La Mansión de la Lujuria [12]

Capítulo 12.

Espíritus de Lujuria.

La cafetería era pequeña, pero acogedora. Rebeca pensó que era un excelente lugar para pasar unos minutos al día, charlando con amigos. Las paredes eran de ladrillo rústico y todos los muebles recordaban a la época colonial. En especial las arañas de madera que colgaban del techo. Habían sido actualizadas con luces led amarillentas con forma de gota invertida. Eso daba la sensación de que eran velas ardiendo, iluminando el lugar.

Sara eligió sentarse en un sillón esquinero y le pidió a Rebeca que se pusiera junto a ella. Desde ese rincón podían ver todo el local. Todo parecía marchar bien hasta que la moza lo atendió. Era una chica joven, de apariencia normal, pero que con maquillaje podría ser muy bonita. A Rebeca le pareció que esta muchacha fue algo brusca al tomarles el pedido, y que Sara se comportó demasiado melosa con la veterana pelirroja que la acompañaba. Incluso llegó a acariciarle las piernas en lo que Rebeca consideró un exceso de confianza.

—Cuando nos traiga el café, meteme la mano entre las piernas.

—¿Qué? ¿Estás loca?

—Te lo pido como un favor, a cambio del viaje en lancha. Hace poco estuve saliendo con esa chica. Se llama Julieta. —a Rebeca le impactó que Sara le confesara de forma tan casual sus inclinaciones lésbicas. Como si supiera lo que la pelirroja pensaba, añadió—. No le cuentes a nadie en el pueblo. En el Pombero las tortilleras no están bien vistas. Aunque acá, en la ciudad, todo vale. Se ve que Julieta empezó a trabajar en esta cafetería hace poco. Te juro que no sabía que la íbamos a encontrar acá. —Rebeca no creyó en esas palabras. Estaba convencida de que Sara lo había planeado todo—. Es una chica divina, aunque está un poquito loca.

—¿Por eso cortaron?

—No, no… me gustan las locas. —Sara mostró una sonrisa libidinosa—. Lo que pasa es que me cogí a su hermana. Y… em… a su mamá.

—¿A las dos?

—A las dos a la vez… hicimos un trío. Fue… una hermosa locura.

El corazón de Rebeca dio un vuelco. Sara estuvo involucrada en una situación lésbico-incestuosa. Le pareció delirante que se lo contara con tanta soltura. Como si fueran viejas amigas. Eso le encantó a Rebeca.

—¡Wow! Tener sexo con una madre y su hija a la vez… eso debe ser como el santo grial de las fantasías lésbicas.

—Lo es. —Sara chilló de alegría—. Y es maravilloso. Fue una de las mejores experiencias sexuales de mi vida. Aunque… bueno, a Julieta no le gustó un carajo. Cuando se enteró, se puso muy mal.

—Claro, ella no participó.

—Y no sé si lo hubiera hecho. Digamos, esto se dio así gracias a Gaby, la hermana de Julieta. Ella es más… ¿cómo decirlo? Libertina. Gaby fue la que propuso el encuentro con su madre. Y creo que eso fue lo que más le molestó a Julieta. Se ve que no es la primera vez que la hermana se acuesta con una de sus parejas, porque me dijo: “Esta hija de puta siempre me hace lo mismo”.

—Oh, pobrecita.

—En fin, la flaquita me dejó y…

—Querés ponerla celosa.

—¿Te molesta?

—No, yo también fui joven. Con el tiempo entendí que este comportamiento es un tanto estúpido; pero eso es algo que tenés que descubrir por vos misma. No tengo intenciones de adoctrinarte.

—Me parece bien. Quizás algún día lo vea así —Sara no apartó la mirada de las caderas de la moza, que ahora les daba la espalda—. Ahora solo quiero que se muera de envidia al verme con una mujer tan hermosa como vos.

Rebeca se ruborizó con ese halago. Notó que Sara hablaba en serio, realmente la consideraba hermosa. Cuando la moza se acercó con los cafés, se apresuró a meter la mano por debajo del vestido amarillo de Sara. Ese vestido tan poco discreto, no solo por su color, sino también por lo ajustado y lo corto que es. Sara soltó una risita picarona y miró a Rebeca como si fueran viejas amantes. La pelirroja quiso recompensarla dándole a la moza algo para ponerse realmente celosa. Sara no tenía ropa interior y eso lo podría comprobar cualquiera que estuviera de pie frente a la mesa. A la moza se le puso la cara de todos los colores cuando vio los dedos de Rebeca hundiéndose en la concha de Sara. Fue una penetración muy sencilla, por alguna razón Sara estaba muy húmeda y los dos dedos de Rebeca entraron con gran facilidad. Las dos ignoraron a la moza, actuaron como si ella no estuviera allí. Sara decidió ir más lejos, tomó la cara de la pelirroja entre sus manos, y la besó. Fue un beso suave, sensual y cargado de pasión. Rebeca permitió que la lengua de Sara entrara a buscar la suya y movió los dedos de su mano, masturbándola sin disimulo.

Escuchó que las tazas se depositaban sobre la mesa con cierta brusquedad. Al volver a mirar notó que algo de café se había derramado.

Minutos más tarde, cuando abandonaron la cafetería, Rebeca se arrepintió de lo que había hecho. Vio a Julieta sentada detrás del mostrador, llorando desconsolada. Solo pretendía ponerla celosa, no quería hacerla sufrir. Pero ya era demasiado tarde para pedir perdón. El daño ya estaba hecho.


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El siguiente destino del improvisado paseo por la ciudad fue una tienda de comestibles varios. Un mini-mercado similar al del padre de Sara; pero mejor surtido.

Manuel, el dueño del mercadito, antes de que entraran Sara y Rebeca estaba perdido en sus pensamientos. Algo lo tenía muy preocupado. Quería convencerse a sí mismo que todo fue por culpa de una serie de equivocaciones. Simples malentendidos. Él no sabía qué clase de discoteca era Afrodita. Entró porque estaba buscando un lugar agradable donde divertirse y conocer gente. Estaba harto de pasar interminables horas solo, atendiendo su negocio. Necesitaba intimar con alguien. Aunque fuera de forma casual. Entró buscando sexo rápido… y en cierta forma, lo encontró.

La primera señal de que podía tratarse de una discoteca gay la tuvo cuando vio a la tercera pareja de mujeres besándose… y luego a dos hombres. Estaba acostumbrado a ver mujeres besándose en una discoteca; pero no tantas en tan poco tiempo. Y los hombres por lo general evitan darse besos en público, a menos que… se sientan cómodos con el ambiente. Si se quedó fue porque vio a dos preciosas chicas comiéndose la boca y de pronto una de ellas se dio vuelta y besó al tipo que tenía detrás. “”Epa… y si yo consigo eso?” pensó, con la testosterona al máximo.

Manuel sabe que no tiene nada especial, no es un adonis; pero tampoco es de mal ver. Un chico común, sencillo. Alguien que pasaría desapercibido en un lugar como éste. Charló con algunas chicas, pero todas se apartaron de él en cuanto se dieron cuenta de que era un heterosexual intentando encontrar dos lesbianas para que le cumplan la fantasía. Lo miraban con asco y se alejaban, advirtiéndole a las demás “Cuidado con este pajerito, que cree que acá se viene a buscar conchas gratis”. Esos comentarios lo humillaron tanto que tuvo que alejarse de la zona principal. Se fue al fondo, a un área más oscura donde sonaba una música más lúgubre, no tan festiva. Se quedó allí tomando un trago junto a la barra, arrepintiéndose de haber entrado solo. Tenía la leche acumulándose en sus huevos y no sabía qué hacer. Hasta que un flaco se le acercó y sin ningún tipo de introducción le dijo: “Papi, si querés vamos al sector VIP y te chupo la pija”.

Se sobresaltó. Nunca antes un hombre se le había insinuado de forma tan directa. El flaco era de buen ver, pero también alguien de quien probablemente nadie se acordaría al otro día. “Ahí no nos va a ver nadie”, dijo el flaco, como si entendiera las dudas de Manuel.

Y Manuel lo acompañó. Más tarde se arrepentiría. Entró con el flaco a un apartado rodeado de cortinas rojas. Era como un vestidor con tres sillones y una mesa ratona. Era cierto, allí nadie podría verlos. Eso relajó mucho a Manuel. El flaco ya se había pedido un champagne y un par de copas que los aguardaban ahí. Brindaron y la incomodidad de Manuel volvió a crecer. Estaba demasiado cerca de recurrir a un hombre para sacarse las ganas. Había llegado al fondo de su desesperación luego de cuatro años sin tener relaciones sexuales con nadie.

—Te la voy a comer toda, papi —le dijo el flaco, guiñándole un ojo.

Manuel sonrió, inquieto. Solo quería que lo ayudaran a eyacular. Luego se iría a su casa. Sin embargo, el flaco tenía otros planes. Sacó la verga de su pantalón y le dijo:

—Arrancá vos. Después voy yo.

Manuel se quedó duro como la piedra. El pene flácido del flaco estaba amenazando su masculinidad. Y además era más grande que el suyo.

—Dale, si total acá nadie nos ve —insistió.

Manuel aún no sabe por qué lo hizo. Por qué bajó la cabeza y se metió la verga de ese flaco dentro de la boca. Quizás tuviera que ver que ese acto quedaría en el anonimato más absoluto.

La chupó hasta que se puso dura y cuando creyó que ya había llegado su turno, el flaco le dijo:

—Seguí, seguí… un poquito más.

Manuel se arrodilló frente a él y empezó a darle una mamada tan buena como la que él mismo quería recibir. Nunca antes había chupado una verga y se sorprendió de lo instintivo que podía ser este acto.

—Ahora sí, sacate el pantalón.

Manuel se lo quitó completo, quedando desnudo de la cintura para abajo. El flaco se puso de pie y se paró detrás de él.

—Qué lindo culo que tenés, loquito. Altas nalgas.

Sobre la mesa había un pequeño sachet de lubricante. El flaco lo rompió y cubrió su miembro con ese gel transparente. Metió la verga entre las nalgas de Manuel y empujó para adentro.

Manuel se quedó atónito, con las manos apoyadas en el sillón. ¿Acababan de meterle una pija por el culo? Mientras asimilaba esta información, la verga fue entrando más y más. Le dolió, porque era virgen de ahí atrás; pero también hubo un click en su cerebro, una reacción extrañamente placentera, embriagadora. Su mente le pidió que huyera, porque él no era ningún maricón; pero su cuerpo le dijo que se quedara, que eso no estaba tan mal. Hasta podía resultar agradable.

En el mercadito Rebeca vio que el dueño, sentado en un taburete detrás del mostrador, tenía una marcada erección. Manuel notó la mirada de la pelirroja en su bulto y se avergonzó. Ella creyó que se le había puesto dura al admirar las torneadas piernas de Sara bajo ese corto vestido. Y ayudó mucho el momento en que la chica se inclinó hacia adelante para elegir unas frutas. Ahí se pudo ver una pequeña porción de sus labios vaginales al desnudo. Rebeca sonrió, no podía culpar al muchacho por tener una erección ante semejante belleza. Sin embargo la vergüenza de Manuel se debía al verdadero motivo. La tenía dura por recordar cómo ese flaco le dio por el culo en el apartado VIP de Afrodita.

No debió dejarse. No debió mancillar su masculinidad de esa forma. “¿Por qué carajo me dejé dar por el culo?” Se preguntó un montón de veces desde ese suceso. Y se dejó dar con todo. El flaco fue enérgico. Le partió el orto a pijazos, sin clemencia. Le dio unas embestidas tan duras que lo hicieron delirar de placer. De puro placer homosexual.

“Le chupé la pija y dejé que me diera por el culo”, pensaba mientras respondía de forma automática las preguntas de la pelirroja. En otra circunstancias se hubiera alegrado de tener a esas dos hermosas mujeres en su mercadito. Hubiera intentado sacarles conversación. Pero ahora solo quería que se vayan. Que lo dejaran solo con sus pensamientos.

“¿Te gusta, putito? ¿Te gusta?”, le decía el flaco mientras le daba por el orto. Y sí, le estaba gustando, aunque no se animó a decirlo.

La verga estuvo a punto de reventarle dentro del pantalón cuando Sara se agachó, mostrando aún más de sus labios vaginales. Esta vez sí fue ella la culpable. Rebeca sonrió y lo miró con gesto maternal.

—No te hagas ilusiones —le dijo—. Es lesbiana.

—Ah, ¿perdón?

Manuel parpadeó rápido, como quien se despierta de golpe de un profundo sueño. Bajó la mirada avergonzado y se encontró con una carpa entre sus pantalones. Eso lo puso aún peor. Aunque prefirió que la pelirroja creyera que su erección se debía a esa bonita joven de vestido amarillo, y no a un flaco que le rompió el culo a pijazos en una discoteca.

—No te preocupes —le dijo Rebeca, como restándole importancia—. Sara es una chica linda, es lógico que reacciones así.

Y Manuel solo podía pensar en cómo esa verga entró una y otra vez en su culo. Una y otra vez. Y en el momento en que entró el otro tipo. Uno más alto que el primero, de piel olivácea. Era un poco más atractivo que el flaco, pero ninguno de los dos ganaría un concurso de belleza.

“Hey, mirá… te dije que acá es fácil encontrar putitos que se dejan dar por el orto bien fácil”, dijo el flaco al morocho. “Buen culo, ¿le entra fácil?”, quiso saber el morocho. “No tanto, lo tiene bien apretadito. Mirá, probá…”

Manuel aún se arrepiente de no haber puesto un alto a esa situación absurda. Quiso explicar que todo se trataba de un malentendido, que él no es gay. Pero no pudo. Cuando el morocho sacó la verga, se quedó atónito. Era aún más gruesa que la del flaco, bien venosa e imponente. Por un instante, solo por un instante, quiso tenerla bien metida en el orto. No supo de dónde salió este deseo. Simplemente se manifestó en él el tiempo suficiente como para que el morocho se acomodara en el lugar del flaco y lo penetrara. Cuando la pija entró, le dolió. Ese dolor agudo lo hizo bajar a tierra otra vez. “¿Qué estás haciendo, Manuelito? Vos no sos puto ¿Qué hacés”. Aún así, ninguno de los reproches que se hizo le sirvió de nada. Apoyó las rodillas en el sofá y dejó las piernas bien levantas, haciendo incluso más fácil la tarea para el morocho. “Gozá, putito… gozá”, dijo este, y los dos se rieron. Ahí Manuel entendió que ninguno de ellos era gay. En realidad solo estaban buscando sexo fácil, como él. Alguien a quien meterle la pija un rato. Y habían llegado a la conclusión que hacerlo con un tipo, en esa discoteca, era más fácil que con una mujer. Él cayó en esa trampa, sin siquiera sospecharlo. Se le invirtieron los papeles. Creyó que tendría sexo con un puto, y ahora el puto era él.

Cuando su culo se acostumbró a la verga del morocho, el placer fue absoluto. Ni todos sus prejuicios sexuales pudieron convencerlo de huir. Era una delicia. Quería más. En un acto humillante se acostó boca arriba en el sillón, con la espalda en el respaldar y las piernas levantadas, como si fuera una mujer entregándose a su viril amante. El morocho le clavó la pija en el culo otra vez y el flaco le dijo: “Toma, putita… chupá”... y Manuel chupó. Se la tragó con ganas. Su propio pene estaba duro y se sacudía con cada embestida del varonil morocho. Ese miembro venoso entraba y salía de su culo con gran facilidad.

Y sí, cuando veía a esa hermosa chica de vestido amarillo, quería meterle la pija entre esos delicados labios vaginales. Quería disfrutarla al máximo. Pero también quería masturbarse mientras pensaba en los dos tipos que le rompieron el orto en Afrodita.

El momento que más dudas le genera a nivel sexual es el final. Porque cuando el flaco acabó en su boca él no hizo ningún intento por apartarse. Se tomó toda la lechita. Y el placer que esto le produjo, sumado a las penetraciones anales, lo hicieron acabar. Nunca antes había eyaculado sin tocarse la verga, ni siquiera tuvo que masturbarse. Su miembro explotó y comenzó a soltar todo el semen acumulado. Fue el mejor orgasmo de su vida. Luego se arrodilló para atragantarse con la verga del morocho y tomarse toda la leche que él tenía para darle.

Las dos bellas mujeres abandonaron el mercadito, llevando varios productos. Sabía que por lo bajo comentarían su erección, pero no le importó. Probablemente no volvería a verlas nunca más. Corrió hacia el fondo, y en el depósito comenzó a pajearse pensando en esos dos amantes viriles que conoció en Afrodita.


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—Tu vestido está causando un gran impacto —le dijo Rebeca, mientras volvían al puerto con las bolsas cargadas de productos.

—No me lo puse para que se le pare la pija al dueño del mercadito. Quería llevarte a pasear a otro lado.

—¿Adónde?

—Es muy temprano. Y también es tarde para volver —dijo mirando al cielo.

—Todavía queda algo de luz.

—Sí, pero nos va a agarrar la noche en el río. Eso es peligroso, ya te lo dije. ¿Por qué no buscamos un lugar para pasar por la noche? Conozco un hotel muy lindo, a buen precio.

Rebeca evaluó la situación. No podía llamar a su familia para avisarles que se quedaría a pasar la noche allí; pero les había dicho que iría al mercado del pueblo. Si alguien preguntaba por ella, Ciro les diría que fue con su hija a la ciudad y les explicaría que a Sara no le gusta viajar de noche. Por lo que no tendrían que preocuparse.

—Está bien. Vamos al hotel.

—Antes deberíamos comprar un vestido para vos. Uno sexy.

—¿Como el tuyo?

—Algo así… pero en rojo. A vos el rojo te debe quedar espectacular.


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Cuarenta minutos más tarde entraron a la habitación del hotel. Ya habían hecho la reserva por una noche y tenían el vestido de Rebeca. Se bañaron juntas, por petición de Sara. A Rebeca le resultó muy sensual el contacto del cuerpo desnudo de esa joven, y el agua refrescante cubriendo sus cuerpos. No le molestó que Sara aprovechara para manosearla. Le metió los dedos en la concha y le chupó las tetas con sensualidad.

Luego se tendieron en la cama y pasó lo que Rebeca ya había anticipado. Sara se lanzó a comerle la concha. La pelirroja sabía que esto era inevitable. Simplemente pasaría, por eso abrió las piernas incluso antes de que Sara hiciera el primer movimiento. Prácticamente fue ella quien la invitó.

Sara la demostró que tenía un gran talento para el sexo oral, era mucho mejor que Maylén. La diferencia era tan notoria que en pocos segundos Rebeca comenzó a gemir de placer e incentivó a Sara para que se la chupara con más ganas.

Perdió la noción del tiempo. Estuvo disfrutando de esa experta lengua tanto como su joven amante quiso.

Después de ese largo rato, Sara se colocó encima de Rebeca. Su concha quedó a escasos centímetros de la boca de la pelirroja.

—Chupala —le ordenó.

Esta situación trajo una fuerte sensación de deja vu a Rebeca. Recordó la perfecta vagina de Clarisa, la mejor amiga de Maylén. La tuvo así de cerca y la petición fue similar. Fue durante una de las tantas sesiones de pintura que tuvieron juntas, poco después de que Clarisa le practicara sexo oral a Rebeca. La pelirroja estaba sumamente excitada, esa chica tenía un gran talento para el sexo. “Si no me la chupás —le había dicho—, no te dejo seguir pintando mi cuerpo”. Rebeca supuso que ese era el plan de Clarisa desde el comienzo. Por eso accedió de tan buena gana a posar como modelo. Así pensaba cobrarle por sus servicios.

—Yo no chupo conchas, mamita —le dijo a Sara lo mismo que le respondió a Clarisa—. No es lo mío. Aunque… podemos llegar a un acuerdo.

Con Clarisa ese acuerdo consistió en seguir usándola como modelo y que ya no volviera a tener sexo con Maylén. Ahora, frente a Sara, Rebeca se dio cuenta de lo mucho que había cambiado su vida desde que llegó a mansión Val Kavian.

—¿Ah si? ¿Y cuál sería ese acuerdo? —Preguntó Sara.

—Quiero que te acuestes con mi hija, Maylén.

Sara sonrió.

—¿Lo decís en serio?

—Sí. Quiero que tengas sexo con ella. Y lo van a hacer en la mansión, ahí nadie va a poder verlas. ¿Estás de acuerdo?

—¡Claro! Maylén es preciosa. Me encantaría acostarme con ella, pero… ¿va a querer?

—Estoy segura de que sí. A Maylén le gustan las mujeres casi tanto como a vos.

—Uhmmm interesante. ¿Así que también es medio tortillera? Uf, acepto. Salgo ganando en todo. Vos me la chupás, y después me la chupa tu preciosa hija.

—Entonces tenemos un trato —dijo Rebeca, con una gran sonrisa.

Aún no le agradaban las tendencias lésbicas de Maylén ni le hacía mucha gracia tener que chupar una concha. Culpó por esto a los espíritus que habitan su casa. Si ellos no necesitaran tantos ritos sexuales, nunca hubiera accedido a esto. Por suerte las chicas no necesitaban saber que formaban parte de un rito. Según Narcisa bastaba con tener sexo dentro de la casa, las runas se encargarían del resto.

Rebeca es consciente de que a su hija Maylén le encantaría saber si ella chupó alguna vez una concha. Sonrió al imaginar qué cara pondría Maylén si supiera que se la chupó a Clarisa, su mejor amiga… y que esa no fue su primera concha. Ni la última… porque ahora tenía los perfectos gajos vaginales de Sara al alcance de su boca. Los lamió lentamente, tal y como hizo con Clarisa, para ponerse a tono. Además para Rebeca el sexo es algo que debe hacerse con suavidad, con calma, de a poco. La sensualidad es fundamental. Es la única forma en que puede entender un acto sexual: como un tributo a la sensualidad. De lo contrario lo considera obsceno e innecesario.

Hoy pensaba rendirle tributo, no solo a la sensualidad, sino también a los espíritus que habitan su casa. ¿Ellos entenderían estando tan lejos? Mientras recorría la vagina de Sara con su lengua se dijo que debía preguntarle eso a la bruja. Pero Rebeca creía que sí, tenía la teoría de que al menos uno de esos espíritus se había instalado en su cuerpo. La había poseído en cierta manera. De otra forma no podía explicar su repentina adicción al morbo. Le había encantado que Lilén le chupara la concha… dos veces, y disfrutó un montón cuando Maylén lo hizo. Y para colmo, ahora estaba gozando de la concha de Sara. Ya había empezado a chuparla con énfasis, intentando meter su lengua hasta el fondo del agujero, con los labios de su boca muy pegados a los de la vagina. Estaba disfrutando mucho… ella, que repudia el sexo lésbico. Todo eso solo se puede explicar de una forma: Un espíritu lujurioso poseyó su cuerpo. Está segura de que la bruja tendrá la misma opinión. Pero eso lo hablará en otro momento, ahora necesita aplacar ese maldito espíritu libidinoso, ya puede sentir cómo arde en su interior.

—Si te la voy a chupar —le dijo a Sara—, quiero hacerlo mientras vos me la chupás a mí.

A la joven Sara le pareció una idea magnífica. Se dio vuelta y quedó acostada sobre Rebeca, en sentido inverso. Las dos mujeres se prendieron a la concha de la otra y pasaron un largo rato en esa posición, brindándose placer. Calentando la noche a fuego lento.


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Afrodita le pareció espectacular. Desde afuera no era un edificio tan imponente, solo era llamativo el cartel con luces led que informaba que allí funcionaba una discoteca. Sin embargo, al entrar se encontró con un lugar precioso que irradiaba sensualidad en cada uno de sus detalles. Desde el diseño de los taburetes y las barras de bebidas, hasta la elección de luces en la pista. Todas eran de colores cálidos, sensuales: rojo, violeta, rosa. Había muchas mujeres. Demasiadas. Eso le dio a Rebeca la primera pista: “Es una discoteca lésbica”. No le molestó, y eso la sorprendió. Se dijo que después de lo que había hecho con Sara en la habitación del hotel, no le importaba estar en una discoteca lésbica. Tampoco le molestó que Sara le diera un apasionado beso mientras le apretaba con fuerzas las nalgas. Rebeca respondió de la misma manera. Se metieron la lengua hasta el fondo de la garganta.

Rebeca sabía que el acto lésbico del hotel había despertado el espíritu libidinoso y que una simple chupada de concha no sería suficiente para aplacarlo. Estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para conseguirlo. Para eso necesitaba que Sara se mantuviera tan excitada como ella. Cuando dejaron de besarse, comenzaron a caminar hacia una de las barras y Rebeca aprovechó para meter la mano por debajo del vestido amarillo de Sara. Introdujo dos dedos en su concha. Sara hizo lo mismo. El vestido rojo de Rebeca era prácticamente idéntico en diseño, y ninguna de las dos tenía ropa interior. A Sara le encantó descubrir lo mojada que estaba la concha de Rebeca.

La primera hora la pasaron tomando tragos cerca de la barra, mirando como la discoteca se iba llenando de a poco. El gentío les permitió volver a besarse y a tocarse debajo del vestido. Recibieron varias miradas curiosas, pero había tantas mujeres haciendo más o menos lo mismo que daba un poquito igual. Ellas eran un espectáculo momentáneo. Luego las miradas buscaban a la siguiente parejita libidinosa.

Cuando terminaron de besarse vieron paradas junto a ellas a un muchacho de buen cuerpo y piel olivácea. Tenía anteojos oscuros, a pesar de estar dentro de una discoteca. A Rebeca le pareció un poquito pesado al principio, pero de a poco le fue resultando divertida la forma en la que el tipo intentaba coquetear con ambas a la vez. Sara le siguió el juego, Rebeca se limitó a responder con monosílabos.

Al ver que Sara parecía muy entusiasmada por divertirse, el tipo hizo una propuesta.

—Quiere que lo acompañemos al sector VIP —le dijo Sara a Rebeca, hablándole al oído—. Ya te imaginarás para qué quiere que vayamos.

—¿Vos querés ir?

—¿Por qué no? Mirá lo que es el tipo… está bueno.

—Pensé que te gustaban las mujeres.

—Y así es… pero no le digo que no a una buena pija, al menos de vez en cuando. Dale, Rebeca. Vinimos a romper la noche.

Rebeca terminó su trago de una sola vez y dijo:

—Vamos. Pero no te garantizo que haga nada.

—No me importa si te quedás mirando. Solo quiero que vengas conmigo.


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Al entrar en el apartado VIP Sara chilló de emoción. Rebeca se quedó espantada y estuvo a punto de dar media vuelta y salir de allí corriendo, pero su bella acompañante la sujetó del brazo.

—¡Mirá quién es!

La escena era, como mínimo, llamativa. Un hombre estaba totalmente desnudo, inclinado hacia el sofá. Estaba chupando una buena verga y tenía otra entrando por su culo con toda la furia de un macho cabrío. El pobre tipo casi se atragantó con el pene que estaba chupando al ver a las recién llegadas. Primero el susto fue solo porque había otras personas allí, pero luego se hizo más potente, al reconocerlas.

Rebeca tardó un rato en ubicarlo. Sus ojos saltaron al darse cuenta de que era el muchacho del mini-mercado. En ese contexto parecía una persona totalmente distinta. A Manuel casi se le viene el mundo abajo. “¡No puede ser, no puede ser!”, exclamó mentalmente. Esto debía ser una pesadilla. La humillación más grande que se podía imaginar.

Aunque, en realidad, no era para tanto. Solo que él no lo sabía. A Sara le encantó ver a Manuel cogiendo con dos tipos. Se sintió inmediatamente atraída hacia él.

La confusión de Manuel no hizo más que crecer cuando Sara se puso de rodillas debajo de su cuerpo y empezó a chuparle la pija. Así nomás, sin saludar, sin pedir permiso, sin decir nada. Esa preciosa chica se tragó su verga y comenzó a succionarla como si quisiera exprimirla. Y eso fue exactamente lo que consiguió. No pasó ni un minuto hasta que Manuel explotó. Es que el placer anal que estaba recibiendo era infinito. Esa noche se animó, por fin, a ir a Afrodita con toda la intención de dejarse romper el culo por el primer tipo con buena pija que conociera. Estaba decidido. Ya no le importaban sus prejuicios. Quería sexo anal. Tuvo la buena fortuna de encontrarse con el mismo flaco y el mismo morocho que la última vez. El flaco era quien le estaba dando por el culo. El morocho entró acompañado de esas dos bellas mujeres y además le presentaron a otro tipo. El calvo. Un pelado flaquito y algo desgarbado que debía tener poco más de cuarenta años. Sin embargo, era el que tenía la verga más grande de los tres. Manuel estaba haciendo un gran esfuerzo para poder tragarla y ya estaba fantaseando con tenerla todita metida en el culo.

Sara volvió a acercarse a Rebeca y la besó. Al instante la pelirroja descubrió que su joven amante tenía la boca llena de semen. La eyaculación de Manuel se convirtió en una especie de pacto sexual entre las dos. Con eso entablaron una relación de extrema confianza. Las dudas y miedos de Rebeca se difuminaron mientras su lengua recolectaba tanta leche como podía y la tragaba. Esta era una oportunidad perfecta para aplacar al lujurioso espíritu que había poseído su cuerpo. Por supuesto que no accedería a hacer algo así en una situación diferente. Sin embargo, el espíritu se estaba revolviendo con violencia en su interior y supuso que si no lo calmaba lo antes posible, podría haber consecuencias negativas muy graves. No tenía idea de qué era capaz un ente de ese estilo, ni siquiera sabía si era maligno o no.

Las dos mujeres se pusieron de rodillas delante del morocho y juntas le desprendieron el pantalón. La primera en tragar su verga fue Rebeca, con eso le demostraba a su nueva amiga que estaba tan decidida como ella. Las dos se turnaron para mamar esa imponente verga mientras Manuel las miraba atónito. Nunca se hubiera imaginado que volvería a ver a esas dos bellas mujeres que estuvieron en su mercadito. Mucho menos imaginó que serían tan putas. Bueno, quizás de Sara sí lo pensó. Solo una chica muy puta saldría a la calle con un vestido tan corto y en ropa interior. Pero ahora estaba viendo que Rebeca tenía un vestido casi idéntico, en rojo. Al agacharse se le subió y podía ver una buena parte de esas redondas y blancas nalgas. También sus gajos vaginales, asomando desafiantes.

Poco después Sara quiso llevar el espectáculo más lejos. Los hombres no le pidieron nada, se limitaron a observarla. Se colocó sobre el calvo y permitió que éste la penetrara. Ella mostró signos de dolor, la verga era muy grande y su delicada vagina parecía incapaz de contenerla toda. Sin embargo, fue entrando… y Manuel ayudó con eso. Todo el tiempo lamió los labios y el clítoris de Sara y no se cortó a la hora de dar una buenas lamidas a la verga. Manuel entendió que era absurdo preocuparse por su propia imagen. A Sara parecía no importarle en lo más mínimo si él era gay, bisexual o lo que sea. La chica estaba decidida a pasar un buen rato, y esa veterana pelirroja también.

La situación fue escalando muy rápido. El morocho le dijo a Rebeca: “¿Querés pija, mamita?”, ella se rió. En cualquier otra circunstancia se hubiera tomado ese comentario como una ofensa y lo hubiera mandado a la mierda. En cambio, el espíritu respondió por ella: “Dámela toda”. Se levantó el vestido y se inclinó sobre el sofá, apoyando en él sus rodillas. La penetración fue tan brusca como placentera. El gemido de Rebeca no se escuchó demasiado lejos por el estridente volúmen de la música, de lo contrario toda la discoteca se hubiera enterado de que a la pelirroja le estaban dando para que tenga.

A Rebeca le resultó entre ridículo y excitante estar cogiendo con un desconocido en un lugar lleno de gente… y con más personas teniendo sexo junto a ella. “Maldito espíritu —dijo para adentro, entre risas—, mirá dónde terminé por tu culpa. Hoy me vas a ver muy puta”.

Rebeca pasó toda su vida luchando contra esa anormal concentración de energía sexual que había en su cuerpo. Tuvo que recurrir a la verga de su propio médico para aplacarla, y a muchas otras tretas más. El sentirse puta era parte de esa energía desbordando por su cuerpo. Hasta su propia madre se lo había dicho después de las sesiones con el doctor: “No te culpes por sentirte puta. Sé que es algo que no podés evitar. Es un síntoma de lo que te pasa”.

Ahora se sentía así de puta, con la líbido desbordando por cada uno de los poros de su cuerpo. Sospechaba que ese desbalance en la energía sexual era lo que había atraído al espíritu, como si fuera una fuente de luz para una polilla. Ella no tenía la culpa de que las cosas se hayan dado de esta manera. Era una víctima de las circunstancias. Por eso se soltó tanto como pudo. Necesitaba ahogar a ese espíritu y la única forma de hacerlo era con el sexo.

El calvo reemplazó al flaquito y empezó a darle por el culo a Manuel. Él lo agradeció con gemidos, la enorme verga del calvo era deliciosa y como ya estaba bien dilatado, entró con mucha facilidad.

—Yo también quiero por el orto —dijo Sara, entregando su culo al flaco.

Por supuesto, él no se hizo rogar. En cuanto vio esas perfectas nalgas juveniles, se lanzó con todo. Rebeca se sorprendió al ver con qué facilidad se hundía ese miembro erecto en el culo de Sara. De pronto sintió que el morocho presionaba contra su cola y dijo:

—No, no… ni hablar. Por el culo no.

—Dale, mamita. No te hagás la puritana. Te debe encantar por el orto.

—Te dije que no.

—¡Hey! —Chilló Sara, mientras se la metían—. Si te dijo que no, es no.

—No queremos problemas, la estamos pasando bien —añadió el calvo—. Si no quiere, no insistas.

—Está bien, está bien.

Desistió de su intento por penetrarle el culo, pero le dio más fuerte por la concha, como si esto fuera una venganza. A Rebeca en lugar de molestarle, le encantó. Cerró los ojos y disfrutó. “Esto se va a poner muy candente”, se dijo a sí misma.

El desenfreno fue total. Cogieron sin parar, intercambiando lugares, posiciones y agujeros. Rebeca y Sara no se privaron de nada, probaron todas las vergas disponibles y se deleitaron comiéndose la concha la una a la otra.

Manuel disfrutó de grandes momentos durante esa noche, pero sin dudas el mejor fue cuando el calvo se sentó en un sillón y prácticamente lo obligó a sentarse sobre su verga. Se le hundió hasta el fondo del culo con furia y le hizo ver las estrellas. Después Sara se colocó sobre la verga erecta de Manuel y lo besó en la boca. El morocho había intercambiado lugar con el flaco y fue él quien penetró por el culo a Sara. A Rebeca le impresionó que una chica de la edad de su hija ya estuviera practicando la doble penetración. Aunque… tenía sentido. Si ya permitía el sexo anal, era solo cuestión de tiempo para tener dos vergas metidas en sus agujeros.

Para Manuel ese momento fue gloria pura. Estaba disfrutando de esa increíble verga en su culo al mismo tiempo que penetraba a la hermosa Sara. Ahí fue cuando aceptó que, a pesar de sus prejuicios, es bisexual. Ya no lo puede negar. Disfruta de ser poseído por un hombre tanto como disfruta al penetrar una mujer. Y hacer las dos cosas al mismo tiempo es lo máximo. El punto más alto en su calentura. Se dijo a sí mismo que de ahora en adelante quería llevar esta vida. Siempre podría venir a Afrodita y refugiarse entre un montón de gente que no lo juzgaría, que simplemente pasarían un buen momento con él. Había encontrado su lugar en el mundo.

Rebeca se sorprendió a sí misma al no ofrecer ni la más mínima resistencia cuando las vergas comenzaron a desfilar tanto por su boca como su concha. Uno por uno se la fueron metiendo por estos agujeros y ella se dijo que era lo correcto, era lo que debía hacer. De lo contrario, el espíritu en su interior no quedaría satisfecho. Debía darle todo lo que tenía al alcance. Dejó que cuatro hombres se la cogieran y lo disfrutó. Esto le trajo viejos recuerdos de las distintas “técnicas” que tuvo que emplear a lo largo de su vida para poder regular su energía sexual desproporcionada. Aunque ahora se sentía mejor, porque lo estaba compartiendo con alguien más. Y no se trataba solamente de Sara. Ahora compartía esto con el espíritu lujurioso que habitaba en su cuerpo. Casi que se estaba encariñando con él… o ella. ¿Se trataría de un espíritu masculino o femenino? ¿Los espíritus responderían a un género? Quizás no.

Ya no volvieron a insistirle a Rebeca con el sexo anal. Entendieron que la pelirroja no quería que le den por el culo. Por eso la que recibió todas esas penetraciones fue Sara. Con ella se turnaron para darle por el orto permanentemente. No le dieron ni un minuto de tregua, los cuatro tipos pasaron por su culo en numerosas ocasiones. Ella los recibió con deleite y pidiendo más. Sacudió las nalgas acompañando cada penetración y apretó los dientes. A Rebeca esa chica de pelo corto le recordó mucho a Miley Cyrus. Por momentos el parecido fue impresionante. Incluso Rebeca llegó a pensar que, en una situación similar a ésta, la actitud de Miley Cyrus sería idéntica. Podía imaginar a la revoltosa artista sacudiendo las nalgas de la misma manera, aferrándose al respaldo del sillón, mientras gordas y venosas vergas desfilaban por su culo. Una detrás de otra. Y al mismo tiempo, se deleitaría chupando una buena concha, como lo hizo Sara.

A Rebeca le calentaba mucho Miley Cyrus en secreto y en numerosas ocasiones se masturbó escuchando su música mientras fantaseaba que tenía sexo con ella. Era una de las pocas “fantasías inapropiadas” que se permitía. Y nunca había estado tan cerca de hacerla realidad.

Al verla coger de esa manera entendió por qué Sara le resultaba tan atractiva. No solo era parecida a Miley Cyrus físicamente, sino que además tenía la misma actitud alocada y rebelde, con una vibra sexual impresionante.

Sara estaba completamente desnuda, toda sudada y apretaba sus dientes con rabia. Meneaba las caderas de la misma forma que (según Rebeca) lo haría Miley Cyrus, como diciendo: “¿Eso es todo lo que tenés para darme?” “¡Dame más! ¡Dame con todo lo que tengas!”

Rebeca se excitó tanto con esta actitud que tuvo que arrodillarse debajo de ella para darle una buena chupada en la concha. Sintió que el espíritu de su interior aprobaba este tributo a Miley Cyrus, una mujer a la que Rebeca le chuparía la concha con todo gusto. Aunque también el tributo fue hacia Sara, al fin y al cabo ella era la que estaba ahí, recibiendo vergas en el culo. Ella fue la que la llevó hasta Afrodita y la hizo vivir una de las experiencias sexuales más candentes de su vida.

Si dejaron de coger fue porque una empleada de Afrodita les dijo, desde el otro lado de la cortina, que ya estaban por cerrar la discoteca. Cuando salieron la música que sonaba era tranquila, algo lúgubre. Típica música que le indica a los comensales que deben abandonar el lugar.

Se despidieron de sus amantes con un beso en la boca a cada uno. Manuel se sintió extasiado. Estuvo tentado a preguntarle a esas increíbles mujeres si volvería a verlas; pero entendió que esto era algo de una sola noche. Probablemente nunca más volvería a repetirse. Prefirió quedarse con esa sensación de haber vivido algo único antes que pasar por la vergüenza de recibir un “No” como respuesta.

Rebeca y Sara regresaron al hotel y se metieron desnudas en la ducha. Allí se besaron mientras cada una ayudaba a la otra a lavarse el cuerpo. No se entretuvieron demasiado tiempo allí, sentían sus cuerpos cansados por tanto esfuerzo físico y por adoptar poses sexuales un tanto incómodas. A Sara le dolía el culo de tanta pija recibida y las dos tenían la concha en llamas. El ardor posterior a un acto sexual desenfrenado.

Agotadas se acostaron en la cama y se besaron mientras acariciaban sus cuerpos. El cansancio las fue venciendo lentamente. Antes de quedarse dormida Rebeca sintió alivio. Sí, había sido un exceso. Por lo general ella no se comporta de esta manera tan libertina. Por suerte logró resistirse a la doble penetración. Eso hubiera estado de más. Pero lo más importante es que logró calmar al espíritu libidinoso que habita dentro de su cuerpo. Esperaba no tener que hacer algo así en mucho tiempo. Aunque cierta llama de lujuria seguía ardiendo en su interior. No podía engañarse a sí misma. Algún día ese tenue llama se transformaría en un incendio. Uno que ella debería aplacar, como fuera.

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