente tenían los pobres con estar tan apretados por la tanga.
—Mmm… los dueños originales de la mansión eran Alexis Val Kavian y Gianina Sardelli.
—Eso tengo que anotarlo… —Mailén estiró el brazo para agarrar su mochila, extrajo el cuaderno y escribió los nombres—. ¿Algo más que puedas decirme de ellos?
—Em… estaban casados, como ya te imaginarás. Eran católicos. Tenían cuatro hijos.
—Tres —corrigió Guillermo.
—Ah, sí… tres. Lucio, Irma y… ¿cómo se llamaba la otra chica?
—Anastacia.
—Esa misma. Ellos deberían tener más o menos tu edad cuando se mudaron a la mansión. Sabemos que no eran muy sociables, porque al principio les costaba el idioma. Aún así la gente del pueblo les tenía mucho cariño, hasta que…
—¿Qué? ¿Qué pasó después? —Preguntó Mailén con genuino interés.
—Empezaron a circular rumores extraños —comentó Guillermo—, y eso hizo que la gente del pueblo ya no viera a los Val Kavian de la misma forma.
— ¿Qué tipo de rumores?
—Uff… pasaron muchos años de eso, y la gente se inventa cualquier cosa con los años. Doña Alberti se la pasa diciendo que los Val Kavian eran vampiros. ¿Te imaginás? Una ridiculez.
—Interesante… ¿quién es Doña Alberti?
—Norma Alberti, vive acá cerca… a cuatro casas. Igual no te creas esos rumores. La vieja está medio chiflada. Y dudo mucho que los problemas con los Val Kavian hayan tenido que ver con vampiros.
— ¿Y qué hipótesis tenés?
—Hipótesis… que palabra tan rara —Mauricio se rió por lo bajo—. Em, eso ya es información privilegiada. Creo que ya te contamos suficiente.
—Yo creo que me contaron muy poco.
—Me parece que no conocés a la gente de pueblo, Mailén —dijo Guillermo, mientras acariciaba una vez más sus nalgas—. No nos gusta contarle demasiado a los desconocidos. Te sugiero que no insistas mucho con la gente de por acá, porque solo vas a lograr que dejen de hablarte.
Tomó nota mental de eso. Si quería conseguir información debía hacerlo con tacto.
Ahora que la mente de Mailén trabajaba con más calma, se preguntó si todo el asunto del cactus fue una treta bien elaborada por Mauricio y Guillermo para tenerla en esta posición. No podía probarlo, pero tenía fuertes sospechas de que así era. Le habían agarrado de boluda, y ella cayó en la trampa de lleno. Para colmo ya era tarde para evitar las consecuencias. Necesitaba que esos tipos quitaran las espinas de cactus lo antes posible. El ardor se estaba volviendo insoportable.
—¿Algo más que puedan decirme de la mansión? Y no pregunto por los Val Kavian, sino por la casa. Sé que una vez funcionó un convento ahí…
—Ah, sí… eso fue en los 60’ —respondió Mauricio—. No duró demasiado. Poca gente se acuerda de eso. Si le preguntás a la gente local la mayoría relaciona la mansión Val Kavian con un burdel que funcionó unos años después. Tampoco duró mucho, pero causó un gran impacto en el pueblo.
—Un burdel, ¿eh? Eso lo explica… —dijo Mailén, mientras tomaba notas.
—¿Qué explica? —Preguntó Guillermo.
—Nada… em… —No quería hablar de lo que encontraron en la habitación once. Mailén pensó rápido—. Me refiero al rechazo. La gente del Pombero no ve con buenos ojos la mansión. Debe ser por eso.
—Así es —asintió Mauricio—. Mucha gente protestó cuando se instaló “esa casa del pecado”, como solían llamarla por acá. Y las protestas fueron tantas que unos años más tarde el burdel cerró. Desde entonces la mansión estuvo abandonada… hasta ahora, claro.
—O sea que, en rasgos generales, primero la habitaron los Val Kavian. Después hubo un convento y por último un burdel. ¿Es así?
—Sí, más o menos así —aseguró Guillermo—. Aunque entre medio de todo eso también hubo años de abandono. La mansión pasó más tiempo deshabitada que con gente.
— ¿Por qué se fueron los Val Kavian?
— ¿Y quién dijo que se fueron? —Dijo Mauricio—. Todavía están acá.
—¿Ah sí? ¿Queda algún heredero? ¿Y no reclamó la mansión?
—No me refiero a eso. ¿No viste el cementerio que hay detrás de la mansión? Ahí están todos los Val Kavian.
—¿Cementerio? —A pesar de que no cree en fantasmas, se le puso la piel de gallina… o quizás fue porque justo en ese momento Guillermo le acarició los labios vaginales con su pulgar—. No vi ningún cementerio.
—Con toda la maleza que creció probablemente ya no se vea —aseguró Guillermo—. Estaba como a quinientos metros de la mansión, quizás más. Pero ahí es donde fueron a parar todos los Val Kavian.
— ¿Y se puede saber por qué?
—Eso también es información privilegiada, chiquita —Guillermo aprovechó una vez más para acariciarle la concha. En un intento por recabar más información, Mailén paró la cola y separó ligeramente las piernas, casi como si estuviera invitándolo a tocar. Invitación que el bigotudo aceptó. Pasó sus dedos por allí dos o tres veces—. Ya no veo espinas por esta zona…
—Dale, algo más tienen que decirme. ¿Qué pasó con los Val Kavian? ¿Hubo alguna epidemia o algo así? Porque los hijos deberían estar vivos ahora… tendrían que tener unos… em… setenta u ochenta años.
—Ninguno llegó a vivir tanto —dijo Mauricio—. Pero no vamos a contarte más. Es de mala suerte hablar de los muertos. En especial si se trata de los Val Kavian.
Para quitar las espinas que estaban muy cerca de la vulva, Guillermo se tomó la libertad de posar dos dedos sobre la concha de Mailén. La tela de la tanga aún la protegía; pero el contacto era casi directo. Podía sentir esos dedos moviéndose lentamente, como si quisieran recorrer cada milímetro de su sexo.
Con gran incomodidad, Mailén notó como su concha comenzaba a humedecerse. No podía evitarlo, era una reacción fisiológica. Su vagina estaba reaccionando a los estímulos de la forma en que debía hacerlo. No era su culpa.
—Vamos a aclarar algo, Mailén —dijo Mauricio—. Preferimos cobrar antes de que hagamos el viaje hasta la casa de la bruja.
—La plata no es problema…
—Acá sí que lo es —comentó Guillermo—. En el Pombero la gente no suele aceptar dinero. Somos gente sencilla, vivimos de la caza, de la pesca, y de lo que podamos conseguir a cambio de favores.
—Exacto. Deberías pensar en algún favor que podés hacernos para pagar el viaje.
Mailén se preguntó de qué estarían hablando exactamente y se quedó petrificada cuando Mauricio sacó su miembro del pantalón. «Ay, no puede ser… la puta madre». En ese momento entendió todo.
Mauricio acarició la mejilla de Mailén con la punta de su verga. Ella se puso muy tensa; entendió el mensaje a la perfección.
—Así es —Pudo escuchar la risita de Guillermo—. Nosotros nos dedicamos a guiar gente por el monte, es nuestro trabajo. No podemos hacerlo gratis. Y es un viaje largo, por un terreno muy complicado. No hay caminos hasta la casa de la bruja.
—Eso nos obliga a ponerle un alto precio al trabajo —la verga de Mauricio volvió a recorrer la mejilla.
No era la primera vez que le pedían “favores sexuales” a cambio de algo. Esta situación le trajo a Mailén incómodos recuerdos de la vez que se propuso reparar la radio antigua de su abuela Cándida. Se trataba de un modelo poco común que debía tener al menos sesenta años. Conseguir repuestos parecía imposible, hasta que dio con un acumulador de piezas electrónicas. El tipo la hizo pasar a su casa y le mostró todos sus “tesoros”, la mayoría eran pura chatarra. Sin embargo había piezas que despertaron un genuino interés en Mailén, como heladeras muy viejas, televisores de tubo o una auténtica rockola de la década de los cincuenta. Por supuesto, el hombre tenía las piezas necesarias para la reparación de la radio. Cuando Mailén preguntó el precio, el tipo sacó del pantalón su gran verga venosa, la sacudió ante la bella joven y le dijo: «No me interesa el dinero. Si me la chupás, te las podés llevar gratis». Mailén le dijo que podía meterse las piezas en el orto. Buscaría otro lugar donde conseguirlas.
La ira en su interior no hacía más que crecer cada vez que Mauricio le acariciaba la mejilla con la punta de la verga. «¿Por qué estoy haciendo esto? —Se preguntó Mailén—. ¿Acaso es tan importante? Yo no creo en maldiciones ni fantasmas. Eso es problema de mi familia. Si no podemos contactar con la bruja, entonces tendrán que aprender a superar sus miedos».
—Dependerá de ella —comentó Guillermo, mientras le acariciaba la concha por encima de la tanga—. ¿Qué está dispuesta a hacer a cambio de ese favor?
Mauricio pasó su verga por los labios de Mailén. A pesar de las indirectas en sus palabras, esto era una propuesta indecente en toda regla. El corazón de Mailén comenzó a latir con fuerza, por la rabia. Estuvo a punto de mandar a la mierda a los dos tipos, cuando escuchó a Mauricio diciendo:
—Debería tomar en cuenta que no abundan los guías que estén tan familiarizados con esta zona como nosotros.
El cerebro de Mailén se apagó, para dar paso a una actitud que la avergonzaba. Abrió la boca y permitió que la verga entrara.
«¿Qué hacés, boluda? ¿Qué hacés?», se dijo mentalmente. Aún así, no se detuvo.
Guillermo atenazó su vulva con ambas manos, sintió como la concha se le mojaba (aún más que antes).
Movió la cabeza de arriba hacia abajo, repetidas veces, y la pija de Mauricio se fue poniendo dura. Le sorprendió el tamaño. Cuando el miembro alcanzó la erección, Mailén descubrió que le costaba tragarlo completo. En realidad, ni intentó hacerlo. Podía meter en su boca un poco más de la mitad, y esto tendría que bastar.
Después de estar chupando durante unos segundos entendió que no bastaría con chupársela solamente a Mauricio. Guillermo también iba a querer su parte. Además ya estaba un poco harta de los toqueteos del rubio, le había quedado claro que el tipo ya no buscaba espinas de cactus, solo la estaba manoseando.
Se puso de rodilla e inmediatamente Guillermo liberó su verga. Era muy parecida a la de su amigo. Se la ofreció y ella dudó unos segundos antes de metérsela en la boca. La chupó un rato y luego volvió a la otra. El corazón le latía tan rápido que por un momento creyó que se iba a desmayar.
«¿Qué te está pasando, Mailén? —pensó—. ¿Cómo le vas a chupar la pija a los dos? ¿Te volviste loca?»
Había visto algunos videos porno de chicas chupando dos vergas a la vez. Le resultaban curiosos especialmente aquellos de categoría “amateur”. Es decir, no se trataba de actrices porno que, por contrato, chupaban más de una verga. No, estas eran chicas que se grabaron haciéndolo por puro gusto. Mujeres como ella, que quizás iban a la universidad o tenían trabajos normales y vidas normales; pero que en algún momento decidieron que era buena idea chuparle la pija a dos hombres al mismo tiempo.
No terminaba de comprender como una mujer se animaría a hacer semejante cosa. Jamás se imaginó que ella se encontraría en esa misma situación. Sin siquiera planearlo, estaba de rodillas ante dos tipos que apenas conocía, y les estaba comiendo la verga. Lo más extraño de este asunto es lo fácil que le resultaba realizar esta tarea. Era como si su mente hubiera escapado a otro lugar, dejando solo cuerpo… y sus más básicos instintos sexuales.
Antes pensaba que una chica debía practicar para poder realizar una tarea como ésta. Ahora entendía que no era necesario practicar nada. Bastaba con abrir la boca, meter la verga, lamerla y succionarla un poco… y luego repetir la acción con la otra. Así, dedicando un rato a cada una, podía mantener a los dos tipos satisfechos. Lo que sí le costaba un poco era mantener las manos en movimiento. Masturbar una verga mientras chupaba la otra sí requería un punto extra de coordinación. Pero después de pasar un par de minutos haciéndolo, encontró el ritmo.
Los tipos la alentaron a seguir mamando. Le pasaron las vergas por la cara y presionaron su cabeza hacia abajo, obligándola a tragar un poco más que antes. Mailén sintió que se ahogaría con semejantes vergas; pero sin saber cómo, pudo lidiar con ellas. Eso sí, en el proceso debía dejar salir un montón de saliva de su boca. Se imaginó que debía lucir como esas putas de los videos porno. Incluso los ojos le lagrimeaban, no porque estuviera llorando, sino por el esfuerzo que requería meter semejantes falos hasta el fondo de su boca.
Al parecer hizo un excelente trabajo, porque apenas unos minutos más tarde su cara quedó cubierta con abundantes líneas de semen que se entrecruzaban. Mientras los dos tipos eyaculaban, ella tuvo que seguir chupándoles las vergas, lo que la obligó a tragar una buena cantidad de semen. No era la primera vez que debía tragar este líquido espeso y blancuzco, y por eso no sintió asco. Solo sintió la humillación de estar siendo usada como punto de descarga para semen.
—Vamos a ver si quedó alguna espina escondida por ahí —dijo Guillermo.
Hizo que Mailén se acercara a la mesa, donde ella apoyó sus manos, y comenzó a tocarle el culo sin ningún tipo de disimulo. Mauricio se unió a la tarea, presionó las nalgas y acaricio los labios vaginales. Mailén sabía que la búsqueda de espinas no era la prioridad, lo estaban haciendo para seguir divirtiéndose con ella. Se vio incapaz de reaccionar, tenía el pulso muy acelerado y la cara aún cubierta de semen. Ni siquiera atinó a limpiarse.
Ya había llegado muy lejos, no quería arruinar la chance de viajar hasta la casa de Narcisa solo porque le molestaba que la tocaran. Estos tipos sabían que tenían una clara ventaja sobre ella, y la estaban aprovechando. Para colmo su sexo reaccionaba ante los toqueteos haciendo que sus rodillas se tambaleen.
Mailén quería huir de allí, llegar a su casa, encerrarse en su habitación y hacerse una tremenda paja para aliviar todas estas emociones.
—Parece que está todo bien —comentó Mauricio.
Ella se preguntó si estos dos sujetos intentarían llegar más lejos, quizás despojándola de la tanga. Sin embargo, le dieron una tregua. Le devolvieron su pantalón, ya sin esas malditas espinas de cactus, y le permitieron lavarse la cara en el baño. Cuando volvió al comedor los dos la miraron con una sonrisa bonachona.
—Bueno, ya está todo acordado —dijo Guillermo—. Cuando quieras hacer el viaje, avisanos el día anterior. Acordate que tenemos que salir temprano.
—Así es —comentó Mauricio—. Y no te olvides de llevar agua y algo para comer. Del resto nos encargamos nosotros.
Mailén se limitó a asentir en silencio. Le daba mucha vergüenza mirarlos a los ojos. Aún no podía creer que les hubiera chupado la verga y que se hubiera dejado manosear de esa forma.
Se despidió sin decirles nada. En el camino de regreso, además de sentirse culpable por su comportamiento, tuvo tiempo para darse cuenta de que ésto era sólo el principio. Aún quedaba la parte más difícil. El viaje por el monte no sería nada fácil.
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Tal y como lo había previsto, Mailén pasó las siguientes dos horas encerrada en su cuarto masturbándose. No lo hizo todo el tiempo, de forma consecutiva. Sino más bien fueron pequeños episodios de una masturbación sumamente enérgica, y luego se detenía a tomar aire y a reflexionar sobre lo que había hecho.
Quería entender por qué se había comportado de esa manera, pero al mismo tiempo traer esto de vuelta a su mente era un proceso doloroso. Decidió dejarlo para otro momento, para poder pensar con la cabeza fría.
Esa misma noche se reunió con su familia para cenar. Catriel enumeró las tareas que habían realizado y las que requerían atención con más urgencia.
—Hay un agujero bastante grande en el techo —comentó—. Si no lo arreglamos pronto, en la próxima lluvia podríamos tener grandes problemas. Quizás necesitemos ayuda de algunos de los pueblerinos.
—Vos estuviste toda la tarde en el pueblo, Mailén —dijo Rebeca—. ¿Conociste a alguien que pueda ayudarnos con esto?
—Em… quizás —no sabía si sería buena idea contratar a Guillermo y a Mauricio para que ayuden con el techo; pero no conocía a nadie más—. Habría que preguntar si alguien tiene conocimientos de albañilería.
— ¿Y qué hiciste toda la tarde en el pueblo? —Preguntó Inara.
—Averigué algunas cosas —respondió Mailén, como restándole interés—. Nada muy importante. Me contaron que los Val Kavian vinieron de Hungría, obviamente eran una familia acaudalada y querían empezar distintas empresas en Argentina. Pero por alguna razón, murieron todos. No me dijeron por qué. Solamente mencionaron que ahora están todos en el cementerio, detrás de la mansión.
Mailén notó que todas las caras presentes se ponían pálidas.
—¿Hay un cementerio detrás de la casa? —Preguntó Lilén, claramente asustada.
—Tiene sentido —dijo Soraya—. Las familias de ricos suelen construir sus propios cementerios. Pero… no vi ninguna tumba.
—Es que está como a unos quinientos metros de acá —aclaró Mailén—. Con la maleza debe ser imposible de ver.
—¿Esto podría explicar las presencias que notamos en la casa? —Preguntó Inara, poniendo aún más en alerta a los presentes. La única que no mostró signos de preocupación fue Mailén.
—No lo sé… quizás —Respondió Rebeca.
—De ser así, tenemos que encontrarlo.
—¿Y de qué puede servir eso, Catriel? —Preguntó Mailén—. Es un cementerio abandonado.
—Justamente por eso —dijo Soraya—. Suele decirse que las tumbas en mal estado, y los cementerios abandonados, perturban a los muertos.
—Ay, la puta madre… —chilló Lilén, le agarró la mano a su hermana gemela.
—Sí, yo también escuché esas historias —aseguró Catriel—. Por eso propongo buscarlo y restaurarlo.
—Ni loca me pongo a trabajar en un cementerio. No, no… ni hablar. —Inara negó con la cabeza mientras hablaba y Lilén asintió todo el tiempo, mostrando que estaba de acuerdo con su hermana.
—No podemos dejarlo en abandonado —dijo Rebeca—. Si existe la posibilidad de que estemos conviviendo con espíritus perturbados, entonces deben provenir de ese cementerio.
Mailén puso los ojos en blanco, prefirió no hacer ningún comentario al respecto. No tenía ganas de discutir con su familia. Lo único que dijo fue:
—Ustedes se encargan del cementerio. Yo me ocupo de localizar a la bruja.
—Muy bien —aceptó Soraya—. Mañana mismo empezamos la búsqueda. Yo te ayudo, Catriel. Las gemelas se pueden quedar limpiando la casa, todavía hay mucho trabajo por delante.
Inara y Lilén estuvieron de acuerdo. Limpiar era mucho mejor que lidiar con tumbas y maleza.
—Y yo me encargo de buscar más provisiones en el pueblo —aseguró Rebeca—. Así me gusta, familia. Trabajemos juntos y de a poco vamos a resolver todos nuestros problemas.
Mailén se preguntó si no estaba haciendo demasiados sacrificios para ayudar a su familia a cazar fantasmas. Bien podría estar invirtiendo su tiempo en algo más práctico. Pero… ya había llegado demasiado lejos. El monte la esperaba. Aunque la idea no sea de su agrado, debía localizar a esa maldita bruja.
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