La Mansión de la Lujuria [14]
Capítulo 14.
Espíritus de Poder.
El pelo rojo danzaba como si fueran llamas, el viento había ganado fuerza en los últimos minutos. Soraya se permitió disfrutarlo, con los ojos cerrados. Por lo general no se permite tener el cabello suelto, una costumbre que adquirió de sus años de monja; pero acá no está la Madre Superiora para decirle que debe ocultar esos “mechones del diablo”, como solía decirle. Era un tratamiento especial que solo recibía Soraya por su peculiar color de pelo.
Al abrir los ojos se encontró con una sombra etérea deslizándose entre los árboles. La penumbra ya estaba cayendo en el monte y con ella asomaban los peligros. El susto no le duró mucho, reconoció esa silueta escandalosamente femenina, cubierta con un vestido negro que apenas llegaba a cubrir sus partes nobles. Soraya odiaba que la bruja se vistiera de forma tan desfachatada. Había un mensaje en mostrar los laterales de su pubis con ese descaro o de tener un escote que a veces ni siquiera le cubría los pezones. Bastaba un sutil movimiento en falso para que uno de ellos quedara a la vista, aunque sea por un segundo. Y ese andar… esa desfachatez al menear sus caderas, un paso impropio de “una mujer de bien” y que ni siquiera parecía encajar con el entorno. Narcisa debía tener un conocimiento absoluto del monte, solo alguien con esa familiaridad se puede permitir caminar con tanta soltura. Saber esto incomodó a Soraya, se sintió en desventaja ante esa provocativa mujer. Ella tenía puesta un largo vestido blanco floreado, bastante suelto, pero que le llegaba hasta las pantorrillas. Era algo escotado y ese día decidió no ponerse corpiño. Sus pezones se marcaban un poco en la tela, pero al menos no salían a saludar a cada rato.
—Hola, Soraya. Espero no haberte asustado. Iba a anunciarme antes, pero te vi tan tranquila que no quise molestarte.
—Está bien, no me asusté —mostró una sonrisa forzada, poco convincente. Le molestó que la bruja la hubiera descubierto en un momento de disfrute personal.
Soraya quería estar sola para pensar en la historia absurda que había contado su hermana. ¿Qué le pasa a Rebeca? ¿Cómo se le ocurre difamar a su propia madre de esa manera? Es inconcebible que Cándida haya llevado a su propia hija a un doctor medio abusador para que el tipo se la cogiera a gusto. Le parecía absurdo imaginar a Cándida muy tranquila mientras un tipo le metía la pija a su hija, justo delante de ella. Totalmente ridículo. La misma mujer que le prohibió tener relaciones sexuales jamás haría eso. La mujer que la envió a un convento nunca se rebajaría a participar en una práctica tan inmoral… y nunca engañaría a su marido. No puede ser. Tienen que ser delirios de Rebeca. Pero… ¿por qué? Su hermana es un poco excéntrica, pero no acostumbra a mentir.
—¿Qué hacés en el cementerio a esta hora? —Preguntó Narcisa, trayéndola al presente.
—Vine a trabajar. Me pediste que me encargue de esto y me lo estoy tomando en serio. Ya despejé esa zona —señaló un pequeño claro con dos tumbas, el césped ya estaba prolijamente cortado—. Llevó tiempo, pero valió la pena.
—También veo que hiciste algunas cruces improvisadas con palos.
Medían más o menos un metro de altura, estaban clavadas en la tierra y atadas de forma rústica con cuerdas.
—Bueno, las hice con lo que encontré a mano —dijo, con la cara roja.
—Tranquila, Soraya. No estoy criticando tu trabajo. Soy partidaria de la improvisación y lo bueno del símbolo de la cruz es que se puede prácticamente con cualquier cosa recta. Me alegra que te hayas tomado esto tan en serio. Seguramente los espíritus se van a calmar.
—Mmm… bueno, gracias. ¿Tenés algún consejo para darme?
—No mucho. El cementerio es tu área, yo no puedo hacer mucho. —A Soraya le generó un poquito de orgullo saber que tenía un área asignada donde ella mandaba—. Acá es necesario aplicar la clase de energías que vos podés canalizar.
—Ese es un tema que no termino de comprender. A mi entender vos jugás con fuerzas que, desde mi punto de vista, son malignas.
—Sin ánimo de ofender, fue tu religión la que les otorgó el epíteto “Malignas”. Simplemente eran fuerzas que los cristianos no podían comprender. Y te sorprenderías lo bien que trabajan juntas ambas energías. Por eso me encanta tener la ayuda de una mujer que fue monja. Ya transitaste todo ese aprendizaje.
Soraya la miró atentamente mientras hablaba. El viento movía el vestido de la bruja, si es que a ese rejunte de telas sueltas se lo puede llamar vestido. Pudo ver su vagina asomando en un par de oportunidades. Narcisa ni siquiera intentó cubrirse cuando el viento la traicionó.
—Me gustaría que me cuentes más de esas “energías” que vos manejás. Y cómo se supone que pueden colaborar con la fe cristiana.
—Muy bien, te lo cuento mientras te ayudo a limpiar. Entre las dos vamos a avanzar más rápido, por el bien de todos.
—¿De verdad te importa tanto la seguridad de mi familia?
—No es solo la seguridad de tu familia, es la de todos los habitantes de la isla. Estos espíritus se pueden manifestar de mil formas dañinas. Todos corremos peligro.
Mientras trabajaban en la restauración del cementerio, Narcisa habló. Le dijo a Soraya que para comprender todo era necesario remontarse al inicio de la cultura occidental
—¿La antigua Grecia? —Preguntó Soraya.
—No. Los sumerios. Donde comenzó la historia escrita. ¿Alguna vez escuchaste hablar de la diosa sumeria Inanna? Aunque yo prefiero llamarla con el nombre que le dieron en Babilonia: Ishtar.
—Emm… no la recuerdo. Quizás alguna vez leí algo sobre ella.
Le contó que Ishtar se la puede considerar el primer arquetipo femenino de la historia. Una diosa que no se la considera “diosa madre” porque su tarea no era brindar un refugio maternal a los humanos, sino que se la consideraba una guía espiritual. La protectora del amor. Explicó que el catolicismo critica a Ishtar porque ella, entre otras cosas, protege las relaciones extramatrimoniales. Esto puso tensa a Soraya. La habían educado para atacar ese tipo de relaciones que destruyen la sana formación de una familia. Luego se calmó cuando Narcisa le dijo que en la biblia incluso llegan a mencionarla una vez, la llaman La Reina del Cielo.
—Ahí es donde entrás vos, Soraya. Vos, desde tu postura cristiana, canalizás el poder de los cielos… a través de Ishtar. Diosa del amor, de la fertilidad. Me duele que veas el sexo como algo malo. En el convento te llenaron de prejuicios. Podrías dejar esos prejuicios de lado y ver el sexo como una forma de atraer buenos espíritus, de sembrar fertilidad y de perpetuar el poder de Ishtar. Quien a su vez es Astarté. Quien a su vez es Afrodita. Quien a su vez es Venus.
Soraya se puso tensa. Siempre consideró a Afrodita como una libertina, la representación mitológica de los excesos femeninos, del desenfreno de la lujuria. No estaba tan convencida de obrar como fuente canalizadora del poder de Ishtar, por más que tuviera un vínculo con el poder celestial.
—Entonces… según tu postura, yo sería la representante de Ishtar. ¿Y dónde entrás vos?
—Ishtar tenía una hermana gemela: Ereshkigal. En realidad son dos partes de una misma cosa. Sin embargo, cuando se separaron, Ereshkigal fue a gobernar el inframundo, junto a su consorte: Nergal.
—¿Es una diosa demoníaca? ¿Y vos profesás esa ideología? Lo sabía… sabía que no había nada bueno en tu…
—Tranquila, Soraya. Te pido que, por una vez en tu vida, intentes entender el mundo sin pasarlo por el prisma del catolicismo. No discuto el poder de la fe católica, solo no comparto sus prejuicios con el inframundo. Para que el mundo funcione, tiene que haber un equilibrio entre el poder celestial y el poder del inframundo. Ahí es donde entramos las dos. Tenemos que trabajar juntas, para conseguir ese equilibrio. Mirá a tu alrededor… ¿qué ves?
—Tumbas.
—Por eso esta es tu área. Los Val Kavian murieron de forma violenta. Están buscando un paso a la otra vida. Vos tenés que guiar sus espíritus hacia el paraíso. De lo contrario quedarán en un limbo entre el cielo y el infierno. Ahí es donde sufren.
—Entiendo. ¿Y cuál sería la función de Ereshkigal?
—Al canalizar las fuerzas del inframundo me encargo de expulsar a los demonios malignos. Los devuelvo a donde pertenecen.
—Mmm… ok, tiene sentido.
Por estar enfrascada en la conversación, Soraya no se dio cuenta de que ya había anochecido. Sintió un escalofrío al darse cuenta. La oscuridad se materializó muy rápido. Allí no había luces que ayudaran a mitigarla. De pronto vio algo que se movía en la maleza, parecía ser una figura humana delgada, ágil y tan oscura como la noche más cerrada. El pánico se apoderó de Soraya. No se trataba de una sombra difusa. Era nítido, estaba ahí. Se movía como intentando rodear a las dos mujeres. Avanzaba con paso silencioso, sin siquiera hacer sonar las ramas del suelo.
—No mires —le susurró Narcisa—. Soraya… no mires.
El contacto con la tibia mano de la bruja la sobresaltó. En especial porque creyó que las brujas tendrían las manos frías. No era el caso de Narcisa. Había un calor maternal irradiando de su cuerpo. Eso la ayudó a relajarse un poco.
—No mires. Mirame a mí. No lo mires a los ojos. Nunca.
—¿Qué es?
No necesitó respuesta. Sabía bien quién o qué era. El mismo pueblo llevaba su nombre. Siempre había creído que se trataba de un mito, una leyenda absurda; pero allí estaba… acercándose. Una silueta negra cortando la penumbra de la noche. Cada vez más cerca. Ya no la miraba, por pánico. No se atrevía. Sin embargo, su visión periférica aún podía notar sus movimientos sigilosos.
—Hay que hacerle un tributo. De lo contrario no se va a ir. Y eso podría ser peligroso… muy peligroso. Mirame a los ojos, Soraya —la pelirroja pálida sintió el sudor frío corriendo por su espalda. Asintió lentamente con la cabeza—. Seguime la corriente. No te muevas si yo no te lo pido. Dejá que yo me encargo de todo.
Detrás de Soraya había un árbol inclinado que parecía a punto de caerse, aunque estaba bien afirmado con sus raíces, solo había crecido torcido. Narcisa la empujó suavemente hacia atrás, hasta que su espalda quedó apoyada en el tronco. Luego le levantó el vestido y sin pedir permiso la despojó de su tanga.
—Ay… ¿qué hacés? —Preguntó en un susurro quebrado por el miedo. La sombra estaba muy cerca, a su derecha. Podía sentirla. Tan cerca que si estiraba su brazo podría tocarla.
—Hago lo que es necesario. No tengo tiempo para explicar. Levantá una pierna y sacate el vestido. Rápido.
Soraya lo hizo porque no se atrevió a contradecirla. El holgado vestido floreado salió muy fácil por encima de su cabeza y se le escapó de las manos. Cayó al suelo. El primer instinto de Soraya fue cubrirse las tetas cruzando sus brazos frente a ellas. Narcisa la ayudó a levantar la pierna. No opuso resistencia, estaba en un trance de puro pánico y confusión. Sentía que el corazón estallaría dentro de su pecho en cualquier momento.
Al sentir la lengua de Narcisa en sus labios vaginales la confusión no hizo más que aumentar. Apenas si conocía a esa mujer y le estaba practicando sexo oral. Estuvo a punto de pedirle que se detuviera, pero por el rabillo del ojo pudo ver la sombra acercándose más y recordó las palabras de la bruja: “Hay que hacerle un tributo”. Según lo poco que sabía de la leyenda del el Pombero, se trataba de un ser muy ligado a lo sexual. El Pombero solía abusar de las mujeres desprevenidas que encontraba en el monte. Y esa criatura (mitad mito, mitad leyenda) ahora estaba de pie a su lado. Tan cerca que podía oír su tenue respiración. Con un rápido e involuntario vistazo logró ver una gran serpiente negra que se movía entre las piernas de ese ser maligno. Recordó que al Pombero se lo considera increíblemente bien dotado.
Tenía ganas de llorar, de gritar y de salir corriendo. Sin embargo, la experta lengua de Narcisa logró calmarla de alguna manera. Lamió su clítoris y recorrió toda su concha con pasión, como si la amara. «Lo está haciendo de verdad… con verdadero sentimiento. Quiere complacerlo».
Entre una lamida y otra esa criatura se movía a su alrededor. Soraya estaba tan asustada que no quería abrir los ojos. Podía notarlo muy cerca, era capaz de sentir su respiración. Le daba pánico pensar que si cometía el error de abrir los ojos, lo encontraría mirándola cara a cara, con unos dientes filosos y una mirada salvaje.
Lo mejor era concentrarse en las lamidas de la bruja. Comenzó a soplar un viento tenue que le endureció los pezones y le hizo vibrar el vello púbico. Tener sexo lésbico a la intemperie, esto sí que es algo nuevo. Se dejó llevar por este cúmulo de sensaciones.
Ya se había acostumbrado a las lamidas de Narcisa y el miedo se esfumó por completo. Soraya tenía los ojos cerrados y estaba en un trance de placer, acariciando sus tetas. Se olvidó por completo del bosque, del peligro, del Pombero. Solo existía ella y el placer. Hasta que de pronto la bruja se detuvo. Esto la hizo reaccionar como si alguien le hubiera dado un cachetazo. Estaba tan cerca de llegar al orgasmo que detenerse en ese momento era prácticamente una ofensa.
—¿Qué pasó?
—Ya se fue —dijo Narcisa poniéndose de pie. Limpió el polvo de su vestido.
—Ah… ah… este… ok, muy bien. Veo que el tributo funcionó. —Se sintió estúpida, ella quería que la bruja siguiera chupándole la concha; pero no tenía sentido hacerlo si el Pombero ya no estaba allí.
—Sí, funcionó. Y sinceramente la sacamos muy barata. Pensé que sería peor. Tuvimos suerte. Creo que se debió a que sos pelirroja. Por estos lados cuenta la leyenda que el Pombero siente una predilección especial por las pelirrojas.
—¿Por eso en el pueblo las odian tanto?
—En parte sí. Y por los Val Kavian. Será mejor que volvamos a la mansión.
—Estoy de acuerdo… ¡Hey! Mi vestido… ¡desapareció!
—Debió llevárselo el Pombero, como un recuerdo. Suele hacer eso. A mí también me robó varios vestidos. Pero no se puede hacer nada. Lo que se lleva, le pertenece. Es mejor dejarlo así.
—Entonces… ¿tengo que volver desnuda?
—No es tan terrible. Estamos en el monte, y es de noche. ¿Quién podría verte?
Eso tiene sentido. Aún así a Soraya no le entusiasmaba la idea de deambular sin ropa en espacios abiertos. Comenzaron el regreso y a cada paso se sintió expuesta, observada… y quizás era así. Quizás el Pombero seguía cerca. Era imposible saberlo.
Caminar desnuda por el monte le pareció demencial. Como si estuviera entrando a un mundo de barbarie, donde la moral no tenía cabida.
—Tené cuidado al pasar junto a los árboles —le dijo la bruja—. Las ramas son traicioneras. Incluso a mí me dejan algún rayón en las tetas de vez en cuando. No importa cuanto tiempo pases en el monte, nunca aprendés a dominarlo.
Durante el trayecto de regreso Soraya estuvo a punto de caerse tres veces. Por suerte Narcisa alcanzó a sujetarla. Lo máximo que se acercó al piso fue cuando se puso de rodillas después de enganchar su pie con la raíz de un árbol.
—Caminá por donde yo te digo y todo va a estar bien. Son solo quinientos metros.
Quinientos metros de espesura en la oscuridad casi total pueden ser un desafío para cualquiera, en especial para una mujer que nunca tuvo que valerse por sí misma. Cuando salió de la casa no consideró lo rápido que podía oscurecer, se repitió mentalmente que la próxima vez traería una linterna. Aunque no sabía si eso sería favorable o no.
—La cosa esa que anda en el monte… ¿qué pasa si uso una linterna?
—Es todavía peor. Es como invitarlo a acercarse. Aunque una antorcha lo espanta. No le gusta el fuego.
—¿O sea que tengo que cruzar el monte con una antorcha, como si esto fuera la edad media?
—Es la mejor manera, si querés evitarlo.
Luego de largos minutos de incómoda caminata, los cuales parecieron horas, Narcisa le anunció que ya habían llegado. Soraya no veía nada. Todo delante de ella era oscuridad. Ni señales de la mansión… hasta que levantó la vista y pudo ver una tenue luz entre las rendijas de una ventana del segundo piso.
Cuando llegaron al arroyo, la bruja se desnudó completamente y comenzó a lavarse. Soraya no la reprochó por eso, incluso lo consideró una buena idea. Hacía un calor infernal y el agua del arroyo estaba fresca. Fue revitalizante sentirla en su cuerpo desnudo.
—No quiero que vuelvas al monte sabiendo que esa cosa anda cerca. Prefiero que esta noche te quedes a dormir con nosotros. Sobran las habitaciones.
—Muchas gracias.
Alzó su vestido del suelo y juntas entraron en la mansión.
Estaba a oscuras y reinaba un silencio sepulcral. Lo único que podía oír Soraya era el crujir de las ramas que movía el viento y los extraños sonidos producidos por animales e insectos nocturnos. Ni siquiera quería saber qué clase de alimañas rondaba allá afuera. Con el Pombero tenía más que suficiente.
—¿Dónde está todo el mundo?
—No quiero alarmarte, Soraya; pero creo que ocurrió algo malo. Puedo sentirlo.
A la pelirroja se le paralizó el corazón.
—¡Rebeca! ¡Mailén! ¿Dónde están? —Se acercó a la escalera—. ¡Catriel! ¿Está todo bien?
En el pasillo del segundo piso aparecieron Inara y Lilén al unísono.
—¡Acá estamos!
—Hey ¿por qué están desnudas?
—¿Y por qué están desnudas ustedes?
Soraya se sintió una boluda. Ella y la bruja también estaban sin ropa y no podían justificarlo a menos que contaran todo lo ocurrido. Las gemelas al menos estaban en su casa.
—Eso no importa. ¿Pasó algo?
—Es Catriel. Se cayó de la escalera —contó Lilén—. No se despierta. Ya intentamos todo. Pero… no te asustes. O sea, está bien. Respira y todo. Todavía no se murió.
—Ni se va a morir —dijo Inara, dándole un golpecito en el hombro a su hermana—. No digas esas cosas.
—Auch… yo solo intento explicarles la situación.
—¿Puedo verlo? —Preguntó la bruja. Parecía genuinamente preocupada.
—Sí, vamos —dijo Soraya.
Juntas subieron hasta el segundo piso, siguieron a Inara y a Lilén hasta el dormitorio y allí se encontraron con Catriel, en la cama. Estaba completamente desnudo, su miembro descansaba como la trompa de un elefante. Soraya se acercó y lo sacudió tomándolo de los hombres mientras repetía su nombre.
—Tía, ya intentamos eso —dijo Inara.
Soraya la fulminó con la mirada. No lo hizo porque creyera que iba a funcionar, fue puro instinto maternal, al fin y al cabo ella también crió a sus sobrinos.
—Los espíritus lo están reteniendo —anunció Narcisa, luego de ponerle una mano sobre el pecho—. Lo quieren para él.
—¡Ay no! —Exclamó Lilén. No entendió exactamente a qué se refería la bruja, pero no puede ser algo bueno.
—¿Qué podemos hacer? —Preguntó Soraya.
—Un rito sexual. Voy a necesitar la ayuda de ustedes.
Las gemelas no se animaron a decir que ellas ya habían intentado algo parecido y no funcionó. No tenía mucho sentido explicarlo, la bruja sabía más que ella del tema, seguramente sabría cómo hacerlo funcionar.
En pocos minutos prepararon todo. Lilén trajo una tiza del estudio de arte de su madre para que Narcisa pudiera trazar las runas necesarias en las esquinas de la habitación. Inara y Soraya se encargaron de encender velas rojas en candelabros de pie que colocaron alrededor de la cama. La penumbra rojiza creaba una danza de luces y sombras que para Soraya eran demoníacas. En cambio para Narcisa eran un símbolo de poder. Son los espíritus que se alimentan de la lujuria bailando para animar el ritual.
—Ya está todo listo —dijo Inara.
—Aún no. El miembro de Catriel… tiene que estar erecto.
—Nosotras nos encargamos de eso —anunció Lilén.
Soraya se quedó impresionada al ver a sus dos sobrinas acercarse al pene de su hermano con tanta soltura. Al principio lo sacudieron con sus pequeñas manos, esto hizo que el miembro se despertara un poco; pero Catriel siguió en un profundo sueño. Lo que más impactó a Soraya fue que Inara y Lilén empezaran a chupar esa verga. Estuvo tentada a detenerlas, era inapropiado, demencial. ¿Cómo dos hermanas se la van a chupar así a su propio hermano? Sin embargo, no se sintió con la autoridad suficiente como para interrumpirlas. En primera instancia porque ella misma se la había chupado a Catriel. ¿Con qué moral le diría a las gemelas que no hicieran lo mismo? Además no quería recibir un regaño por parte de Narcisa. Aunque la bruja aún le pareciera enigmática y poco confiable, quería ver qué efecto tenía este ritual en su sobrino.
Las lenguas de las gemelas recorrían todo el glande de Catriel. La verga ya estaba bien dura, pero aún así ellas siguieron chupando un rato más. La tragaron (hasta donde les fue posible) y se turnaron para darle chupones a la punta. Cuando Narcisa consideró que ya estaba lo suficientemente rígida, les pidió que se apartaran.
Soraya temió que le pidiera a alguna de las gemelas que iniciara un acto sexual con su hermano. Incluso podría pedírselo a ella. Había cometido excesos con Catriel, pero no estaba lista para recibir su pene dentro de ella. Por suerte no ocurrió ninguna de estas cosas. Narcisa se colocó de bruces encima de Catriel. Ella misma realizaría la parte más importante del rito.
Su esculpido cuerpo femenino comenzó a danzar. El movimiento de sus caderas recordó a una odalisca profesional. Con cada movimiento, su vagina rozaba contra el tronco del pene. Las gemelas observaron esta escena con fascinación. La bruja es muy hermosa y es imposible no sentir la sangre ardiendo al verla moverse de esa manera.
El momento en que la verga entró en esa concha fue sublime. Se deslizó como un guante hecho a medida. Aprisionó el miembro entre sus labios y lo humedeció. Soraya se preguntó si ella tenía algo que ver con que la bruja estuviera tan mojada. Después se reprochó ser tan vanidosa. Ni siquiera debería estar pensando en esas cosas.
Narcisa fue ganando ritmo al montar a Catriel. El joven se sacudió entre sueños, renovando las esperanzas de todas. Lilén apoyó la oreja en el pecho de su hermano.
—El corazón le está latiendo más rápido.
—Esa es una buena señal —dijo la bruja—. Tenemos que iniciar la siguiente etapa del ritual ya mismo. Soraya, acá es donde entrás vos.
—¿Qué tengo que hacer? —No titubeó. Estaba decidida a ayudar en lo que fuera necesario, por el bien de su sobrino.
—Necesito que te pares delante de mí.
—¿Me la vas a chupar?
—Exactamente.
Soraya sintió una descarga de emoción. Se había quedado con ganas después de lo que ocurrió en el monte. En su vida como ex-monja no es frecuente encontrar a alguien que quiera practicarle sexo oral, mucho menos alguien que lo haga tan bien como esa bruja.
Narcisa se prendió a los labios vaginales de Soraya y los chupó intensamente. La pelirroja arqueó la espalda y se sobó las tetas.
—¡Wow, tía! —Exclamó Lilén, con los ojos llenos de chispas—. Estás increíble. No puedo creer lo hermosa que sos.
Soraya sonrió, permitiéndose un momento de lujuriosa vanidad. No pudo evitarlo. Todo su cuerpo estaba vibrando de placer. La lengua de la bruja se movía con maestría y ya estaba dentro de su concha.
—Ustedes también pueden participar, chicas —dijo la bruja, deteniéndose solo por un segundo—. Podrían chuparle las tetas a Soraya. Claro, si a ella no le molesta.
—Mmmm ¿serviría de algo? —Preguntó la aludida.
—¡Claro! Ellas pueden ayudarte a acumular energía sexual dentro de tu cuerpo, brindándotela a través de tus pezones, luego yo lo canalizo con mi boca… hasta mi vagina. Allí se lo transmito directamente a Catriel.
Aún no estaba muy convencida de cómo funcionaban estas energías; pero la explicación parecía tener sentido. Era una cadena energética. Podía funcionar.
—Está bien, chicas, si quieren pueden hacerlo.
Inara y Lilén chillaron de alegría. Sabía perfectamente de las inclinaciones lésbicas de estas chicas y de sus frecuentes toqueteos. No lo aprobaba en absoluto; pero entendía que tampoco podía hacer nada para evitarlo. Las jovencitas se pusieron de pie en la cama, Inara a la derecha, Lilén a la izquierda.
Hubo un momento de conexión que arrancó un potente gemido de Soraya. Se dio en el preciso momento en que las gemelas dieron el primer chupón a sus pezones al mismo tiempo que Narcisa le chupaba el clítoris. Soraya entró en un nirvana de placer, meneó sus caderas imitando a la bruja, restregándole toda la concha por la cara. Sujetó a sus sobrinas por las nalgas y las atrajo más hacia ella, invitándolas a chupar sus tetas con total libertad.
Narcisa comenzó a dar saltos potentes, haciendo que toda la verga de Catriel se le clavara hasta el fondo. La cama se sacudió marcando el ritmo. La llama de las velas la alentaron a seguir, con sus contoneos. A Soraya le pareció increíble como esa mujer era capaz de moverse de esa manera sin desprenderse de su concha. Agradeció esto, porque lo estaba disfrutando tanto que perder un segundo de contacto hubiera sido desastroso. Entendió que la cadena de poder sólo funcionará si el flujo era constante. Podía sentir esa lujuriosa energía desde sus pezones hasta la vagina.
Sus gemidos eran los únicos que se escuchaban, ya que las otras tres mujeres tenían la boca ocupada y Catriel seguía atrapado en un limbo. Sin embargo, un rincón de la mente del muchacho le hacía saber que eso estaba ocurriendo. La bruja se manifestaba como un sueño, una odalisca sin rostro llevándolo al éxtasis de placer con sus meneos. Su lujuriosa danza parecía nacer desde las fauces del inframundo. Pero había algo más. Una luz cálida, ambarina. Las nalgas de una mujer pelirroja justo delante de él. Su turbada mente no pudo identificarla, aunque sí le resultó familiar.
—Está funcionando —dijo Narcisa—, pero necesitamos más.
—¿Qué tengo que hacer? —Preguntó Soraya, plenamente comprometida.
—Quiero que me orines.
Soraya se quedó muda. Cuando ella vivió en el convento se enteró de varios casos en que algunas monjas practicaron sexo lésbico entre ellas. A algunas las sancionaron, a otras las expulsaron. Pero hubo algunas que lograron pasar desapercibidas para la Madre Superiora y siguieron haciéndolo. Soraya llegó a hablar con estas monjas sobre ese asunto y se enteró que orinarse la una a la otra, entre lesbianas, es una práctica bastante común. No todas lo hacen; pero sí es más frecuente de lo que podía imaginar. Y cuando preguntó por qué lo hacían, la respuesta siempre fue la misma: Porque es morboso.
La búsqueda del morbo es algo que Soraya experimentó muy pocas veces en su vida, y en todas terminó arrepintiéndose. Recordó lo que la bruja explicó durante el primer ritual en la habitación once: es importante que el sentimiento sea genuino, de lo contrario los espíritus se alteran.
Esto ayudó a Soraya a recuperar la confianza. No podía permitirse titubear en pleno ritual. Su cuerpo era un vehículo para canalizar poder celestial, entendió que para conectarse con el poder del inframundo, el de Narcisa, debía recurrir al morbo.
Por eso lo dejó salir. Lo hizo mientras Narcisa le lamía entre los labios vaginales. Todo el líquido cayó sobre la cara de la bruja, e incluso dentro de su boca. Ella dejó salir la mayor parte, porque mientras Soraya orinaba, Narcisa le chupaba la concha. No era fácil hacerlo mientras de ella salían tantos chorros, pero se mantuvo firme. Soraya pudo ver como la orina chorreaba por el cuello y caía entre las tetas de la bruja, brindando una imagen de lujuria desenfrenada.
«¿Acaso esto es un aquelarre?», se preguntó. Participar en uno podría traerle problemas con Dios, cuando su vida mortal llegara a su fin. Aún así no pudo detenerse. Esas dudas quedaron rápidamente opacadas por el más absoluto placer. Le encantó sentir el chorro saliendo de su concha mientras Narcisa le comía el clítoris con devoción. Fue tan intenso que esta vez sí llegó a ese orgasmo que tanto ansiaba. Suspiró, se sacudió, acercó más las gemelas hacia ella y las incentivó para que le chuparan las tetas con más fuerza. Luego comenzó a gemir, haciendo que esta expresión de placer retumbara en toda la casa.
El orgasmo finalizó con un chorro más potente que salpicó toda la cara de Narcisa. Ella lo recibió con la boca abierta.
—El final depende de ustedes —le dijo la bruja a Inara y Lilén—. Catriel está por acabar. Ya saben qué hacer.
Las chicas no dudaron ni por un segundo. Se lanzaron sobre la verga de su hermano y empezaron a chupar con devoción. Mamaron con fuerza, turnándose entre ellas, hasta que una potente descarga de semen comenzó a saltar sobre sus caras. Soraya miró orgullosa cómo sus sobrinas se besaban, intercambiando el semen en sus bocas. Definitivamente este acto incestuoso complacería a los morbosos espíritus de inframundo. La ex-monja estaba en un estado de éxtasis tan grande que ni siquiera sintió remordimiento por mostrar admiración hacia un acto incestuoso. Probablemente después no opinaría lo mismo, pero en ese momento solo podía pensar en lo hermosas que se veían sus sobrinas chupándole la pija a Catriel con sus caritas cubiertas de semen.
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Catriel despertó de un hermoso sueño. Fue tan vívido que casi pareció real. Soñó que tenía sexo con una hermosa mujer. No podía ponerle un rostro, pero su cuerpo era maravilloso. ¡Y esos movimientos! Nunca estuvo con una mujer que se moviera de esa manera. Se preguntó de dónde había sacado su cerebro esa información para meterla en un sueño.
Le dolía la cabeza, en especial la parte de atrás. Recordó la escalera y la sorpresa que se llevó cuando las gemelas gritaron. Recordó la caída… y nada más.
Notó que alguien más lo acompañaba en la cama. Lo supo de inmediato, sin necesidad de encender las luces. A su izquierda estaba Lilén y la derecha descansaba Inara. Las dos tenían la cabeza apoyada en su pecho y dormían plácidamente. Eso lo tranquilizó mucho. Decidió quedarse muy quieto, para no despertarlas. De todas maneras no tenía ganas de levantarse. Prefería disfrutar de la calidez reconfortante que le brindaban sus hermanas.
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