La Mansión de la Lujuria [16]

Capítulo 16.

Elektra.

Las reparaciones de la mansión avanzaron rápido en la siguiente semana, por órdenes de Catriel. Él les hizo notar a sus hermanas que durante los últimos días habían pasado más tiempo holgazaneando que trabajando y que ese no era el pacto al que habían llegado con su madre. Por su parte, Rebeca reanudó sus labores con la pintura. Quería reemplazar cada una de las imágenes obscenas de la habitación once con sus cuadros y éstos no se pintarían solos. Ocasionalmente le pidió a Inara y a Lilén que posaran desnudas para ella. Lo bueno de pintar con las gemelas era que cualquiera de las dos podría servirle de modelo. Se turnaban un día cada una y posaban exactamente de la misma manera. El cuadro en el que estaba trabajando Rebeca mostraba a una bella y joven pelirroja recostada en un sillón frente a un gran ventanal por el que se colaba una luz amarillenta de ensueño. Para lograr este efecto debían pintar en un horario específico, justo antes del ocaso.

Catriel centró el trabajo en las áreas comunes: hall de entrada, cocina, living y comedor. Pintaron paredes, lustraron pisos, pasaron la aspiradora por cada mueble hasta que todo quedó impecable, brillante. Parecía una casa nueva. Aunque esta pulcritud contrastaba mucho con el deterioro de las otras áreas.

En el séptimo día de este nuevo ritmo de trabajo, Catriel le propuso a Lilén que lo ayudara a limpiar el sótano.

—No, ni loca bajo ahí. La última vez vi un fantasma.

—Estás exagerando.

—No, ni un poquito. Estaba en un rincón oscuro…

—Si estaba oscuro, podría tratarse de cualquier cosa.

—Era una figura humana perfecta: cabeza, brazos, torso… y se movía. Sé lo que vi. No fue una alucinación.

—Está bien, no te preocupes —dijo Maylén, que acababa de llegar a la cocina y escuchó la conversación—. No hace falta que bajes, si no querés. Yo te ayudo, Catriel. Además, me gustaría ver si allá abajo hay algunas lámparas antiguas que pueda reparar.

Ella se había encargado de los trabajos de electricidad y, de milagro (según Catriel) no había quemado todos los fusibles. A Maylén no le hizo gracia ese comentario. Ella confiaba plenamente en sus habilidades técnicas. Las descargas eléctricas recibidas en el pasado la habían hecho más precavida. Ahora controlaba tres veces cada cable y cada empalme.

Bajaron por las endebles escaleras del sótano. La única fuente de luz era un foco amarillento que se tambaleaba de un lado a otro. Cuando llegaron a la parte de abajo, Maylén se acercó a un rincón con la guardia baja y soltó un grito agudo. Se tapó la boca y en su intento por retroceder, chocó con su hermano. Cayeron al piso, quedando ella encima. Maylén llevaba puesto un vestido de verano azul y, por el calor, había decidido no ponerse ropa interior. Una teta se le escapó, producto del choque. Se enderezó, quedando sentada sobre su hermano y descubrió que justo debajo de su concha había algo grueso, que se estaba poniendo duro. Para Catriel el contacto entre su miembro y el sexo de su hermana se sintió casi como si no hubiera nada entre ellos, es que solo los separaba la delgada tela de su short.

Maylén se dio cuenta de que estaba excitando a su hermano de forma involuntaria, se sonrojó y rápidamente se puso de pie.

—Perdón…

—¿Qué pasó?

—Ahí… —habló en voz baja—. Vi a alguien… o algo… no sé… —se acercó a su hermano y le susurró en el oído—. Creo que Lilén tenía razón. —Con una mano temblorosa, señaló el rincón opuesto, el más alejado de la bajada de la escalera.

Catriel se acercó lentamente. Sabía perfectamente que Maylén no creía en fantasmas. Para que ella siquiera considerase esa posibilidad, debió ver algo muy convincente. Todo era penumbra, cuando sus ojos se acostumbraron a la escasa luz amarillenta, vio una silueta humana, justo en el rincón. Se quedó petrificado. Su primer instinto fue saltar a atacar esa cosa; pero no pudo mover ni un músculo. Notó que la sombra se retorcía en una danza macabra. Catriel retrocedió un paso.

—¿Quién anda ahí? —Preguntó con la voz entrecortada.

No hubo respuesta.

A su mano llegó un objeto cilíndrico, de madera. Sintió el peso en la punta y supo que se trataba de un martillo, de esos grandes que se usan para demoler paredes. Maylén se lo dio de forma disimulada. Él lo escondió detrás de su espalda y preguntó una vez más quién anda ahí. A la tercera vez que esa cosa no respondió, se abalanzó levantando el martillo sobre su cabeza. Pero algo detuvo su brazo.

—Esperá, Catriel… esperá. Creo que no hay nada de qué asustarse —dijo Maylén—. Fijate bien. No se está moviendo. Lo que se mueve es el foco —ambos miraron hacia arriba, la tulipa seguía meneándose de un lado a otro, muy lentamente. El movimiento era suficiente como para distorsionar todas las sombras del sótano—. Creo que es un maniquí.

Catriel se acercó a la figura humana entornando los ojos y notó que era algo rígido, estático. La alzó con sus brazos, era pesada y de madera. Cuando la dejó debajo del foco pudieron ver que se trataba de un muñeco como los que usaba Rebeca para dibujar. Ella tenía varios iguales, solo que éste era de tamaño natural.

—Wow, a mamá le va a encantar —dijo Maylén—. Hay que llevarlo a su taller. ¿Y eso?

Señaló un agujero en la zona del pubis.

—Tiene una rosca —dijo Catriel—, como si se le pudiera atornillar algo más.

Maylén comenzó a reírse.

—Ya me imagino lo que se le puede atornillar. Lástima que ninguno de los dildos que trajo mamá tiene rosca. —Volvió a soltar una risita picarona. Luego se quedó mirando el foco en silencio.

—¿Pasa algo?

—Se sigue moviendo.

—¿Y eso qué tiene de raro?

—Estamos en un sótano, Catriel. ¿Por qué se movería el foco? Nadie lo tocó…

—¿Resulta que ya creés en fantasmas?

—No dije eso. Si nosotros no lo movimos, entonces tiene que ser el viento. ¿Este sótano tiene ventanas?

—Hay algunas muy pequeñas, las vi ayer desde el patio; pero me aseguré de que todas estuvieran bien cerradas, para que no entren bichos.

—Por algún lugar entra aire. —Se lamió el dedo índice y lo levantó sobre su cabeza—. Creo que viene desde allá, de donde sacaste el muñeco ese. —Se acercó al rincón con cautela, ya no temerosa de los fantasmas sino de alguna rata o alguna araña que pudiera esconderse allí—. Acá la corriente de aire es más fuerte.

—No tiene sentido… las ventanas están atrás nuestro. Ahí solo hay una pared.

—Trae la linterna. Quiero ver qué hay.

Mientras Catriel subía la escalera, Maylén quitó algunas cajas viejas y las apiló donde no molestaran. Su hermano regresó con dos linternas, una grande y muy potente y la otra común y corriente. Le tendió esa a su hermana y encendió la más grande. El sótano pareció volverse más grande, como si la oscuridad al alejarse hubiera arrastrado las paredes con ella. Ahora sí podían ver los muebles y bicicletas viejas que habían quedado abandonados allí. Catriel iluminó la zona que le indicó su hermana. No se veía nada. Los ladrillos de esa pared ya habían quedado ennegrecidos por el tiempo.

—No veo nada raro, pero sí siento esa corriente de aire.

—Tiene que haber una puerta —dijo Maylén—. Quizás sea una entrada secreta. Muchas mansiones antiguas tienen pasadizos. —Se acercó a la pared y se colocó delante de su hermano—. A ver, iluminame acá… sí, creo que hay una rendija.

Algunos ladrillos tenían un corte vertical muy recto. Maylén lo siguió subiendo con el dedo hasta que encontró otro corte igual, pero horizontal. Si seguía todo el trayecto de esas líneas, se dibujaba un rectángulo más alto que ancho.

—Impresionante. Esto se puede abrir. Estoy segura. Es una puerta.

—Pero no hay picaporte —Catriel se acercó tanto a su hermana que su bulto quedó apoyado en las nalgas de ella. Maylén sintió que el miembro de su hermano aún conservaba cierta rigidez; pero en ese momento no le importó—. No me entra ni una uña en estas rendijas.

—¿Habrá que usar una barreta? O quizás tiene un sistema de palancas o botones.

—Si hay un botón para abrirla, no debe estar muy lejos de acá.

—Así es, no tiene sentido poner lejos el mecanismo de apertura.

Maylén y Catriel comenzaron a presionar todos los ladrillos. Ella se encargó de los que estaban dentro del rectángulo y su hermano de los de afuera. Mientras realizaban esta tarea, los roces entre ese miembro viril y las nalgas de Maylén se iban haciendo cada vez más intensos. Catriel no lo hacía a propósito. Se acercaba más a su hermana sin darse cuenta, concentrado en la pared. Aunque sí se sentía agradable que su verga se pusiera más dura al presionar contra esa cola. Incluso la propia Maylén se empezó a acalorar. Sí, claro… es su hermano; pero ya había visto el pedazo de pija que tiene Catriel y alguna vez, en secreto, le había dedicado alguna paja. No exactamente dedicada a su hermano… no, solo a su verga.

Eso pasó una tarde, hace ya unos años, cuando sorprendió a Catriel haciéndose una paja. Por suerte él no llegó a verlo, estaba acostado en la cama con los ojos cerrados y la verga completamente dura. De pronto el glande comenzó a escupir leche a chorros, parecía un volcán. A Maylén le impactó tanto ver eso que, cuando el espectáculo terminó, fue corriendo hasta su cuarto y empezó a tocarse la concha. Había quedado muy mojada y acalorada. Fue la primera vez que vio una verga en vivo y en directo… y encima la vio eyaculando. Mientras se colaba los dedos se preguntó qué se sentiría al tener una verga como esa metida bien adentro de la concha… ¿y cómo sería recibir todas esas descargas de semen adentro? Fue una de las pajas más estimulantes de su vida. Maylén sabe que tiene cierta predilección por las vergas grandes y cree que su hermano en parte es responsable por eso.

De pronto se escuchó un “click” metálico seguido de un deslizamiento sordo.

—¡Se está abriendo! —Exclamó Catriel—. Mirá, este ladrillo es un botón.

Señaló uno de los ladrillos que estaba junto al ángulo superior izquierdo de la puerta. Maylén admiró asombrada como la pared se deslizaba hacia adentro de esa habitación secreta. Entraron de inmediato, apuntando hacia todos lados con sus linternas. Era un cuarto pequeño con una robusta mesa de madera en el centro y varios muebles a los costados y vasijas de cerámica. La mesa tenía un candelabro de tres velas en el centro y nada más. En los muebles había libros y grandes rollos de papel sobresalían de las vasijas.

—Mirá, ahí hay otra puerta —señaló Maylén.

Justo frente a la puerta que habían cruzado, había otra; pero esta no estaba oculta. Era una simple puerta de madera, parecía vieja y pesada. Tuvieron que tirar entre los dos de una pesada arandela de hierro hasta que consiguieron abrirla. Un largo pasillo apareció ante ellos, ni la luz de las dos linternas combinadas llegaba mostrar el final de ese túnel subterráneo.

—¡Increíble! Parece el búnker de los nazis. Ese que tenía Hitler en Berlín. Tenemos que explorarlo ya mismo.

—¿Estás segura? No sabemos adónde podría llevarnos…

—¿Y qué problema hay? ¿Acaso tenés miedo?

Por lo pálido que estaba Catriel, ella supo que sí. Maylén también tenía miedo; pero no lo admitiría ni bajo tortura. Meterse en una cueva oscura sin saber con qué se puede encontrar uno siempre es una situación atemorizante. ¿Y si hubiera ratas? ¿O gigantescos cubiles arácnidos? ¡Hasta podría haber murciélagos!

Aunque lo que más atemorizaba a Catriel eran cosas no tangibles. Su cerebro aún no descarta la posibilidad de encontrar fantasmas o algún tipo de espíritu maligno. Aún así, su hermana mostró tanta determinación que le dio ánimos para seguir.

—Está bien… vamos a explorarlo.

—Así me gusta —dijo Maylén con una sonrisa—. Vos vas adelante, sos el más prescindible de los dos.

Catriel dedicó entornó los ojos y la miró, ella ni siquiera volteó para verlo. No tenía caso discutir, de una u otra manera él tendría que liderar el paso… al fin y al cabo, él es el hombre de la casa.

Dio dos pasos hacia adelante y la oscuridad comenzó a retroceder.


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Lilén estaba modelando para su madre, prefería quedarse allí y evitar que Catriel y Maylén le insistieran con revisar el sótano.

—Si te vas a masturbar, hacelo sin moverte mucho —dijo su madre mientras daba pinceladas en el lienzo.

Lilén estaba completamente desnuda y había empezado a acariciarse la vagina sin darse cuenta.

—Perdón, es que estoy muy excitada.

—¿Y sabés el motivo?

—No lo sé… simplemente me levanté caliente. Me hice una paja a la mañana; pero no alcanzó.

Lilén fue la primera en desarrollar una confianza extrema con su madre, la primera en hablar con total soltura de sus prácticas de autosatisfacción. A ella, al igual que a Rebeca, estas conversaciones le resultaban totalmente naturales. Creía que toda hija debería poder hablar de su madre sobre su vida sexual (casi) sin filtros. Le gustaba que Rebeca le respondiera con la misma naturalidad.

—A veces me pasa. —Con sutiles pinceladas estaba dándole volúmen a los pequeños pechos de su hija, el cuadro avanzaba satisfactoriamente—. Ayer por ejemplo, tuve que masturbarme cinco veces y no me quedé satisfecha… y eso que usé el dildo.

—¿Las cinco veces?

—Sí.

—¿Y cómo es eso de que no querés que seamos adictas al dildo?

Rebeca dejó el pincel y miró a su hija a los ojos.

—Lo sé, pero… este es un caso especial.

—¿Por qué? ¿Acaso creés que podés controlarlo por ser más grande?

—No, para nada. Es que yo… mmm… bueno, creo que ya es hora de hablar de esto con alguien —se acercó al sofá en el que estaba recostada su hija. Rebeca no tenía nada cubriendo su cuerpo, su vello púbico rojizo brilló cuando fue alcanzado por los rayos de sol. Lilén los miró hipnotizada. Su madre se sentó y ella apoyó la cabeza en su regazo. Los dedos de Rebeca buscaron inmediatamente los pezones de su hija y comenzaron a darle sutiles pellizcos—. No te burles de mí por decir esto: creo que hay un espíritu dentro mío.

—No me parece algo para reírse. De hecho, me da un poco de miedo.

—No te asustes. No creo que sea un espíritu maligno… solo uno muy lujurioso. Creo que es femenino.

—Oh, interesante —Lilén aceleró el ritmo de su masturbación, ahora se metía los dedos en la concha—. ¿Y cómo se siente tener un espíritu adentro?

—Candente. Es como una llama que casi nunca se apaga. Me mantiene excitada todo el día.

—¿Y ahora estás excitada?

—Mucho.

—Yo te puedo ayudar con eso.

Lilén dio la vuelta, quedando boca abajo. Rebeca, entendiendo lo que iba a hacer, separó una de sus piernas permitiéndole a su hija lamerle la concha. Desde los primeros lengüetazos Rebeca supo que eso era justamente lo que necesitaba.

—¿Esto le gusta a ese espíritu?

—Sí, definitivamente. Puedo sentirla ardiendo dentro de mí… mmm… es una delicia. Pasame la lengua por el clítoris. —Lilén obedeció. Rebeca cerró los ojos—. Uff… sí, muy rico. ¿Sabés una cosa? A este espíritu le gustan algunas… perversiones.

—¿Como cuáles?

—Bueno… disfruta mucho del sexo lésbico, a pesar de que eso a mí no me pasa tanto. En especial si chupo una concha.

Lilén miró a su madre a los ojos.

—¿Y cómo sabés…? ¿Alguna vez chupaste concha?

—Sí, hija.

—Pensé que odiabas a las lesbianas.

—No las odio… seguí chupando, te cuento lo que quieras, pero no dejes de chupar. —Lilén se lanzó de nuevo contra los carnosos labios vaginales de su madre, le metió la lengua por el agujero—. Sí, así… qué rico… mmmm. Como decía… no odio a las lesbianas, pero no te olvides que mi mamá es una mujer muy religiosa. Se pasó toda la vida diciendo que el sexo lésbico es pecado. Algo que va en contra de “la naturaleza”.

—¿Y vos te creés eso?

—No es que me lo crea, es que… lo entenderías si te lo hubieran dicho durante toda tu vida. Si veo dos mujeres teniendo sexo, siento rechazo inmediatamente. Es difícil reaccionar de otra manera. Mi cerebro fue entrenado para reaccionar así.

—A mí me gusta coger con mujeres. ¿Te molestaría si yo fuera lesbiana?

—Sí. Lo mismo me pasaría con Maylén… o incluso Inara, aunque no creo que ella lo sea. Pero… mmm… ahora ya no lo veo como algo tan malo. Debe ser por ese espíritu que me grita desde adentro que el sexo lésbico es morboso y sensual.

—Entonces… mientras tengas ese espíritu ¿te puedo chupar la concha todas las veces que quiera? —Y se la lamió una vez más, de abajo hacia arriba.

—Mmm… si me la vas a chupar así… creo que sí. Me gusta mucho y me ayuda a aplacar a este espíritu tan lujurioso. Además… creo que le gusta el incesto.

—¿En serio? Wow… eso no lo vi venir.

—Le calienta mucho saber que sos mi hija y que me estás comiendo la concha. Arde en mi interior con más intensidad de lo normal.

—¿Y le calentaría si vos me la chupás a mí?

—Uf… no se me había ocurrido. —Rebeca sintió como si dentro de su cuerpo un volcán hiciera erupción, comenzó a menearse al ritmo de las lamidas de su hija—. Definitivamente sí. Quiere que te la chupe.

—¡Ay… si!

Lilén estaba tan entusiasmada que ni siquiera esperó a que su madre le diera la orden. Se dio vuelta, pasando los pies por encima de la cabeza de Rebeca y dejándole la concha sobre la cara.

—Dios, hija… que vagina más hermosa tenés. Me encanta que la tengas toda peladita… y tan rosada. A ella le encanta.

—¿Ella tiene nombre?

—No lo sé. No se comunica conmigo a través de palabras. Solo emociones.

—Mmm… ¿y qué te parece Elektra?

—Le gusta. Puedo sentirlo. Desde ahora la voy a llamar así. A Elektra le calienta muchísimo que seas tan jovencita.

—¿Ah sí? ¿Le gustan las pendejas?

—Sí, mucho. Le dan morbo las chicas jóvenes. En especial las que tienen la concha bien depilada. Creo que es porque yo la llevo siempre con pelitos, y esta se siente muy diferente. —La lengua de Rebeca pasó entre los labios vaginales de su hija—. Uf… eso se sintió delicioso. La tenés saladita… y un poquito dulce. —Lilén ya estaba practicándole sexo oral a su madre otra vez. Le agradeció a Elektra el cumplido con un buen chupón de clítoris—. Mmm… eso también le gustó. Creo que vos y Elektra se van a llevar muy bien. Ama esta concha tan perfecta.

Madre hija quedaron formando un intenso 69. Sus lenguas buscaban cada rincón de la concha de la otra y se metían por el agujero de vez en cuando, para beber los jugos que salían de allí. Se sacudieron y menearon sus caderas. Rebeca se aferró con fuerza a las nalgas de su hija y mantuvo su boca pegada a la vagina tanto tiempo como le fue posible sin respirar.

Estuvieron un rato largo chupando sin parar. El sol comenzó a bajar y la habitación fue quedando en penumbras. Después de lo que pareció una hora interminable, decidieron hacer una pausa. Lilén se acostó sobre su madre, apoyando la cabeza en una de sus grandes tetas. Le dio un chupón al pezón mientras le metía los dedos en la concha. Rebeca también la penetró de la misma manera.

—¿Alguna vez habías sentido algo parecido a esto? —Preguntó Lilén—. Este nivel de morbo… de excitación. Y de sentir que estabas haciendo algo prohibido.

—Em… sí, te lo cuento si prometés no contarle a nadie.

—¿Ni siquiera a Inara?

—En especial a Inara. No quiero que les de ideas extrañas y terminen haciendo cosas que no quiero.

Lilén pensaba contarle que ya le chupó la concha a su hermana; pero luego de este comentario prefirió no hacerlo.

—Está bien, no le cuento a nadie. Esto queda entre vos y yo… y Elektra.

—Saber esto le puede molestar especialmente a Soraya. Ella nunca me creería si se lo cuento.

—Le molestó mucho que la abuela te llevara con ese doctor degenerado que te llenó la concha de pija.

A Rebeca se le subió la temperatura al escuchar a su hija hablando de esa manera. La besó en la boca y le metió bien hondo los dedos en la vagina.

—Sí, y eso fue exactamente lo que pasó después de la décima sesión. O quizás fue la undécima, no lo recuerdo exactamente.

—O sea que el tipo te cogió más de una vez.

—Uf… sí, me cogió un montón de veces. Y cogía tan rico que a mí me encantaba ir a visitarlo, era el mejor día de la semana. A veces hasta llevaba medias de encaje y portaligas para que me viera linda. A mi mamá no le gustaba mucho; pero yo le decía que era para que al doctor se le pusiera dura más rápido. Y ella me decía: “Pero hija, con ese culazo que tenés, es obvio que al tipo se le va a poner dura enseguida”. Ese día estaba vestida así, y él…

—Esperá… ¿la abuela siguió chupándole la pija para que se le pusiera dura? —Preguntó Lilén, con entusiasmo.

—Oh, sí… lo hacía sin que él se lo pidiera. Apenas yo comenzaba a desnudarme, ella se ponía de rodillas y empezaba a mamarle la verga. Lo hacía muy bien, con ella aprendí a hacer buenos petes. Mientras ella chupaba, yo me hacía la paja. El doctor a veces me chupaba la concha, supuestamente para lubricarme y dilatarme bien… otras veces hacía que yo le comiera la pija. Me arrodillaba junto a mi mamá y entre las dos se la chupábamos un buen rato.

—Ufff… me gustan más las chicas, pero eso de chupar una pija con otra mujer también me encanta.

—¿Y vos cuándo hiciste eso?

—Emmm… no importa, otro día te cuento. Contame cómo te cogía el doctor… ¿en qué posiciones?

—Por lo general yo me acostaba en la camilla con las piernas abiertas y él me daba duro. Otras veces me ponía de pie, con las manos apoyadas a la camilla, él me la metía por atrás… pero por la concha. Y otras veces decía que yo estaba demasiado caliente y que tenía que descargar energía. Entonces él se acostaba en la camilla, con la verga bien dura apuntando al techo, y yo me montaba sobre él. Me encantaba hacer esto. Me gustaba saltar sobre su verga y que mis tetas rebotaran como locas.

—¿Y a tu mamá le molestaba verte en esa actitud tan de… puta?

—En realidad no, y eso me sorprendió, porque yo también creí que le molestaría. Sin embargo, ella confiaba ciegamente en el médico. Si él decía que yo debía descargar energía, entonces tenía que esforzarme para hacerlo. Hasta me retaba si yo no lo hacía bien: “Más rápido, hija”, me decía. “Que entre toda bien fuerte… tenés que sentirla, porque sino no va a funcionar”. Yo le aseguraba que podía sentirla bien dura dentro de mi concha, podía sentirla bien adentro… y que me encantaba. A veces yo me ponía de espaldas al doctor y mi mamá se sentaba en la camilla justo frente a mí. Estábamos tan juntas que las tetas nos quedaban apretadas en el medio.

—Qué envidia, me encantaría tener tetas así de grandes.

—A mí me parecen hermosas las tetitas que tenés ahora —le dio un chupón a un pezón—. Mi mamá se sacaba la bombacha y saltaba conmigo, enseñándome cómo mantener el ritmo. Y para que aprendiera a hacerlo de forma apropiada, a veces me mostraba cómo lo hacía ella. Se metía la verga en la concha y comenzaba a saltar y a menearse de forma increíble. Yo no podía creer que mi propia madre, tan cristiana y conservadora, fuera tan buena para el sexo.

—Y tan picarona. La muy puta no se privaba de nada.

—Todavía no sé si lo hacía por placer propio o porque genuinamente quería ayudarme. Quizás un poco de ambas cosas. Una de las cosas que más me gustaba de esas sesiones era el final. Casi siempre terminaba igual, con mi mamá y yo de rodillas chupándole la verga al doctor hasta que él acababa.

—¿Y qué hacían con el semen?

—Lo tragábamos entre las dos, sin dejar de chupar. Eso, aunque no lo creas, fue idea de mi mamá. Ella decía que era una forma cortés de agradecerle al doctor por su ayuda. “A los hombres le gusta que nos traguemos su esperma”, me decía. También me incentivaba a que yo tragara la mayor parte.

—¿Por qué?

—Porque aseguraba que yo era muy hermosa, y que al doctor debía de gustarle mucho ver a una chica tan joven y hermosa con la cara y la boca llena de su semen. Me enseñó que las primeras descargas debían caer sobre mi cara, y después sí, meterme la verga en la boca y aguantar chupando fuerte hasta que saliera la última gota. Ella a veces me pasaba la lengua y se tragaba el semen que había en mi mejilla.

—Wow… tremenda puta.

—Lo hacía porque sabía que al doctor le gustaba verlo. En varias ocasiones, después de la descarga de semen, ella se puso en cuatro sobre una silla, con su concha peluda a la vista, y permitió que el doctor la penetrara durante un buen rato. Otra forma de agradecimiento. A mí me calentaba mucho ver cómo el tipo se la cogía. Me sentaba cerca de ellos y me pajeaba hasta acabar. Aunque no siempre acababa… a veces le pedía al doctor que me la metiera un rato más. Nos poníamos las dos en cuatro, una en cada silla, y nos turnábamos para disfrutar de la hermosa verga del doctor. Después nos daba de tomar su segunda descarga de semen, porque casi siempre había dos.

—Hay otro detalle importante. Si al llegar a casa mi mamá me preguntaba si estaba satisfecha. Si le respondía que sí, no pasaba nada. En cambio, si decía que no, tenía que seguir las instrucciones del doctor. Debíamos ir a la cama, nos poníamos de rodillas, enfrentadas, y ella me masturbaba tan fuerte como le era posible. El doctor aseguraba que si yo no descargaba toda mi energía sexual, luego sería más difícil aplacarla, por eso ella se esmeraba mucho. Me pajeaba duro hasta hacerme acabar.

—¿Y vos no la tocabas a ella?

—Al principio, no. Pero un día, mientras me estaba pajeando, me miró con un gesto de reproche y dijo: “Podrías ser un poco solidaria con tu madre y ayudarme a mí también. ¿Acaso vos sos la única que tiene derecho a quedar satisfecha?”

—En eso tiene razón.

—Sí, claro… así que empezamos a pajearnos juntas.

—Qué lindo, tal y como estamos haciendo nosotras ahora —los dedos de ambas entraban y salían rápidamente de la concha de la otra.

—Creo que por eso le gusta tanto a Elektra. Me activa los recuerdos que tengo de masturbarme junto a mi madre, completamente desnudas las dos, con los cuerpos muy sudados. A veces nos besábamos en la boca.

—¿Ah sí? ¿Y por qué?

—Por nada especial. Adquirimos la costumbre de besarnos cuando el doctor nos llenaba de semen la boca. Lo hacíamos sin pensar, de forma automática.

—¿Me das un beso, mamá?

Rebeca pegó sus labios a los de su hija y se quedaron así durante largos minutos, sin dejar de masturbarse. Ellas también tenían el cuerpo cubierto de sudor, por el calor y la humedad del monte.

—¿Ahí fue cuando sentiste un morbo parecido al de hoy? —Preguntó Lilén cuando el beso terminó.

—No exactamente. Todavía no llegué a ese momento específico.

—Entonces seguí contándome.

—Una vez llegué a mi casa a mitad de la mañana y escuché ruidos provenientes del cuarto de mi mamá. Al entrar la vi desnuda, saltando sobre la verga del doctor. Ella estaba mirando hacia la puerta. Se sorprendió al verme llegar, pero no se detuvo. Siguió montando esa verga rítmicamente. “¿Por qué llegaste tan temprano a casa?”, me preguntó. Yo estaba al borde de las lágrimas, no sabía cómo explicárselo… podría mentir, sin embargo opté por decir la verdad. “Me expulsaron del colegio mamá”, casi no podía contener el llanto. “¿Por qué?”, preguntó ella, indignada. “Es que le estaba chupando la verga a un profesor en el baño del colegio… y nos descubrieron”. Me gritó que yo era una puta desbocada, una degenerada… y lo hizo sin dejar de saltar sobre la verga. “Me imagino que al profesor también lo habrán echado, ¿quién era?”. “El profe Máximo Korvacik”

—¡Hey! ¡Ese es mi papá! —Exclamó Lilén, con una gran sonrisa—. ¿Él era tu profesor? ¿Y le chupaste la pija?

—Así es. Me parecía un hombre sumamente sexy… y tenía una verga muy grande. Tan grande como la de tu hermano. Sentí una atracción inmediata hacia él. Yo misma lo llevé hasta el baño y empecé a chuparle la verga. Le conté a mi mamá que cuando nos sorprendieron yo no pude disimular. “Tenía toda la boca llena de semen, y me lo tragué… como vos me enseñaste”. Y en lugar de enojarse dijo: “Al menos hiciste una cosa bien. Pobre profesor Korvacik, voy a hablar con la directora de tu colegio. No se merece que lo echen por culpa de una pendeja calenturienta que seguramente lo provocó”. “Sí que lo provoqué”, aseguré. “¡Lo sabía! Es que no podés contener toda esa energía sexual que llevás dentro. Y no quiero que termines siendo una puta. Vení para acá y sacate la ropa. Pensaba agradecerle al doctor por su ayuda; pero ahora tendrá que ayudarte una vez más”. El doctor aseguró que por su parte no había ningún problema.

—Un tipo muy servicial —dijo Lilén, con una risita picarona.

—Sí, aunque no era una máquina sexual. Ese día descubrimos que tenía límites. Me cogió durante un buen rato, yo toda desnuda, con las tetas apuntando al techo. Se sintió rico, venía de comerle la verga a otro hombre y ahora me la estaban metiendo. Era una auténtica delicia. Hasta que el doctor comentó que ya estaba por terminar. Yo le supliqué que no se detuviera, que aún necesitaba más de su verga, quería que me la metiera bien duro. Mi mamá lo incentivó a seguir: “Por favor, doctor… siga dándole. Es una chica demasiado calenturienta… y para colmo es bonita, si sale a correr detrás de las vergas de otros hombres… dios, ni quiero imaginarme lo que ocurrirá. Necesita que le den una buena cogida. Dele duro, doctor, que la nena ya no es virgen y aguanta bien los vergazos”. “No podría rehusarme a disfrutar de una jovencita tan hermosa”, dijo el tipo. A lo que mi madre agregó: “Deléitese con ella, doctor. Chúpele las tetas. Métale los dedos por todos los agujeros. Disfrute de esa concha tan linda que tiene. ¿Le gusta la concha de mi nena? Entonces dele duro… no deje de darle duro”. Ella se masturbaba a mi lado y yo gemía cada vez más fuerte.

—Uf… qué morboso —dijo Lilén, mientras disfrutaba de los dedos de su madre—. ¿Y qué pasó?

—Lo que tenía que pasar: el doctor acabó dentro de mi concha. “Disculpe, señora Dimitri, su hija me llevó al límite. No pude aguantar más”, aún no había sacado la verga de mi vagina, pero yo podía sentirla llena de su leche. “No es su culpa, doctor”, dijo mi madre. “Es culpa de esta puta sedienta de semen. Es insaciable… y demasiado atractiva. Es lógico que un hombre no pueda aguantarle el ritmo. Además… estuvo haciéndolo conmigo largo rato antes de que ella llegara”. “Muy cierto”, aseguró el tipo. “Lamento no haber podido seguir, porque su hija evidentemente no quedó satisfecha… y ya sabe que eso puede ser un gran problema”. Mi madre me preguntó cómo me sentía. “Hoy estoy más caliente de lo habitual, porque me gustó mucho chuparle la verga al profesor Máximo”. “Vamos a tener que aplicar medidas desesperadas, señora Dimitri. Sé que esto no le va a gustar; pero debe hacerlo”. La cara de mi madre se desfiguró, porque entendió perfectamente a qué se refería el doctor.

—¿Tenía que chuparte la concha?

—Así es. Y no le dio mucho tiempo para decidirlo. Le pidió que iniciara la acción apenas él sacara la verga. Y así lo hizo. Cándida se tiró de cabeza entre mis piernas en cuanto el miembro del doctor se retiró. Pude ver cómo el semen caía en abundancia dentro de su boca. No le dio importancia, ya estaba acostumbrada a tomárselo. Empezó a chuparme con fuerza, como si estuviera succionando toda la leche que había quedado dentro de mí. “Mirá las cosas que tengo que hacer por tu culpa, puta calenturienta”. “Perdón, mamá… perdón. Te juro que no quiero ser puta”, le contesté. Y de verdad que no quiero. Nunca quise serlo. Recién ahora entiendo por qué a veces no puedo controlar mi calentura. Creo que Elektra siempre estuvo dentro de mí… esperando a ser complacida.

—Es muy posible, porque no te podían quitar la calentura ni a pijazos.

—Exacto. Y cuando mi mamá me chupó la concha, sentí un morbo muy similar a cuando te la chupé a vos… o a la primera vez que vos me la chupaste. Sabía que era incesto… y encima sexo lésbico. Sin embargo me resultó sumamente atractivo. A Elektra le gustó.

—¿Y te la chupó mucho?

—Si, me la chupó sin parar durante largo rato. Curiosamente al doctor se le volvió a poner la pija dura, pero no me la metió a mí. Penetró la concha de Cándida y empezó a darle duro.

—¿No le preguntó por qué hizo eso?

—No, simplemente siguió chupando y chupando. Creo que entendió que a mí me estaba gustando mucho, porque yo gemía y me sacudía todo el tiempo. Tuve fuertes espasmos en la concha y acabé en su boca.

Con esto Rebeca concluyó su relato. Ya no pudo seguir porque Lilén volvió a ponerle la concha en su cara y no tuvo más opciones que empezar a chupar. La jovencita se inclinó hacia adelante y volvió a lamer el clítoris de su madre. Si fuera por ella, se quedaría así todo el resto de la noche que ya había caído sobre El Pombero.

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