La Mansión de la Lujuria [22]

Capítulo 22.

La Suspensión del Placer.

Lilén aún no podía creer que Romina la hubiera delatado. Nunca había sentido una traición tan grande. Creía que esa chica estaba de su lado, que se pondría feliz al poder liberarse de esos hombres que la usaban como muñeca sexual. Pero todo parecía indicar que la muy puta estaba allí por voluntad propia.

«¿Y ahora quién me va a soltar?», pensó.

Inara y Lilén habían experimentado más de una “conexión de gemelas”. Esos momentos en los que sus almas parecen unidas, sin importar la distancia que las separe. A veces sienten que la otra se encuentra triste o enojada, a pesar de no estar en la misma casa. Al llamarse por teléfono comprueban que su intuición no les mentía. Ahora mismo Lilén siente que Inara está buscándola. No tiene forma de probarlo, ni siquiera sabría explicar por qué lo sabe. Pero lo sabe.

«Ojalá llegue a tiempo. Vamos, Inara… apurate».


———————


Los pasillos parecían infinitos e idénticos. Más de una vez Inara estuvo segura de que ya había pasado por ese sitio. En otras ocasiones, creyendo que ya estaba en un pasillo previamente visitado, se encontró con otra casa detrás de una rendija. Se tomó algunos minutos para espiar a sus vecinos, solo para comprobar que Lilén no estuviera allí. No sabía exactamente dónde estaba su hermana, así que no podía descartar nada.

Una de las rendijas que encontró le llamó especialmente la atención. Estaba conectado al cuarto de una preciosa morocha de firmes tetas, una mujer que irradiaba poder y seguridad por cada poro. Le recordó un poco a Narcisa, la bruja; pero no era ella. Inara no tenía idea de quién era esa mujer desnuda que secaba su cuerpo con una toalla, aún así no pudo dejar de mirarla.

Pocos segundos después entró otra mujer, también desnuda y con una toalla en la mano. Era idéntica a la primera, pero más joven.

—¿Ya te sentís mejor? —Preguntó la mayor de las dos, sin voltearse para ver a la recién llegada.

—Sí, el agua estaba muy rica… pero más rica estabas vos.

La más joven apoyó las tetas en la espalda de la otra y comenzó a acariciarle el abundante vello púbico negro.

—¿Otra vez con esto, Maxinne?

—Ay, mamá… ¿ahora me vas a decir que te molesta?

Inara ya sospechaba que esa jovencita podría ser la hija de esa imponente mujer y al corroborarlo sintió cómo su concha se humedecía. Le resultó morbosamente atractivo presenciar un acto incestuoso entre madre e hija… porque sí, esto ya se había convertido en un acto de incesto. La tal Maxinne bajó su mano y comenzó a acariciar el clítoris de su madre, mientras la besaba en el cuello.

—No es que me moleste —dijo la madre—. Pero es un exceso del que no debemos abusar. Ya hablamos de esto.

—¿Y de qué tenés miedo? —Preguntó Maxinne, metiendo dos dedos en la concha de su madre—. ¿Que en el pueblo digan que la respetable Melania Jalenik se acuesta con su hija? Ya es tarde para eso, mamá… es un rumor que circula por todo el Pombero.

—Sí, pero es simplemente eso: un rumor. Lo que me preocupa es que la gente lo sepa.

—Estamos solas, mamá… acá nadie puede vernos.

—Las paredes tienen ojos.

El corazón de Inara dio un vuelco. Por un momento creyó que Melania sabía que ella estaba ahí, que conocía esas rendijas secretas y que la había escuchado. Luego se relajó al ver que Melania giraba y le daba un beso en la boca a su hija. Inara se dio cuenta de que era imposible que supieran que ella estaba ahí… siempre que se mantuviera en silencio, era indetectable.

—Hacé lo que tengas que hacer —cedió por fin Melania.

Se acostó en la cama dejando que sus piernas colgaran por uno de los laterales, y las separó. Maxinne se arrodilló ante ella y sin mediaciones comenzó a chuparle la concha. A Inara le sorprendió que lo hiciera con tanta soltura, como si esta acción fuera parte de su rutina diaria.

Inara volvió a olvidar su objetivo y su mano pasó a visitar su húmeda vagina. Se masturbó sabiendo que quería hacerlo. Melania cerró sus ojos y se acarició las tetas mientras disfrutaba de la lengua de su hija.

—¿Qué pasó con la putita pelirroja? —Preguntó Maxinne con total naturalidad—. La vi entrar a casa… pero no la vi salir.

Inara se puso en alerta, detuvo sus traviesos dedos y escuchó atentamente. Esa “putita pelirroja” no podía ser otra que Lilén.

—Nos divertimos con ella —respondió Melania—. Hay que reconocer que la pendeja es un primor.

—Eso no lo discuto. Pero… esta gente de la mansión va a comportarse como si fueran los dueños del pueblo, tarde o temprano. Hay que mostrarles que acá no mandan sobre nadie.

—Exacto —Melania acarició el cabello negro de su hija—. Por eso le dimos una lección. Arturo Blasi se estará divirtiendo con ella ahora mismo.

Arturo Blasi. Había escuchado ese nombre antes. Inara soltó un quejido que Melania y Maxinne pudieron oír. Las dos se quedaron muy quietas, mirando para todos lados.

—¿Qué fue eso? —Preguntó Maxinne.

—Debió ser la casa… es muy vieja y las maderas crujen.

—Eso no fue una madera. Fue un fantasma.

—Ay, no digas tonterías, Maxinne. Los fantasmas no existen.

—No dirías eso si hubieras visto al que deambula en la mansión. Yo lo vi. Estaba en una ventana, mirando para afuera y…

Inara no se quedó a escuchar el final de la conversación. Volvió sobre sus pasos intentando hacer memoria. ¿Arturo Blasi? ¿Por qué le sonaba ese nombre?

Hasta que por fin lo recordó:

—El carnicero —susurró.

Ese hijo de puta tiene a Lilén… «Arturo Blasi debe estar divirtiéndose con ella ahora mismo». El corazón se le subió a la garganta. No quería imaginar lo que ese sujeto le estaba haciendo a su hermana. Temió lo peor.

Debía volver rápido a su casa, sería más fácil localizar la casa del carnicero desde la superficie. Parada frente a ese laberinto de pasillos estrechos Inara se dio cuenta de que no sabía cuál era el camino de regreso.


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La puerta se abrió y los tres hombres ingresaron con las energías renovadas después de un descanso. Lilén no sabía si habían pasado solo unos minutos o muchas horas. Allí encerrada y colgada del techo no tenía mucha noción del tiempo. El aburrimiento se mezclaba con el temor; pero en ningún momento perdió la esperanza. Sabía que su hermana gemela la estaba buscando.

El líder de la banda se le acercó y la tomó del mentón con suavidad. La miró en silencio durante unos segundos, Lilén solo podía ver los ojos de ese tipo, la atravesaban como un cuchillo ardiente.

—Cómo nos vamos a divertir con vos, preciosa —la voz profunda le resultó extrañamente familiar; pero no podía recordar dónde la había escuchado antes.

Lilén pensó que tendría más tiempo desde el ingreso de esos tres hombres hasta que la acción comenzara. Tenía fe de que en ese interín su hermana entrara a rescatarla, o al menos que pudiera asimilar de mejor manera lo que estaba apunto de ocurrir. Pero no fue así.

Los hombres no querían perder más tiempo. La verga del líder ya estaba ganando cierta rigidez. Con sus pesadas manos hizo que la cabeza de Lilén bajara y, sin darle tiempo a protestar, se la metió en la boca.

Sin embargo Lilén no estaba dispuesta a dejárselo tan fácil. Ya estaba harta de que todos los tipos del pueblo la usaran como muñeca sexual. Apartó la cara y cerró la boca apretando los dientes. El tipo intentó meter la verga otra vez, y ella se resistió.

—Muy bien, si querés que nos pongamos más técnicos… podemos hacerlo —dijo el hombre, sin perder la calma.

Uno de sus asistentes le alcanzó un extraño armazón metálico sostenido por cintas de cuero negro. Lilén no tenía idea de qué era eso, nunca había visto algo así. El tercer hombre se le acercó por detrás y le tiró del cabello, obligándola a abrir la boca. El líder aprovechó ese momento para meterle el armazón metálico. Luego, antes de que ella pudiera reaccionar, ataron las cintas de cuero en su nuca. Lilén descubrió que ya no podía cerrar la boca, ni con toda la fuerza del mundo. El líder volvió a meterle la verga en la boca y en esta ocasión ella no pudo hacer nada. El glande llegó hasta el fondo de su garganta.

La joven pelirroja emitió sonidos guturales mientras la verga se movía dentro de su boca. La saliva chorreaba en abundancia por la comisura de sus labios. De reojo pudo ver a Romina, de rodillas junto a ella, chupándole la verga a los otros dos tipos. Lo hacía como si fuera un servicio técnico: ella debía ponerle las vergas bien duras para que ellos pudieran jugar con la pelirroja.

Lilén quería insultarlos, y de verdad lo intentó; pero con ese aparatejo y el enorme miembro golpeando al fondo de su garganta no pudo decir ni una sola palabra.

«Por favor, Inara… apurate… apurate».


————————


La desesperación de Inara iba en aumento. No solo se sentía una inútil, por estar llegando tarde a ayudar a su hermana, sino también por no recordar el camino de regreso. Los pasillos ahora le parecían interminables, infinitos. Uno igual al otro… excepto porque algunas paredes parecían estrecharlos ¿o acaso era su imaginación? Ya estaba hiperventilando un poco. Corría de acá para allá sintiendo que el aire le faltaba.

«¿Y si me muero acá?», pensó, con el corazón en la boca.

Definitivamente fue una tontería emprender una misión de rescate sin la ayuda de sus hermanos. Seguramente Catriel sabría cómo salir de este apuro.


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Lo que Catriel no entendía era por qué se habían desviado del camino hacia el cementerio. Era el sitio más claro para buscar a Lilén. Pero Soraya insistía que primero debían ir hacia el norte, y no hacia el oeste. Lo que no quería explicarle a su sobrino era que le aterraba volver a ese maldito cementerio y encontrarse otra vez con ese ser de piel oscura. Le hubiera encantado quedarse en casa, con Inara; pero las gemelas despiertan en ella un instinto maternal irrefrenable. Se moriría si les pasara algo. «Y por eso deberíamos buscar a Lilén en el cementerio», la invadió un pensamiento incómodo. ¿Y si a Lilén la había secuestrado el Pombero? ¿Sería eso posible? Había escuchado leyendas sobre ese ser de la mitología del noreste argentino y sabía que el secuestro de jovencitas era parte de su repertorio.

—Ya está tía, acá no hay nada, más que árboles. Si seguimos nos vamos a perder. Mejor vayamos al cement…

Catriel se quedó mudo de repente. Frente a sus ojos se abrió un claro que parecía sacado de una película de fantasía. Quizás se debiera a cómo la luz del sol impactaba sobre el estanque circular o al intenso verde de la maleza que rodeaba el claro.

—Wow… este lugar es hermoso —dijo Soraya.

—Y al parecer los Val Kavian pensaban lo mismo.

—¿Por qué lo decís?

—Allá, entre las enredaderas… hay construcciones. Como si hubieran intentado armar un jardín con piedras o algo así… aquella piedra grande… parece una mesa.

Se acercaron a la mencionada piedra y notaron que había unos extraños dibujos sobre ella. No era como los que encontraron en la mansión, pero definitivamente se trataba de runas. Soraya no quería ni tocarlas.

—Bueno, descansemos un poco acá —le dijo a su sobrino—. Puede que Lilén ande cerca… o que en algún momento encuentre este lugar.

—Lo dudo mucho, es difícil de ver de lejos. Nosotros lo encontramos de pura casualidad. Pero bueno, me imagino que podemos esperar un poco… mientras tanto…

El muchacho sacó su verga, grande y flácida, y comenzó a sacudirla frente a los ojos de tu tía.

—No Catriel, ni hablar. No te voy a chupar la verga en este lugar. ¿Y si alguien nos ve?

—Nadie nos va a ver, estamos en el medio del monte. Acá no hay ni un alma. Dale, tía… me muero de ganas. Y no me digas que vos no. Sé muy bien lo que hiciste mientras yo estaba inconsciente…

Soraya se puso pálida. Al parecer su sobrino recordaba todo. Aunque lo que Catriel creía era que su tía le chupó la verga. No tenía recuerdo de que esas hubieran sido Inara y Lilén. Su confundida mente le puso la cara de Soraya a esas melenas pelirrojas.

—Eso fue distinto —se defendió Soraya—. Lo hice porque la bruja me lo pidió… dijo que con eso te ayudaríamos a despertar… y tenía razón. Funcionó. Pero definitivamente no te la voy a chupar.

—¿Estás enojada conmigo?

—No, corazón. Es solo que… ya hablamos de esto. Soy tu tía. No está bien… y no quiero que te acostumbres a esto. Y te lo digo con mucho pesar, porque sé por lo que debés estar pasando.

—¿A si?

—Sí, claro. Esa casa… tiene una influencia extraña sobre nosotros. Yo también debo luchar contra la tentación sexual todo el tiempo.

—Qué extraño, creí que para vos sería más fácil —dijo Catriel, sin dejar de sacudir su verga—. Teniendo en cuenta que fuiste monja, ya deberías estar acostumbrada a luchar contra la tentación.

Soraya guardó silencio por unos segundos y miró fijamente ese miembro viril que iba creciendo de tamaño.

—Nunca me resultó fácil luchar contra la tentación… en especial la sexual. Es uno de los grandes dilemas de mi vida.

—¿Tiene que ver con que te hayan expulsado del convento?

—A mí no me… —Soraya miró la cara de su sobrino, tenía una expresión que decía: “A mí no me mientras, porque sé la verdad”—. ¿Cómo te enteraste? ¿Te lo contó tu madre? Porque si es así… la voy a matar.

—No me lo contó nadie. Me di cuenta porque te da vergüenza hablar de tus años como monja. Es como si quisieras hacer de cuenta que eso nunca pasó.

—Oh… sos un chico muy perceptivo.

—Puede ser… y ahora estoy percibiendo que vos también estás caliente. Se te nota en los pezones… los tenés duros.

Soraya vio como sus grandes tetas cubiertas de sudor estiraban al máximo la remera blanca sin mangas que había escogido para ese día. La humedad transparentaba la zona de sus pezones, podían verse casi como si no tuviera nada puesto.

—Y también sé que no tenés ropa interior.

Catriel se acercó y metió la mano por debajo de la corta falda de su tía. Se encontró con unos viscosos labios y un pubis poblado de vellos. Metió dos dedos en la concha y dijo:

—Estás muy mojada.

—Uf… sí, ya te dije… es la casa… esa influencia sexual es muy fuerte.

—¿Hoy te masturbaste?

—Tuve que hacerlo —dijo Soraya, como si se estuviera confesando ante un sacerdote—. Me desperté con mucho calor entre las piernas. ¿Y vos?

Sus dedos acariciaron suavemente el miembro de su sobrino, ya estaba completamente erecto. Notar esa rigidez masculina hizo que la concha se le mojara aún más.

—Me desperté con la verga dura —admitió Catriel—. Pero no hice nada, simplemente esperé a que bajara. —Mientras le metía los dedos a su tía pensaba en lo que le había dicho la bruja. ¿Sería verdad? ¿Acaso tiene un don natural para convencer a las mujeres de que se acuesten con él? Con esas dos hermanas funcionó, y ni siquiera lo conocían—. Podríamos ayudarnos mutuamente… ¿no te parece? —Catriel hizo girar a su tía y ésta quedó con las manos apoyadas en la piedra de superficie plana. El bulto de su sobrino quedó entre sus nalgas, solo la delgada tela de la pollera los separaba.

—Me encantaría poder ayudarte, Catriel; pero no así… no en un lugar como este.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? Apenas es mediodía, no nos va a agarrar la noche. Tampoco vamos a demorar tanto.

Eso tranquilizó un poco a Soraya, tenía entendido que el Pombero solo aparecía de noche o que, al menos, era más probable encontrarlo en la oscuridad. Parecía poco probable que apareciera en un descampado a plena luz del día… aún así, una parte de su ser recordaba que alguna vez fue monja. Debía mantener la compostura aunque el pene erecto de su sobrino presionara contra sus labios vaginales.

Pero cada vez le resultaba más difícil. «Vamos, Soraya… vos podés contenerte. No dejes que la tentación te venza». Catriel levantó su pollera y le pasó el glande entre los jugosos labios vaginales. Cada fibra del cuerpo de Soraya tembló. Llevaba años sin tener una verga tan cerca de su concha. Su sobrino la empujó más hacia adelante y a ella no le quedó más alternativa que subirse a la mesa de piedra, quedando así en cuatro patas, con el culo apuntando a ese miembro erecto.

No estaba enojada con Catriel, ni siquiera un poquito. Por extraño que pareciera, comprendía la actitud del joven. Esa casa los contaminaba con energía sexual día y noche… y el pobre no tenía con quien quitarse la calentura… y ella tampoco.

—¿Podrías mostrarme cómo te masturbaste hoy a la mañana? —Preguntó Catriel, mirando los gajos vaginales de su tía.

—No perdamos más tiempo… ya sabemos lo que va a pasar. No nos engañemos.

—¿Entonces? —Esto estaba resultando más fácil de lo pensado—. ¿Puedo?

—Sí… podés…

El glande se posó entre los húmedos labios vaginales y comenzó a entrar lentamente.

—¡Alto! —Gritó una voz femenina—. Ni se les ocurra hacer eso.

A Soraya casi le explota el pecho por el susto. Se relajó apenas un poco al ver que se trataba de Narcisa, pero la vergüenza volvió a aumentar cuando vio que Maylén venía con ella. Su sobrina la miraba con los ojos muy abiertos, como si le dijera: «Tía… ¿qué carajo estás haciendo? ¿Te ibas a coger a tu sobrino».

—Esto… esto… —Soraya quería decir la absurda frase “Esto no es lo que parece”; pero sí era lo que parecía.

—Salgan de ahí… ya mismo —insistió la bruja.

Catriel retrocedió, con su verga erecta aún fuera del pantalón. Maylén la miró fijamente, la bruja ni siquiera le prestó atención, ella miraba a Soraya y la mesa de piedra.

—Por suerte los encontramos a tiempo. Estuvieron a punto de cometer un gran error.

—¿Qué clase de error? —Preguntó Soraya, bajando de la piedra como si de pronto ésta quemara.

—Las runas… ¿las ven? —Todos asintieron—. Esta es una mesa de rituales de invocación. Y las runas no se pueden cambiar… porque están talladas sobre la piedra.

—¿Invocación? —Soraya se mostró preocupada—. ¿Qué íbamos a invocar?

—Vos sabés qué… ya lo viste.

—El Pombero —Soraya se tapó la boca con la mano.

—Uy, otra vez con esas boludeces —Maylén puso los ojos en blanco.

—No creo que sea una boludez —dijo Catriel—. Yo también lo vi. Hace poco, cerca del cementerio. Una figura oscura moviéndose entre las ramas. Creo que me estaba espiando.

—Narcisa y yo también lo vimos… desde cerca… muy cerca. Es real, Maylén. Podés ser todo lo escéptica que quieras, pero yo lo tuve muy cerca. Tanto que podía oír su respiración justo al lado de mi cara.

—Cualquiera que realice algún acto sexual sobre esta mesa estará invocando al Pombero —Explicó la bruja—. Y eso no es bueno, no en nuestra situación actual.

—¿A qué te referís con “nuestra situación actual”? —Quiso saber Catriel mientras guardaba su pene—. ¿Acaso hay alguna situación en la que eso podría favorecernos?

—Depende. Se sabe que el Pombero ayuda a quienes le ofrecen tributos… y alguien le ofreció alguno. Por eso volvió. Vos, Maylén… hace un rato me dijiste que sabías como llegar a este claro, que ya habías estado acá… con los guías. ¿Pasó algo?

Maylén se quedó muy tensa y apartó la mirada.

—¿Me estás jodiendo, hermana? —Dijo Catriel, con tono autoritario—. ¿Qué carajo hiciste?

Ella no respondió.

—Vamos, Maylén —insistió Soraya—. Sabemos que no creés en estas cosas, pero para nosostros es importante.

—Maylén —dijo Narcisa—. Si querés podés pensarlo de forma racional. Hay algo, o alguien, que habita esta isla… alguien además de los habitantes del pueblo. Esa persona vive en el monte, sin comunicarse con nadie… a menos que se le ofrezcan tributos sexuales. Está solo y no tiene con quién descargar sus ansias… y si cree que le van a ofrecer eso… bueno, es capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguirlo. ¿Qué fue exactamente lo que pasó aquella noche?

Maylén se mordió el labio inferior.

—Está bien, les voy a contar todo… pero no acá. Volvamos a casa, prefiero decirlo frente a toda la familia. Entiendo que me mandé una pequeña cagada…

—¿Pequeña? —Los ojos de Soraya se llenaron de rabia—. No tenés ni idea de la magnitud de esto.

—¿Y vos sí? Porque vos también sos nueva en este pueblito de mierda.

—Al menos yo sí entiendo el poder que pueden tener estas entidades. Creas en ellas o no.

—A mí no me hables en ese tono…

—Te hablo como se me da la gana…

—¡Basta! —La voz grave de Catriel las hizo callar en el acto—. Volvamos a casa. Es inútil buscar a Lilén en el monte. Ella nunca se metería acá… y si cabe la remota posibilidad de que alguien, o algo, se la haya llevado… va a ser mejor que entendamos lo que está pasando.

A pesar de las broncas y lo tensa de la situación, todas estuvieron de acuerdo con él. Emprendieron el camino de regreso, permitiendo que fuera Narcisa la que los guiara.

Maylén sintió genuina culpa. ¿Y si a Lilén le pasó algo malo por culpa de ella? De ser así, no podría perdonarse nunca.


———————


Inara llegó justo en el momento en que uno de los tipos se disponía a meterle la verga a Lilén. Su primera reacción fue gritarle, para que se detuviera; sin embargo se obligó a callar, por puro instinto de autopreservación.

Mientras buscaba el regreso a su casa, encontró la rendija para espiar la casa del carnicero. Sabía que esta era una posibilidad, porque la carnicería era una de las casas más cercanas a la mansión.

El panorama fue escalofriante y desolador. Nunca imaginó que encontraría a Lilén amordazada y colgada del techo, como si fuera una media res. Tenía una gruesa verga metida en su boca y un segundo tipo la estaba sujetando de la cintura mientras apuntaba su verga.

«¡Ay, no! Se la va a meter!»

Y se la metió nomás. Los ojos de Lilén se bizquearon cuando esa pija entró en su apretada concha como una locomotora entra a un túnel. Ya no había salvación. Se la iban a coger… entre los tres.

Inara se percató de que había otra chica, una jovencita de cabello negro. Ella, a pesar de estar completamente desnuda, no estaba encadenada. Le chupaba la verga al tercer tipo con muchas ganas.

¿Qué podía hacer? Debía ayudar a su hermana, pero no sabía cómo. Mientras guardara silencio, no podrían verla detrás de esa pequeña rendija… tenía tiempo para pensar, al menos tanto tiempo como Lilén fuera capaz de aguantar. Pensó en buscar a su hermano, Catriel sabría cómo resolver esto. Pero lo descartó de inmediato. ¿Qué podía hacer su hermano contra tres hombres fornidos? Y mucho menos ella… la acción directa no era una opción.

Lilén, que había sido desvirgada apenas unas horas atrás, no podía creer que ahora tuviera dos pijas metidas en sus agujeros… ¡otra vez! Recordó lo que hizo la banda de Maxinne con ella y lo mucho que le gustó la verga de Bruno… aunque no quisiera admitirlo. No podía permitir que su cerebro la traicionara otra vez. Quería estar enojada con esos tipos por estar haciéndole esto, sin embargo… no podía. Había algo morbosamente atractivo en esa situación. Era como si su líbido le estuviera diciendo: “Esta es la fantasía erótica que llevo reprimida”. Mientras la pija le taladraba la concha Lilén intentó ser sincera consigo misma. ¿De verdad de le calentaba que la cogieran a la fuerza y que la inmovilizaran? Sabía que algunas personas eran fanáticas del sadomasoquismo, y nunca entendió esas prácticas. Aunque sí vio algunos videos porno a los que les dedicó sus buenas pajas. Esos videos los miraba a escondidas, ni siquiera se atrevía a contarle a su hermana gemela. Tenía miedo de que Inara la tratara de “rarita” por encontrar atractivas las prácticas BDSM.

«¿Y si al espíritu que llevo dentro le gustaron esos videos? ¿Y si es el alma de Lissandra Val Kavian?». Se preguntó si a esa jovencita le gustarían estas mismas prácticas sexuales. Eso explicaría muchas cosas y le ayudaría a confirmar esa teoría. Mientras se la cogían Lilén intentaba comunicarse con ese espíritu que se hospeda en su cuerpo. No sabía cómo hacerlo… pero sabía que estaba allí, podía sentirlo.

Inara comenzó a buscar un método para entrar en ese sótano. Imaginó que si el sótano de su casa tenía una puerta secreta, quizás este también. Al fin y al cabo tantos túneles no podían tener una sola salida, eso sería ridículo. En la oscuridad tanteó la pared, buscando alguna rendija, palanca o botón. Lo que fuera.

A medida que su concha se iba acostumbrando al ancho de esa verga, la sensación se iba haciendo más fuerte. Podía sentirla. Quería preguntarle si en verdad era Lissandra Val Kavian, y que si se trataba de ella, era bienvenida. Deseaba que sus almas fueran hermanas.

«Si esto te gusta, no te voy a juzgar», le dijo Lilén a su alma hermana. Y la respuesta fue una fuerte descarga de placer que cruzó todo su cuerpo. Al mismo tiempo el tipo que le estaba metiendo la verga en la boca acabó, y ella tragó su semen. Le pareció delicioso sentir ese tibio líquido bajando por su garganta. Algo se le cayó por la comisura de los labios. Así Inara supo que a su hermana le estaban dando de probar leche.

«Pobrecita… aguantá, Lilén… aguantá… solo un poco más».

Por fin su búsqueda dio buenos resultados. Encontró un interruptor, una especie de palanca oxidada, adherida a la pared. No sabía si aún funcionaría, pero estaba segura de que era la forma de abrir alguna puerta secreta. Sin embargo no podía hacerlo, no en ese momento. Sería un gran error.

Si esos tipos la veían aparecer de la nada, no se asustarían. Al contrario, verían una nueva muñeca sexual con la que divertirse. Ella terminaría atada junto a Lilén, con todos los agujeros llenos de pija. No podía permitirlo. Al parecer la única opción era esperar.

—Te voy a sacar la mordaza —dijo el líder de la banda—, solo si prometés ser obediente. ¿Te vas a portar bien? —Lilén asintió con la cabeza—. ¿Le vas a chupar la verga a mi amigo? —Ella volvió a asentir—. Muy bien, así me gusta.

Desprendió la hebilla de las tiras de cuero y la boca de Lilén quedó liberada. No dijo ni una sola palabra. Cuando el segundo tipo se le acercó con su verga erecta, ella abrió la boca y empezó a chuparla.

«Pobrecita —pensó Inara—, debe tener mucho miedo».

Lo que no sabía era que Lilén estaba mamando esa verga por voluntad propia… de verdad quería darle una buena chupada, porque su alma hermana se lo pedía. Le gritaba que por favor le diera más… y Lilén quería demostrarle que era bienvenida y que quería saber más de ella… y de sus gustos sexuales. Lilén se sintió como la canalizadora de experiencias lujuriosas para un alma que ya no podía experimentarlas físicamente.

«¿Te gusta? ¿Te gusta?», preguntó para sus adentros.

Lilén comenzó a sacudirse. Inara creyó que era un intento desesperado por soltarse, pero en realidad la pequeña pelirroja quería que esas vergas entraran más fuerte en sus agujeros… y así lo entendieron los hombres que se la cogían. Ellos aprovecharon este balanceo, e incluso la ayudaron a hamacarse entre las dos pijas.

«Uf… dios… con razón le gusta esto… que puta pervertida». Ahora Lilén entendía mejor a su alma hermana y también entendía a las mujeres de esos videos porno de BDSM. Estaba sintiendo lo mismo que ellas en carne propia… y tenía un morbo descomunal.

Este morbo también afectó a Inara. A pesar de que se sentía culpable por reaccionar de esta manera, comenzó a masturbarse. Para hacerlo se bajó en pantalón, quedando desnuda de la cintura para abajo. Mientras se colaba los dedos le pedía perdón a su hermana, por estar pajeándose en esta situación. Pero… no podía evitarlo. Por un lado quería que esos tipos se detuvieran y dejaran a Lilén en paz… pero por el otro… quería que la llenaran de pija. Quería ver todos sus agujeros llenos de semen.

No intentó explicar por qué sentía esto en ese preciso momento, simplemente entendió que su hermana le parece muy sexy, y que a ella le calienta mucho verla cogiendo.

«Perdón, Lilén… perdón… te juro que no puedo hacer nada».

Lo único que podía hacer era planear una fuga… y para eso necesitaba que los tipos se marcharan. Y estos sujetos no iban a retirarse del sótano hasta que hubieran satisfecho sus vergas sedientas de placer.

Y Lilén ni siquiera estaba pensando en la posibilidad de fugarse. Ella solo quería conectar con su alma hermana. Cuando los dos tipos intercambiaron lugares, ella chupó la pija que había estado dentro de su concha y la disfrutó aún más que la anterior. Tenía el sabor de sus propios jugos sexuales… era como chuparle la concha a Inara.

Se preguntó qué pensaría Inara si se enterase de todo esto. ¿Debía contárselo?

La segunda verga que penetró su vagina se sintió fantástica. Ya estaba bien dilatada y lista para la acción.

«Ahora sí que pueden darme duro», pensó la pequeña pelirroja.

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