
La Mansión de la Lujuria [24]


Capítulo 24.
Danza de Espíritus.
Inara y Lilén regresaron a la casa cuando ya había caído la noche. Deambularon por el laberinto de túneles y se perdieron en varias ocasiones. Curiosamente la que peor se tomó eso fue Inara, quien estuvo a punto de tener una crisis de pánico. Lilén le dijo que mientras estuvieran juntas, no tenían nada que temer… y que su alma gemela las cuidaría.
A Inara le intrigó mucho eso de “el alma gemela”, le preguntó a qué se refería. Lilén le explicó que estaba convencida de tener el espíritu de Lissandra Val Kavian dentro de ella, desde que encontró su diario. Y que no, ni en un millón de años se lo dejaría leer, porque Inara ya tenía su propia alma gemela.
—¿Creés que Ivonne Berkel es mi alma gemela?
—Estoy segura de eso. Estabas destinada a leer su diario.
A Inara le gustó la idea de que ella e Ivonne tuvieran un vínculo tan intenso. No sentía su “espíritu” dentro de ella, pero sí estaba segura de que tenían una conexión muy grande. Inara sentía que la conocía de toda la vida. También entendió por qué ella no debía leer el diario íntimo de Lissandra, sería una invasión. Ivonne era para ella, Lissandra para…
—¡Hey! —Exclamó Inara, su grito retumbó en las paredes del laberinto—. Hasta coincidimos con la primera letra del nombre. Inara e Ivonne…
—Lissandra y Lilén. Tenés razón, no me había dado cuenta. ¿Ves? Te dije que había un vínculo.
Al regresar (por fin) a la mansión, creyeron que no había nadie. La casa estaba en silencio y todas las luces apagadas. No tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo en la habitación once. Ni se molestaron en revisarla.
Estaban muy cansadas, por lo que decidieron ir directamente a la cama. Al otro día inventarían alguna buena excusa para justificar la desaparición de Lilén.
—No podemos contarles la vedad —dijo Inara, mientras se acariciaban desnudas en la cama—. Si Catriel se llega a enterar de lo que pasó, va a querer matar a ese tipo… y a los otros dos.
—Y a todos los que me metieron la pija en lo últimos dos días.
—¿Hubo más?
—Sí, aunque eso pasó antes… después te cuento —le metió los dedos en la concha a Lilén—. Ahora solo quiero relajarme un poco.
—¿No se va a enojar mamá si hacemos esto?
—Mamá no tiene derecho a enojarse con nosotras. Te lo puedo asegurar.
Besó a su hermana en la boca y luego bajó hasta su entrepierna. Le lamió la concha en agradecimiento por haberla rescatado.
———————
Maylén y Narcisa le hicieron un resumen a Rebeca, para que entendiera por qué Catriel le estaba metiendo la pija a su propia tía. Durante toda la explicación el pibe no dejó de bombear duro… y Rebeca no apartó la mirada de ese falo erecto que tanto le recordaba al de su difunto marido.
—Si querés podemos suspender todo —dijo Maylén cuando terminó la explicación—. Sabés lo que opino de estos rituales.
Rebeca la miró con el ceño fruncido.
—No vamos a suspender nada. Si Narcisa considera que esto es importante, entonces le creo. Y si puedo ayudar en algo, cuenten conmigo.
—Eso sería maravilloso —dijo la bruja—. Que Soraya esté participando del ritual es algo que gusta a los espíritus… pero seguramente les gustará más si vos tomás su lugar.
—¿Qué? —Soraya abrió grandes los ojos—. Pero…. pero… ¡es la madre de Catriel!
—Justamente por eso sería mejor —insistió Narcisa—. Estos espíritus son lujuriosos… y aman el incesto. Basta con mirar las fotografías para darse cuenta. Se nota que acá hay hermanas, madres, hijas… padres… hijos. Todos copulando entre ellos.
—¿Estarías dispuesta a hacer eso, mamá? —Preguntó Maylén.
—Es una locura —dijo Soraya— ¿Y qué voy a hacer yo? ¿Quedarme mirando?
—Ah, ya veo —dijo Catriel, sin dejar de meterle la verga—. Te molesta que ya no coja a vos.
—No, no… no es eso —Soraya se sonrojó—. Es que… me hace sentir rechazada, como si de pronto yo no sirviera para nada.
—No es cierto, Soraya —dijo la bruja—. Vos tenés un poder inmenso, quizás tan grande como el mío… o más. Aunque tu poder se canaliza de otra manera, en el fondo son lo mismo. Ya hablamos de esto. Vos podrías ayudarme con el ritual… podemos hacerlo juntas.
—¿De verdad? Em… yo no sé qué hacer…
—Basta con que estés dispuesta a hacer todo lo que yo te diga… sin quejarse. Sin dudarlo.
—Tenés que mostrarle convicción a los espíritus —dijo Rebeca.
Maylén estuvo a punto de decir que todo esto era una tontería. No lo hizo porque estaba muy excitada. Quería ver hasta dónde eran capaces de llegar con esta locura.
—Sí, sí… lo sé… —se mordió el labio inferior y cerró los ojos, parecía que estaba disfrutando en serio las penetraciones de su sobrino—. Voy a hacer todo lo que me pidas.
—¿Y vos, Rebeca?
—Sí, yo también.
—Muy bien. Hagamos bailar a los espíritus.
Maylén fue a buscar algo que sirviera de venda. Volvió con un gran pañuelo de hilo, de esos que a su madre le gusta llevar atados al cuello. Era negro con grandes flores rojas estampadas. Maylén pensó que hacía juego con el clima de la habitación once.
Rebeca tomó el lugar de su hermana, se puso en cuatro patas en el suelo. Catriel estaba de rodillas detrás de ella, con la verga apoyada en las nalgas de su madre. Aún no la había metido. Rebeca dijo que necesitaba unos minutos para asimilar lo que iba a ocurrir…
—Al fin y al cabo no todos los días una madre recibe la verga de su propio hijo.
—Entiendo, pero no tenemos demasiado tiempo —dijo la bruja.
—Y en realidad nunca vas a estar lista para lo que va a pasar —aseguró Soraya.
—Sí, es cierto.
—¿No estás enojada conmigo, mamá? —Preguntó Maylén mientras le vendaba los ojos—. Digo… por lo que pasó en el monte.
—¿Enojada? No. Preocupada: sí, muchísimo. Solo saber que a mi hija le hicieron todo eso en el medio del monte… que dos hombres jugaron con ella de esa manera.
—Mmm… si eso te preocupa, lo que viene ahora no te va a gustar nada.
—Ay, no… hija… ¿qué fue lo que hiciste?
—No lo digas todavía —intervino la bruja—. Todo a su debido momento.
—¿Y yo qué tengo que hacer? —Preguntó Soraya.
—Vos… ¿alguna vez chupaste una vagina?
Soraya se mordió el labio y esquivó la mirada de todos los presentes.
—No te voy a dejar mentir —le dijo su hermana.
—Sí, ya chupé una.
—¿Una sola? —Dijo Rebeca, con tono sarcástico.
—Está bien. Chupé más de una.
—Uy tía, se me moja toda de solo pensar que tuviste sexo lésbico —dijo Maylén—. Vos… que fuiste monja.
—No fue una monja ejemplar.
—Basta, Rebeca… eso es un golpe bajo… e innecesario.
—Dejen de pelear —pidió Catriel—. Sino vamos a estar toda la noche acá.
—Muy bien, Soraya —la bruja se quitó el vestido y mostró su cuerpo desnudo y escultural—. Tenés que lamer mi vagina. Normalmente no me molestaría en explicar por qué, esta vez voy a hacer una excepción…
—No hace falta, ya entiendo por qué. Estar excitada te ayuda a canalizar mejor tus poderes.
—Así es… y además a los espíritus les gusta ver cómo se juntan nuestros poderes, que vienen de fuentes distintas.
—Entiendo.
Muy a su pesar, Soraya se puso de rodillas. De inmediato entendió que esa apatía haría que los espíritus se enfadaran. Por eso miró la concha de Narcisa y la acarició con suavidad. Hubo un momento en su vida (uno lejano, que prefiere olvidar) en el que disfrutó mucho al lamer la vagina de alguna mujer hermosa. Si dejaba su prejuicio de lado, podría gozarlo otra vez.
Por su parte Rebeca intentaba mentalizarse mientras sentía la verga de su hijo frotándose por el exterior de su concha. Ya había tenido prácticas incestuosas en el pasado, con su madre… y una de sus hijas. Hasta había hecho alguna que otra locura con Maylén. Sin embargo esto era diferente. Nunca había practicado incesto con un hombre. Nunca hizo nada con su padre y no tuvo hermanos.
La lengua de Soraya comenzó a juguetear con los labios vaginales de Narcisa. Catriel mantuvo la mirada fija en esta acción. Su verga se puso aún más rígida, tanto que comenzó a palpitarle. Apoyó el glande entre los húmedos labios vaginales de su madre y entró.
Rebeca gimió. Sintió cómo los espíritus se alborotaban dentro y fuera de su cuerpo. Esto le quitó el miedo y mandó sus dudas a esconderse en algún rincón oscuro de su mente. La excitación volvió a apoderarse de ella, tal y como lo hizo cuando compartió la cama con Sara y su madre. Habían pasado apenas unos minutos desde ese momento. La búsqueda de Lilén no había dado resultados y volvió a su casa preocupada. Pero en el momento en que la verga de su hijo entró en su concha, se olvidó por completo de Lilén.
—¿Qué fue exactamente lo que ocurrió cuando te vendaron los ojos?
—Em… es difícil decirlo con exactitud, porque me dieron algo de tomar… tenía mucho alcohol y sabor amargo.
—¿Algún brebaje extraño? —Preguntó Soraya.
—No lo creo. Probablemente fue un gintonic, a Guillermo y Mauricio les gusta mucho ese trago. ¿Tomaste mucho?
—Bastante. Cada vez que me pasaron el vaso, tomé. Mientras tomaba, me seguían cogiendo… obviamente. Todo siguió igual hasta que… escuché unas voces. No pude distinguir lo que decían. Intenté quitarme la venda, pero ellos no me dejaron. Me dijeron que todo era parte de un juego que yo iba a disfrutar mucho.
—¿Qué podrías decirnos de esas voces? —Preguntó la bruja.
—Eran dos… femeninas. No las había escuchado antes. Sigo sin saber quiénes eran. Solamente noté que era una voz juvenil y la otra parecía ser la voz de una mujer más grande, como de la edad de mi mamá.
—¿No habrán sido Sara y su madre? —Preguntó Rebeca.
—No, a ellas las conozco. No eran ellas, estoy segura.
—¿Hicieron algo estas mujeres?
—Sí… una de ellas se sentó en la piedra, justo delante mío… me dijeron que le chupara la concha. Al principio no supe qué hacer, no me molesta el sexo lésbico, pero no sabía si estas mujeres eran atractivas o no. Acaricié las piernas de esta y toqué todo su cuerpo… tenía buenas tetas… y la concha peluda. Una cintura estrecha, vientre plano… comenzó a gustarme. Le di las primeras lamidas a su vagina y me gustó todavía más.
—Eso sí podemos replicarlo… sentate delante de tu madre de la misma forma en que lo hizo esa mujer.
Maylén no puso objeción alguna. Desde la ducha que compartió con su madre se muere de ganas de que esto ocurra. Abrió sus piernas y Rebeca se acercó a ciegas. La acarició de la misma forma en que ella lo había hecho con aquella misteriosa mujer. Maylén cerró los ojos e intentó recordar más detalles, era verdad que a partir de ese momento sus recuerdos se volvían difusos. El alcohol se le subió muy rápido a la cabeza, no estaba acostumbrada a beber… y menos bebidas blancas como la ginebra.
—La chupé con muchas ganas.
Rebeca apagó su cerebro, se dejó llevar por la situación. Permitió que Elektra se hiciera cargo de la situación. Le dio un fuerte chupón al clítoris al clítoris de su hija y disfrutó a pleno de la verga de su hijo entrando en su concha. Llevaba tiempo sin recibir una pija así de buena… desde que su marido falleció.
Elektra agradecía que Maylén se hubiera comportado como una auténtica puta. De no haberlo hecho, este ritual nunca hubiera ocurrido.
Catriel sufrió un pequeño contratiempo. Su verga estaba tan emocionada por introducirse en la concha de Rebeca que estuvo a punto de eyacular. No quería hacerlo, no todavía. Quedaba mucho por delante, no podía perderse de esto justo en el mejor momento. Llenaría la concha de su madre con toda su leche, sí… pero todavía no.
Se calmó y comenzó a penetrarla más despacio. La sangre que se bombeaba por todo su miembro erecto redujo su caudal. Las ganas de acabar se desvanecieron de a poco. Aún así no dejó de mirar esos jugosos labios con los que había fantaseado en secreto más de una vez.
Maylén sintió algo muy intenso, no quería atribuirlo a espíritus y a sandeces por el estilo. Debió ser por tener a su propia madre metiéndole la lengua dentro de la concha… y porque relacionó esto con aquel momento en la roca, borracha, chupando concha mientras Guillermo (o Mauricio) le metían la verga.
—¿Te molestó que te vendaran los ojos? —Narcisa se mantenía calmada, a pesar de las intensas lamidas de Soraya.
—No, en ningún momento. Ya no intenté quitármela, entendí que era parte del juego.
—¿Y no te molestó que incluyeran a personas que no conocías? —Esta pregunta vino de parte de Catriel.
Los ojos de Maylén se cruzaron con los de su hermano y sintió una descarga de morbo. Él la estaba mirando con deseo. Se preguntó si el ritual llegaría al punto en el que Catriel tuviera que meterle la verga.
—Eso en realidad me calentó… y me tranquilizó, porque eran mujeres. Sentí cierta calma al saber que no era la única mujer participando del jueguito.
—Yo me hubiera sentido igual —aseguró Rebeca—. Como ahora… la presencia de mujeres me tranquiliza.
Dijo eso en voz alta porque quería convencerse a sí misma de que todo estaba bien. Era una madre siendo penetrada por su hijo, sí… y esa verga se sentía realmente deliciosa; pero lo hacía por una buena razón. Necesitaban complacer a los espíritus… por el bien de su familia.
—¿Después qué pasó? —Preguntó la bruja.
—Las mujeres intercambiaron su lugar. A pesar de que el cuerpo de la otra era prácticamente idéntico, noté que la piel era más suave… y no tenía tanto pelo en la concha. El sabor me resultó muy parecido… sé que es sacar conclusiones apresuradas —apartó un mechón de pelo de la cara de Rebeca, para poder ver mejor cómo le lamía la vagina—, pero… creo que se la chupé a una madre y a su hija.
—Teniendo en cuenta las cosas que pasan en este pueblo —dijo Narcisa—, no descartaría esa posibilidad. Hasta creo tener una sospecha de quiénes eran esas mujeres.
—¿Quiénes? —Preguntó Soraya.
—Aún no las conocen: Melania Jalenik y su hija Maxinne. Son amigas de Guillermo y Mauricio. Sé que Melania tiene aventuras sexuales con ambos, y una vez vi a Maxinne chupándole la verga a Mauricio en el bosque, justo detrás de la casa de los Jalenik.
—¿Ellas también eran conscientes de que estaban participando en un ritual? —Preguntó Soraya.
—No lo sé. Melania siempre asegura que no cree en estas cosas, aunque… a veces pienso que lo dice para encubrir la realidad. No puedo asegurarlo. Sin embargo… ella me entregó el mapa con la ubicación de las runas. Si le interesa este ritual, no me las hubiera dado.
—Claro —dijo Soraya, después de pasar la lengua entre los labios vaginales de la bruja—. No permitiría que le cambies las runas de invocación por las de expulsión.
—Exacto. Así que… no sé qué decir. Esto es muy confuso. Aún no entendemos todo el panorama. Uf… Soraya… que bien lo estás haciendo. ¿Te gustaría acostarte conmigo después del ritual?
—Mmm… sin ánimo de ofender, Narcisa… preferiría dejar estas prácticas exclusivamente para los rituales. Ya me siento culpable por hacerlo en este contexto… no quiero iniciar una relación lésbica sin motivo alguno.
—¿De verdad la vas a rechazar, tía? Narcisa es muy hermosa… a mí me encantaría acostarme con ella.
—Ya tendremos nuestra oportunidad —dijo la bruja, con una sonrisa—. Está bien, Soraya, entiendo tu postura. No voy a insistir… aunque me hubiera encantado llevarte a la cama. Me excita mucho tu cuerpo… y me encanta cómo la chupás.
Acarició el mentón de Soraya mientras la pelirroja le daba intensos chupones en la concha. Como si pudiera ver lo que estaba ocurriendo, Rebeca chupó la concha de su hija de la misma manera. Se quedaron en silencio durante unos minutos, gozando de las prácticas sexuales. Las velas hacían danzar las sombras, el ritual parecía estar funcionando a la perfección. Los sensuales gemidos de Maylén, Narcisa y Rebeca llenaron la habitación. Catriel volvió a tener dificultades para retener la eyaculación, pero lo logró. Manejó muy bien el ritmo para poder seguir penetrando a su madre sin acabar.
Maylén cerró los ojos para traer a su mente los recuerdos de aquella noche en el monte. Chupó vergas y conchas, tragó semen y fue penetrada por…
—El culo… recuerden que me la metieron por el culo —dijo entre jadeos.
—¿Estás segura? —La pregunta de Rebeca se sintió casi como una súplica, como si dijera: «Decime que no me tienen que dar por el orto a mí también».
—Sí, estoy segura. Y ni siquiera me pidieron permiso, me la metieron y listo. La tía Soraya tuvo que hacerlo… vos deberías…
—Está bien, está bien… solo quería estar segura. Dios… en qué lío me estoy metiendo.
—¿Acaso tenés el culo virgen? —Le preguntó Maylén.
—No, no… ya tuve experiencias con el sexo anal; pero no es lo mismo dejarse penetrar por un hijo. Yo… ¡ay! ¡Ufff…! Despacito, Catriel… dame un poquito de tiempo para asimilarlo.
—Tu hijo hace bien —dijo Narcisa—. Si a Maylén no le pidieron permiso, a vos tampoco…
—Uf… carajo… dios… cómo duele. Está bien, lo entiendo… lo entiendo. Metela, Catriel… metela toda. No te preocupes por mí, puedo aguantarlo.
—¿Ya te metieron vergas así de grandes por el culo? —Le preguntó Maylén, llena de morbo.
—Sí, más de una vez. Sé cómo aguantarlo.
Recordó cómo el doctor venía frecuentemente a su casa y con la excusa de aplacar los demonios de Rebeca, se la llevaba al dormitorio y allí le daba por el culo. Se la metía sin piedad, la montaba como si fuera una puta… y así se sentía Rebeca, como si fuera la prostituta que debía atender al doctor… ¡y sin cobrarle!
Ahora su hijo le estaba metiendo la verga por el orto… y el cúmulo de sensaciones era muy parecido. Rebeca debía admitir que disfrutaba mucho cuando veía al doctor entrar a su cuarto con la pija erecta en mano. Dejaba la revista que estuviera leyendo y empezaba a chuparle la pija. Después se desnudaba y se tendía en la cama. Si el doctor le pedía que se quedara quieta, ella se quedaba quieta y recibía su pija en toda la concha. Si le pedía que lo montara, se subía sobre él y obligaba a su concha a tragar todo ese falo con cada salto. Con el tiempo empezó a hacerlo realmente bien. Y al final el doctor siempre le pedía el culo. Esa era su parte favorita. Rebeca prefería ponerse en cuatro y dejar que la penetraran, aunque también hubo veces en que ella lo montó, con la verga metida en el culo.
La madre de Rebeca solía irrumpir durante estas sesiones y, ya sin dar explicaciones, se metía en la cama con ellos. Había abundante sexo lésbico entre madre e hija y las dos recibían la verga en todos los agujeron. Las sesiones favoritas de Rebeca eran las que incluían a su madre.
Ahora estaba disfrutando de algo muy parecido, solo que el morbo era aún mayor, la verga que le taladraba el culo era la de su hijo y la concha que chupaba sin parar era la de su hija.
Dentro de ella Elektra bailaba entre las llamas de la pasión y la lujuria. El morbo era tan grande que Rebeca acabó. Se masturbó con fuerza mientras su concha salpicaba jugos en el círculo central.
—Uy, un genuino orgasmo… —comentó Narcisa—. Eso es excelente para el ritual. Nos sirve muchísimo.
Maylén aprovechó el momento, se deslizó debajo del cuerpo de su madre y recibió en la cara las últimas gotas de esa eyaculación. Luego comenzó a chuparle la concha.
—¿Esto pasó de verdad? —Preguntó la bruja.
—Sí, así como lo estoy haciendo —dijo Maylén—. Las dos mujeres hicieron un 69 conmigo… y yo no me quité la venda en ningún momento, seguí chupando concha mientras me daban por el culo.
Rebeca siguió las instrucciones de su hija al pie de la letra.
Al ver la cara de su hermana aparecer entre las piernas de su madre, Catriel ya no pudo contenerse. Era demasiado. Eyaculó una gran cantidad de semen, fue como cuando se agita mucho una botella de gaseosa y luego se la abre. Salpicó todas las nalgas de Rebeca, el néctar blanco rodó entre sus labios vaginales y Mayra comenzó a tragarlo. Sabía que ese era el semen de su hermano, y eso no le impidió continuar. La concha de su madre estaba aún más deliciosa con esa mezcla de jugos sexuales.
—Excelente… excelente… —repetía la bruja, sin dejar de admirar la escena—. Ellos hicieron un ritual muy poderoso… y hasta es posible que hayan incluido algo de incesto; pero no creo que superen lo que estamos haciendo acá.
—Mmm… no estoy tan segura —dijo Maylén.
A pesar de estar disfrutando del sexo lésbico con su madre, salió de ahí abajo, incluso Soraya interrumpió sus chupones en la concha de la bruja para mirarla.
—¿Por qué lo decís? —Preguntó Narcisa—. ¿Pasó algo más?
—Estuvimos cogiendo sin parar durante largo rato, hasta que Guillermo me dijo: «Hagas lo que hagas, no te saques la venda». Me explicó que lo decía muy en serio. Que si me sacaba la venda, mi vida podría correr peligro. Al principio pensé que exageraba, pero igual le prometí que no me quitaría la venda. —Todos los presentes miraban atentamente a Maylén, a excepción de Rebeca. Aún seguía con el pañuelo cubriéndole los ojos—. De pronto todo se quedó en silencio. Pasaron unos segundos y comencé a llamarlos… no hubo respuestas, se habían ido.
—¿Te dejaron sola en el medio del bosque? —Preguntó Soraya, llevándose una mano a la boca.
—Sí, y eso me asustó mucho, tanto que estuve a punto de sacarme la venda. Justo cuando pensaba hacerlo, escuché un ruido cerca de mí. Era una respiración agitada. Se me heló la sangre, porque ni siquiera había escuchado pasos.
—Ay, no… no… no me digas que era —Soraya tenía los ojos muy abiertos.
—No la interrumpas —dijo Narcisa—. Seguí contando, Maylén.
—Esta persona comenzó a acariciar mis nalgas. Era una mano grande, con dedos largos… muy largos…
————————
Maylén no sabía qué hacer. Estaba aterrada. No entendía quién la estaba tocando y por qué la habían dejado sola. Uno de esos largos dedos recorrió lentamente la división de sus labios vaginales. Ella estaba muy mojada, por lo que terminó lubricando esa falange. El dedo se introdujo en su concha de forma brusca y comenzó a hurgar dentro, como si buscara algo.
El corazón de Maylén bombeaba con violencia, su respiración se había cortado en seco. Tenía ganas de quitarse la venda y correr; pero las palabras de Guillermo resonaron en su cabeza: «Si te quitás la venda, tu vida puede correr peligro». ¿Qué carajo estaba pasando? ¿Quién era ese sujeto? ¿Por qué jadeaba de esa forma tan extraña?
Los músculos de su cuerpo se tensaron cuando el dedo salió y algún objeto grande se posó sobre su concha. ¿Qué era eso? Al principio creyó que se trataba de un puño, quizás el de una mujer; pero era demasiado suave. Cuando entendió lo que era, sus ojos se abrieron como platos… a pesar de estar cubiertos por la venda.
Un falo descomunal se hundió dentro de su concha. Maylén soltó un grito de miedo y dolor, que se perdió en la inmensidad del monte. Era una verga tremenda, gigante en comparación a las que había probado en su vida. Nunca le habían metido en la concha algo tan grande. Sintió cómo su sexo se estiraba, para darle paso a todo ese garrote, y creyó que se desgarraría su concha o algo así.
A pesar de sus miedos, la verga consiguió entrar y salir. El sujeto de los dedos largos la sujetó con fuerza de la cintura, como si con eso intentara impedirle huír, y la penetró hasta el fondo. Otra vez Maylén gritó, aunque en este grito se notó claramente que había más placer que miedo. Su embriagada mente comenzó a girar. Con cada embestida su cuerpo le enviaba señales confusas.
«Duele. Me gusta, pero duele… y me gusta mucho. Duele mucho. Está entrando hasta el fondo de mi sexo, puedo sentir cómo choca contra mi útero. Madre mía… ¿quién es este tipo?»
Los bombeos eran bestiales. Maylén sentía que la iba a partir al medio en cualquier momento. Sin embargo aguantó… y el tipo siguió. Alcanzó un ritmo constante, no muy rápido ni muy lento. Pero con una potencia brutal. Maylén se sintió como la puerta de un castillo… y esa verga era un ariete que intentaba derrumbarla. Y si seguía dándole de esa forma, lo conseguiría.
Su concha reaccionó ante tan salvajes penetraciones. Llegó a un húmedo orgasmo. Comenzó a saltar jugo de su concha para todos lados… y su vientre se llenó con una descomunal descarga de semen. Fue tanta la cantidad que una buena parte de este líquido saltó fuera de la concha, junto con los restos de su orgasmo. Gimió, gritó y pataleó. Cada músculo de su cuerpo tembló.
Después de eso quedó inconsciente y ya no pudo recordar más.
————————
—Fue la verga más grande que me metieron en mi vida. Al otro día me dolía todo el cuerpo.
—Esto es preocupante —dijo Narcisa—. No podemos replicar esa parte del ritual.
—¿Creés que eso también fue parte del ritual? —Preguntó Rebeca, mientras se quitaba la venda.
—Absolutamente. Y fue la parte más importante. Eso que tuvo sexo con Maylén era…
—El Pombero —dijo Soraya, con la cara pálida. Se persignó de forma automática—. Ay, perdón… cierto que no debo persignarme durante los rituales. Perdón, no me di cuenta.
—Por esta vez te lo dejo pasar. Pero que no se repita.
—¿Qué vamos a hacer? —Preguntó Rebeca.
—Por el momento debemos conformarnos con el ritual que realizamos, fue muy bueno y puede que le hayamos quitado poder a lo que hayan hecho Guillermo y Mauricio. Sin embargo… el Pombero está involucrado. Eso es serio… muy serio.
—¿Qué es exactamente el Pombero? —Preguntó Catriel.
—Alguien con quien no nos conviene enemistarnos. Es inofensivo, si se lo trata de la forma apropiada; pero muy peligroso si nos considera una amenaza. Debemos andar con cuidado. Voy a necesitar unos días para pensar en nuestro siguiente paso. ¿Puedo quedarme acá?
—Sí, claro —aseguró Rebeca—. Elegí la habitación que quieras. Hay varias libres.
Salieron de la habitación once con una ligera sensación de derrota. No podían competir con un ritual que incluyera al mismísimo Pombero. Eso lo sabía hasta Catriel, que aún no creía demasiado en estas cosas.
Rebeca se acercó hasta el cuarto de las gemelas y asomó la cabeza dentro. Luego volvió al pasillo y cerró la puerta. Miró a los demás con una sonrisa en los labios:
—Lilén ya volvió. Están… durmiendo. Mejor no las interrumpimos.
—Ay… qué bueno que haya vuelto —Soraya volvió a persignarse, fuera del ritual podía hacerlo sin miedo—. ¿No querés saber lo que pasó?
—Ahora mismo no. Si están durmiendo tan tranquilas, es porque no pasó nada grave. Probablemente solo se perdió en el monte y después volvió sola… o Inara la encontró. Dejemos que duerman.
—Muy bien… pero mañana van a tener que contarnos lo que pasó —dijo Soraya.
Narcisa eligió una de las habitaciones vacías, Catriel y Soraya tomaron rumbo hacia las suyas. Maylén se acercó a su madre y le susurró:
—¿Durmiendo? No me dio la sensación de que estuvieran durmiendo…
—Están cogiendo como putitas en celo —dijo Rebeca con una sonrisa—. No sabés cómo se están chupando la concha.
—¿Y no te molesta?
—Sería muy hipócrita de mi parte que me moleste… después de todo lo que hicimos. —Besó a Maylén en la boca de forma muy sensual—. ¿Sabés? Creo que me gustaría tener una hija lesbiana.
—¿Sigue en pie la propuesta de presentarme a Sara?
—Sí, obvio. ¿Por qué no la invitamos un día de estos… y la compartimos en la cama?
—Ay, mamá… te desconozco —Maylén se rió y acarició la concha de Rebeca—. ¿Qué fue lo que te pasó? ¿De verdad te cambiaron tanto esos rituales?
—No es solo por los rituales… es una historia larga de contar.
—¿Y Sara…? ¿No será mucho para ella… acostarse con las dos?
—No lo creo. Es más… estoy segura de que le va a encantar la propuesta. —Metió los dedos en la concha de Maylén—. ¿Sabías que tuve una relación incestuosa con mi madre? Cogíamos casi todos los días. —Su hija no respondió, se quedó mirándola pasmada, con la boca abierta—. Vení, vamos a mi pieza. Así te cuento cómo pasó… y además puedo enseñarte todo lo que sé sobre sexo lésbico. Y si a vos te gusta el sexo anal… te aviso que me gusta mucho chupar culos de mujeres lindas —le guiñó un ojo.
A Maylén le pareció que su madre estaba poseída por un espíritu… y casi lo cree por un momento. No entendía lo que pasaba con Rebeca, pero quería aprovechar la situación.
Dio media vuelta, se inclinó hacia adelante y se abrió las nalgas con las manos.
—Meteme la lengua por el culo…
Rebeca, gustosa, se arrodilló detrás de su hija y metió su lengua entre las nalgas. Comenzó a lamer por fuera del agujero, hasta que consiguió meterla. Maylén se masturbó frenéticamente con la mano derecha, mientras con la otra se sostenía de la baranda del pasillo del segundo piso.
Estaba gozando a pleno, intentando ahogar sus gemidos, cuando vio un movimento extraño justo al otro lado de la puerta principal. A través de los cristales opacos pudo notar la silueta de una persona, y luego la de otra… y otra más. Había al menos cinco personas de pie, fuera de la casa… y todas portaban antorchas.

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