Madre e Hija en un Recital [01]

Capítulo 01.

Música Para Pastillas.

Mientras más se acercaban al estado, más grande se hacía la multitud. También crecía la euforia de Néstor. Estaba tan entusiasmado por el Fest-Rock que no le prestó atención a la forma en que todos miraban a su esposa y a su hija. Jazmín caminaba junto a su marido con una calza negra que gritaba “Fan del Fitness” a los cuatro vientos. Sus nalgas, redondas, perfectas, imponentes, atraían miradas como si tuvieran un imán. Tanto hombres como mujeres no podían evitar reparar en su atuendo. Lo completaba con unas zapatillas deportivas blancas y un top negro con detalles en fucsia.

Néstor es un tipo celoso y se pasó años recriminando a su esposa por usar estas calzas que dejaban tan poco a la imaginación. Esta vez no emitió ni una sola queja, primero porque sabía que era una batalla perdida, Jazmín ya no le hacía caso a sus reclamos machistas. Y segundo porque toda su cabeza estaba puesta en las bandas que tocarían en el recital. Había seguido a muchas de esas bandas desde sus inicios y le resultaba fascinante poder verlas todas juntas en una misma noche.

Si hubiera estado un poco más atento no le hubiera permitido a su hija asistir con esa ropa. Al igual que su madre, Fiorella no parecía tener idea de qué tipo de ropa debía usarse en un recital de rock. Nunca había estado en uno. Se puso una remera turquesa y rosa sin mangas muy cortita, que le dejaba el ombligo a la vista y le brindaba un escote sugerente. Sus pechos no eran tan grandes como los de su madre, esos sí que parecían a punto de reventar por la presión del top; sin embargo el escote de Fiorella era más amplio. Solo a alguien que ignora por completo la esencia de un recital de rock se le hubiera ocurrido ponerse una corta pollera tableada que a duras penas le cubría las nalgas.

Los que acompañaban con la mirada a Jazmín pasaban rápidamente a mirar a Fiorella, como si quisieran espiar debajo de su pollera.

«¿Están locas?», le preguntó una chica a sus amigas. «Mirá ese orto», le dijo un tipo a sus compañeros de salida. «¿De qué circo sacaron a estas dos?», le preguntó una mujer a su hermana. «¿Serán tik-tokers?», preguntó una chica joven a su novio. «Estas putas vinieron de levante», le susurró un flaco a sus amigotes. Pero lo único que motivaba la vestimenta de Jazmín y Fiorella era la falta de experiencia con recitales de rock. Para ellas era una salida común y corriente, como cualquier otra. Solo estaban ahí por la insistencia de Néstor. Era una noche importante para él y suplicó que lo acompañaran. No quería estar solo.

Si bien algún que otro avispado intentó rozar o tocar las nalgas de esas bellas mujeres, ninguno consiguió hacerlo. Ellas avanzaban a paso rápido entre la multitud, para poder seguirle el ritmo a Néstor que parecía querer entrar primero. Y de hecho consiguieron estar en el primer grupo de gente en la fila para ingresar al estadio.

—Vamos a estar adelante de todo —comentó Néstor con entusiasmo—. Va a ser como estar en el escenario. Es increíble.

—Yo solo me conformo con estar en un lugar donde no haya tanta gente —comentó Fiorella—. Esto es peor que una discoteca en hora pico.

—No empieces a quejarte —le dijo su madre—. Prometimos pasar una noche tranquila. No le arruinemos el momento a tu papá.

—Yo no… —vio la ilusión en la sonrisa de su padre—. Ufa… está bien. Solo decía que me incomodan un poco las multitudes. Pero cuando empiece la música seguramente se me va a pasar. Aunque no conozco ninguna de las bandas.

—Sí las conocés —dijo Néstor—. Las escuchaste muchas veces, cada vez que yo pongo música en casa… o en el auto.

—Ah, sí… puede ser —Fiorella mostró una sonrisa forzada.

No quería herir los sentimientos de su padre. En realidad nunca le prestaba atención a las canciones de rock que a él lo entusiasmaban tanto. Ella prefería escuchar cosas como Taylor Swift o Billie Elish. A Jazmín nunca le importó la música. Solo escucha canciones que tengan buen ritmo para acompañar sus interminables sesiones de fitness.

Fiorella estaba aferrada a la carterita rosa que colgaba sobre su hombro. Tenía miedo de que alguien intentara robársela entre el gentío. Mientras esperaba en la fila miraba para todos lados como si una mano invisible pudiera arrebatarle su carterita rosa.

Esta actitud llamó la atención de dos guardias de seguridad. Un hombre y una mujer, uniformados con camisa blanca y gorra y pantalón negros, se acercaron a ella.

—Señorita, ¿puede acompañarnos? —Preguntó la mujer, con cortesía.

—¿Hay algún problema? —Intervino Jazmín.

—¿Usted está con ella? —Preguntó el hombre.

—Es nuestra hija —respondió Néstor—. ¿Qué es lo que ocurre?

—Solo queremos hablar con ella… en privado —la forzada sonrisa de la mujer no convenció a Jazmín.

—Pero… ¿por qué motivo? Tiene que haber algún motivo -insistió Jazmín.

—Yo no hice nada malo.

—Eso… mi hija no hizo nada malo.

—Nadie está insinuando eso, señora —el hombre fue un poco más brusco en su tono. Parecía haber pasado por muchas situaciones similares a ésta y ya lo tenían harto.

—Solo van a ser un par de minutos —dijo la guardia uniformada—. Después podrán disfrutar del show en paz.

—Está bien —dijo Jazmín—. Pero yo voy con ella.

—No tengo ningún problema con eso —aseguró la guardia—. Por favor, acompáñenme… por acá…

—Ya venimos, amor —le dijo Jazmín a su marido—.

—¿Estás segura? ¿No querés que vaya yo?

—No, está bien. Vos guardá el lugar en la fila… ya volvemos.

Jazmín y Fiorella acompañaron a los guardias. Las condujeron por un estrecho pasillo junto a la boletería. Desde su inocencia Fiorella creyó que quizás las estaban llevando a algún apartado VIP. Quizás algún rockero famoso se había fijado en ella y quería conocerla personalmente. Caminó con una sonrisa en los labios y con sus dedos peinó su larga cabellera marrón. Se había hecho bucles que enmarcaban su preciosa carita. Sus grandes ojos marrones, su pequeña nariz respingada y sus labios sensuales le habían conseguido el número de teléfono de más de un chico lindo. Pero a ella le costaba horrores hablarles a la cara. La actitud desenfadada que mostraba cuando estaba con sus amigas, se esfumaba en cuanto tiene a un hombre atractivo frente a ella.

Entraron a un cuarto muy pequeño, parecía una oficina. Solo había una mesa y dos sillas.

—Ok… ¿de qué querían hablar? —dijo Fiorella.

—De tu bolsito —le respondió la mujer—. Necesitamos revisarlo.

La chica se puso pálida, miró a su madre con un gesto de súplica.

—¿No tienen que conseguir un permiso para hacer eso?

—No si su hija quiere entrar al estadio —el hombre se lo explicó con esa bronca contenida que había mostrado en la calle—. Hay mucha gente intentando pasar drogas…

—¡Mi hija no usa drogas! —Chilló Jazmín, con los ojos llenos de rabia—. ¿Cómo se atreven a…?

—Nadie está insinuando que su hija se drogue, señora —explicó la mujer—. Solamente queremos revisar el bolsito, si no tiene nada sospechoso vuelven a la fila y ya está. Mientras más tiempo discutamos, más vamos a tardar en solucionar esto.

—Está bien, está bien… Fiore… dale el bolsito, para que veas que no tenés nada —la guardia prácticamente le arrebató la carterita rosa a la pobre Fiorella, que solo podía mirar atónita, con la boca abierta—. Van a tener que pedirnos disculpas por esto. Voy a presentar una queja en..

—¿Qué es esto? —Preguntó la guardia.

De la carterita había sacado una pequeña bolsa de nylon con algunas pastillas. Jazmín se quedó tan shockeada que no pudo seguir hablando. ¿Qué carajo era eso? ¿Y por qué estaba dentro de la carterita de su hija?

—Emm… son unos medicamentos —explicó Fiorella. Esto confundió aún más a Jazmín. Si su hija estuviera medicada, por cualquier motivo, ella lo sabría.

—No mientas, nena —intervino el hombre—. Sabemos muy bien que estos no son medicamentos. Conocemos muy bien estas pastillas… y sabemos que es una dosis bastante grande como para consumo personal.

—¿Dosis grande? ¿Qué carajo? —Jazmín fulminó con la mirada a su hija—. ¿De dónde mierda sacaste eso, pendeja? ¿Por qué mierda tenés esas pastillas? ¿Eh? ¡Contestá!

El hombre mostró una sonrisa, le agradó ver que la madre estaba tan enojada, eso le facilitaría mucho el interrogatorio.

—Es de una amiga…

—Aja, es de una amiga… y pidió que se la guardes por unos días —dijo la guardia—. Esa excusa ya la escuchamos mil veces. Pero no estás guardando esto en tu casa —sacudió la bolsita frente a los ojos de Fiorella—. Lo trajiste a un recital de rock. ¿Pretendías venderlo?

—¡No, claro que no!

—Más te vale que tengas una buena explicación para esto, Fiorella —chilló su madre—. ¿Acaso ahora andás vendiendo estas pastillas?

—No, no…

—Mirá que por venta de drogas te pueden caer muchos años, piba —dijo el tipo, mientras se reclinaba sobre la mesa—. Si fuera solo para consumo personal es otra cosa…

—¡Son para mí! ¿Está bien? Las traje para mí. —A Jazmín casi se le disloca la mandíbula—. Yo no vendo drogas. Tienen que creerme.

—Pero… pero… —Jazmín balbuceaba, anonadada—. ¿Ahora consumís drogas?

—Perdón, mamá… nunca las probé. Las traje… para saber qué se sentía.

—¿Y de dónde mierda las sacaste?

Fiorella no dijo nada.

—Mónica, me parece que tendremos que indagar más hondo —dijo el guardia.

—Eso parece. —La tal Mónica sacó el celular de Fiorella de la carterita—. Desbloquealo.

—¿Qué? ¿Me van a revisar el celular? ¿No tienen que tener una orden judicial para hacer eso?

—Muy bien —dijo el hombre—. Si querés que lo hagamos con todo el papeleo necesario, lo podemos hacer. Quedás detenida, vas a tener que acompañarnos a la seccional…

—¡No! —Interrumpió Jazmín—. Esto lo vamos a solucionar acá mismo. Fiorella, desbloqueá el celular. Ya mismo.

—Solo queremos revisar tus mensajes más recientes, para saber si le estabas ofreciendo estas pastillas a alguien en el recital —dijo Mónica.

—Les juro que no —Fiorella desbloqueó el celular usando su huella dactilar.

—Ya veremos…

—Vos y yo vamos a tener que hablar seriamente cuando lleguemos a casa —sentenció Jazmín—. ¿No fue suficiente con el escándalo en la escuela?

—¿La nena se porta mal? —Preguntó el tipo.

Jazmín se dio cuenta de que no podía hablar de eso frente al guardia. Era demasiado humillante. Aún le afecta la vergüenza que sintió en la reunión de aquel día. «Su hija ya tiene dieciocho años y es responsable de sus actos», le dijo la directora del colegio. Jazmín no se atrevió a hacer contacto visual con ella. Fiorella estaba sentada a su lado, con las mejillas rojas; pero no negaba que había hecho… eso…

—Ah, parece que a la nena le gusta divertirse —dijo Mónica.

Le mostró la pantalla del celular a su compañero y Jazmín estiró el cuello para poder ver. Casi le da un infarto. En la pantalla había una foto de Fiorella, muy radiante y sonriente. Tenía puesto un buzo rosa y medias largas del mismo color. Pero lo más llamativo era que no tenía puesto nada más. Miraba al frente, estaba sentada y con las piernas abiertas en una selfie que se había sacado frente al espejo. Su concha se robaba todo el protagonismo de la foto. La estaba abriendo con sus dedos y se podía ver claramente el agujero vaginal, como si dijera: «Por acá podés meterla».

Antes de que Jazmín pudiera reaccionar y decir algo, el dedo de Mónica se deslizó por la pantalla y apareció otra fotografía. En esta Fiorella estaba de rodillas, dándole la espalda al espejo. Ahora el gran protagonista era su culo, Fiore lo abría con una mano, invitando a sus potenciales amantes a elegir un agujero y metérsela. Por supuesto que su concha también se veía, esos gajos sonrosados no querían quedarse fuera del show.

—¿Qué mierda es esto, Fiorella? ¿Y vos por qué le revisás las fotos? —Preguntó dirigiéndose a Mónica—. Dijiste que solo querías leer los mensajes.

—Las fotos estaban en el primer mensaje que revisé.

—¿A quién le mandaste esas fotos, Fiorella? —Preguntó Jazmín, colérica.

Como su hija no respondió, Mónica lo hizo por ella:

—Al tipo que le vendió las pastillas. Así respondió el hombre:

Volvió a mostrarle la pantalla del celular a Jazmín y en pantalla apareció una verga erecta cubierta de abundante semen. Abajo se podía leer el mensaje:

«Excelente el pago que mandaste».

A lo que Fiorella respondió:

«¡Wow, que buena pija! Y cuanta lechita… jajaja. Muy linda tu verga».

«Cuando quieras podés venir a probarla. Si necesitás más pastillas me avisás, pero ya sabés que de vos no quiero plata. La próxima vez me chupás la pija».

«Muy bien, lo voy a tener en cuenta. ¡Gracias!»

—¿Lo voy a tener en cuenta? —Bramó Jazmín, con los ojos llenos de ira—. ¿Lo voy a tener en cuenta? Un tipo te pide que le chupes la pija a cambio de pastillas… ¿y vos le decís que lo vas a tener en cuenta?

—Perdón, mamá… es que… —Las mejillas de Fiorella no podían estar más rojas. No se atrevía a hacer contacto visual con su madre.

—¿Es uno de tus compañeros de colegio?

—No lo creo —respondió Mónica, con una sonrisa picaresca—. A este tipo lo tenemos fichado. Es un vendedor de drogas local. Tiene cincuenta y tres años.

—¿Cincuenta y…? ¡Fiorella! ¿Le estás mandando fotos desnuda a un tipo que podría ser tu padre?

—Me prometió que no se las mostraría a nadie…

—¡No me refiero a eso! ¿Te volviste loca? Últimamente te desconozco… te estás comportando de una forma muy extraña. ¿Qué mierda te pasa?

—¡No me pasa nada! —Chilló Fiorella.

—Bueno, bueno… a no levantar la voz —intervino el guardia—. Y lamento decirles que vamos a tener que realizar un cacheo… para buscar más drogas.

—No hay nada más —aseguró Fiorella.

—Ya vimos varias situaciones como ésta —comentó Mónica—. En caso de que descubran lo que llevan a la vista, esconden droga en alguna otra parte del cuerpo. Así que… las manos sobre la mesa. Las dos.

—¿Qué? ¿Yo también? —Preguntó Jazmín, atónita.

—Sí, usted también señora. —Respondió el guardia—. También es bastante común que una persona finja no saber nada, para evitar los cacheos.

—¡Pero yo no sabía nada de esto! ¡Fiorella! Cuando volvamos a casa te vas a quedar un mes sin salir. Todo esto es culpa tuya.

—Perdón, mamá… perdón…

Las dos adoptaron una humillante pose, colocando las palmas de sus manos sobre la mesa y con las piernas separadas. Sus colas quedaban elevadas, como si estuvieran preparándose para tener sexo con alguien.

—Carlos, vos te encargás de la madre —dijo Mónica, acercándose a Fiorella.

El tal Carlos puso sus pesadas manos en la cintura de Jazmín y comenzó a bajarlas, presionando con fuerza. Le apretó las nalgas sin ningún tipo de sutileza. Jazmín se puso roja de rabia pero no quería iniciar una nueva discusión. Ya ajustaría cuentas con su hija.

Fiorella no la pasó mejor. Mónica la cacheó de la misma manera, presionándole las nalgas y pasándole la mano por la división de la vagina en varias ocasiones. Fiore sintió el roce de esos dedos contra la tela de su tanga. Todo su cuerpo vibró de una forma extraña.

—Ey… ¿es necesario ir tan a fondo? —Protestó Jazmín cuando los dedos de Carlos comenzaron a pasar entre sus apretados labios vaginales, para colmo la tela de la calza era tan finita que no le brindaba mucha protección. Ella ni siquiera se había puesto ropa interior.

—Recién estamos empezando —aseguró Carlos.

Jazmín se puso pálida. Entendió lo que eso significaba y no podía hacer nada al respecto. Fulminó con la mirada a su hija y ésta giró la cabeza para el otro lado. Tenía que aguantar los manoseos indiscretos de Mónica que, a pesar de ser mujer, parecía estar disfrutando mucho de la anatomía de esa jovencita.

—Tendremos que proceder a la revisión de cavidades —dijo Carlos.

—¿Qué? ¿Pero qué ridiculez es esa? —Jazmín no daba crédito a lo que había escuchado—. ¿Acaso se creen que somos narcotraficantes?

—Lo siento mucho, señora… no sería la primera vez que alguien intenta pasar drogas escondiéndolas… en su propio cuerpo.

Mónica puso un pote de lubricante en gel sobre la mesa.

—No, ni hablar… no quiero, no quiero —comenzó a protestar Fiorella.

—Yo tampoco quiero —dijo su madre—. Pero estamos metidas en esto por tu culpa, y tu padre debe estar esperándonos dentro del estadio. No podemos estar toda la noche con esto. Vas a tener que aceptar las consecuencias de tus actos, Fiore. Después vamos a hablar seriamente vos y yo…

Fiorella se mordió el labio inferior. No quería ser sometida a esa humillación, pero su madre tenía razón: era su culpa. Ella las metió en este quilombo.

Mónica bajó la tanga de Fiorella hasta sus tobillos y le dijo:

—Linda concha, nena. Medio peludita, me gustan así. Y en persona es más linda que en las fotos.

Fiorella se lamentó en silencio, le había tocado una guardia lesbiana. Su suerte no podía ser peor. Vio como a su madre le bajaban la calza, dejando su sexo al descubierto, y se sintió aún más avergonzada.

—No lo puedo creer —dijo Jazmín—. Yo que solo le permito a mi marido verme desnuda… ahora tengo que tolerar que un desconocido me vea toda la concha.

—Su marido es un hombre muy afortunado, señora —le dijo Carlos.

Acto seguido, los dedos lubricados del tipo se hundieron en su vagina. Jazmín soltó un bufido, que era una mezcla de bronca y sorpresa. No estaba acostumbrada a que otra persona que no fuera ella misma o su marido le metiera los dedos en la concha. Lo único que le dio un poco de paz fue ver que Mónica le daba el mismo tratamiento a su hija. Se sintió mala madre por pensar esto, pero estaba enojada. Quería que Fiorella sufriera un poquito… para que aprenda a ser más responsable.

Mónica no tuvo muchos miramientos, metió dos dedos bien lubricados como si la joven Fiorella fuera su amante. La pobre chica no pudo hacer más que suplicar que tuviera cuidado, que lo hiciera con delicadeza.

—No tenemos tiempo para delicadeza —respondió Mónica—. Hay mucha gente esperando en la fila.

Los dedos se movieron rápidamente en ambas conchas, explorando hasta lo más hondo en la intimidad de estas dos mujeres. Jazmín se sintió rara… Carlos estaba tocando zonas erógenas que ni su marido solía visitar. No tenía idea de cómo o por qué lo estaba haciendo, pero sentía que su cuerpo vibraba con cada movimiento de los dedos.

—Uf… despacito… despacito… mmmffff

Sus súplicas no fueron oídas. Carlos siguió mandándole dedo y Mónica hizo lo mismo con Fiorella.

En un momento Jazmín se dio cuenta de que su hija estaba gimiendo mucho… de una forma muy extraña. Era como… ¿como si lo estuviera disfrutando?

—Ay…. ayyyy…. ayyyyy…. —chillaba la jovencita.

Jazmín levantó la cabeza para mirar y pudo ver cómo la concha de su hija era invadida una y otra vez por los dedos de Mónica. «La está pajeando… literalmente la está pajeando». No había ni un poco de disimulo en la acción de la guardia. Le colaba los dedos a Fiorella como si estuvieran en una relación lésbica y formal. Y a pesar de que Jazmín podía notar que su hija se sentía humillada… también lo estaba gozando un poco. Quizás en contra de su voluntad, como a ella le ocurría con Carlos.

—¡Hey! ¡Cuidadito con eso! —Gritó Jazmín cuando sintió el frío gel en su culo—. ¿Qué piensa hacer? ¿Se volvió loco?

—Lo siento mucho, señora… acá también tenemos que revisar…

—Pero… pero…

—Y vos también, nena —dijo Mónica—. No creas que te vas a salvar de esto.

Y le introdujo un dedo por el culo.

—¡Ay, no… no… por ahí no! Me duele…

—La vas a lastimar —dijo Jazmín, sus pulsaciones se estaban acelerando por la expectativa. Carlos seguía lubricándole el culo.

—Quédese tranquila, señora —dijo Mónica—. Sé lo que hago. Además… ¿ya se fijó en las fotos? A su hija le gusta meterse cositas por el culo… ¿no es así, Fiore? —soltó una risita socarrona.

—¿De qué carajo habla? ¿Qué foto?

—La segunda que le mostré, señora. ¿Se fijó lo abierto que estaba el culo de su hija? Y en esta foto también, mire:

Puso el celular sobre la mesa, justo frente a Jazmín. Ella pudo ver otra foto de su hija. En esta Fiore aparecía con las piernas de lado, mostrando la concha al espejo mientras se abría las nalgas. Los ojos de Jazmín casi saltan fuera de sus cuencas cuando ocurrieron dos cosas al mismo tiempo: notó lo dilatado que estaba el agujero trasero de su hija y Carlos aprovechó la distracción para introducirle un dedo por el culo.

—Uy… uf…

No pudo apartar la mirada de la pantalla. Revisó también la foto anterior, la primera vez no lo había notado, pero estaba evidentemente dilatado. El culo de su hija… no podía ser. Daba la sensación de que había estado practicando sexo anal. ¡Su querida hija! ¿Se la habían metido por el culo?

—¿Pero qué carajo es esto, Fiorella? ¿Por qué tenés el culo tan abierto en estas fotos?

—Porque así me lo pidió el dealer. Uy… ay… despacito, che. Me dijo: “Quiero que te metas algo por el culo y que me lo muestres bien abierto en al menos dos fotos”. Y yo lo hice… ¡Ay!

Un segundo dedo comenzaba a entrar en el culo de Fiorella. Entró con relativa facilidad, era obvio que Mónica sabía lo que hacía.

—¿Y qué fue lo que te metiste por el culo? —Preguntó Jazmín, con una mezcla de furia y curiosidad. Pudo escuchar cómo Carlos y Mónica se reían por lo bajo—. ¿Tuviste sexo con alguien?

—No, no… usé un dildo…

—¿Un dildo? ¿Y de dónde sacaste eso?

—Me lo regalaron mis amigas cuando cumplí los dieciocho.

—¿Te regalaron un consolador? ¿Te parece que ese es un regalo apropiado para una chica de dieciocho años?

—No se me ocurre mejor regalo —dijo Mónica, entre risas—. Ojalá yo hubiera tenido amigas como las tuyas. Mi culo tuvo que debutar con un pepino… no estuvo tan mal; pero hubiera preferido un buen consolador.

Jazmín y Fiorella, sin saberlo, tuvieron la misma extraña reacción al escuchar esta confesión. Por un lado se sorprendieron de que Mónica se animara a contar esas cosas frente a dos desconocidas y en presencia de su compañero. Pero no les disgustó saberlo. Ambas habían reparado en el culazo que tiene la guardia, apretado en ese pantalón negro del uniforme, y les dio un poquito de morbo involuntario imaginarla metiéndose un pepino por el culo.

—Pero… hija… ¿cómo se te ocurre meterse eso por atrás?

—Ay, mami… no me vengas con estos discursos ahora. ¿Me vas a decir que vos tenés el culo virgen?

—Tu padre nunca me… ay… che, más cuidadito. Que ni mi marido me mete los dedos por el culo.

—Es una verdadera pena, señora —dijo Carlos—. Con lo lindo que lo tiene… quizás su marido no es tan afortunado después de todo.

—Nena, poné la patita arriba de la mesa —pidió Mónica.

Fiorella obedeció sin chistar. Con la pierna arriba de la mesa tanto su culo como su concha quedaban más expuestos.

Mónica puso más lubricantes en sus dedos y empezó a meterlos y sacarlos rápidamente del culo de la jovencita. A su lado Jazmín sufría de un trato similar por parte de Carlos. El tipo no tenía clemencia por ella. Esto era demencial, ni su marido la tocaba de esa manera… y por extraño que pareciera, se sintió halagada cuando Carlos destacó el buen culazo que tiene.

—Hago mucho ejercicio —dijo Jazmín, con orgullo.

—Se nota que hay mucho compromiso y trabajo.

—Así es…

Al menos ese hombre valoraba el esfuerzo que ella hacía para tener un cuerpo espectacular. A Néstor esto parecía no importarle. Como si su belleza ya no lo deslumbrara como antes.

Escuchó otra vez los gemidos de su hija y al mirar se dio cuenta de que Fiorella se estaba acariciando la vagina mientras Mónica le colaba los dedos en el culo.

—Oohhh…. mmmm… uuhhh…

Gemía Fiore, sin dejar de acariciarse el clítoris. Jazmín se preguntó por qué su hija hacía eso y entonces descubrió que ella también tenía ganas de masturbarse. Ya tenía la concha bien mojada y los dedos de Carlos estaban activando zonas erógenas que ella tenía olvidadas. No quería humillarse al frotarse el clítoris, por eso cuando ya no aguantó más la tentación dijo:

—Me parece que ya quedó claro que no teníamos nada escondido.

—Sí, eso quedo claro —aseguró Mónica—. Pero aún así, traían pastillas.

—Tienen dos opciones —dijo Carlos—. Las llevamos a la comisaría o pagan peaje.

El tipo la soltó y cuando Jazmín estaba por preguntar en qué consistía ese “peaje”, vio que Carlos se sentaba en la mesa y desprendía su pantalón. Señaló su venosa verga erecta. Jazmín se quedó impresionada, era más grande que la de su marido… aunque tampoco es que sea mucho decir.

Mónica le pidió a Fiorella que se siente en la mesa con las piernas separadas. La jovencita obedeció y sin pedirle permiso, la guardia se arrodilló frente a ella y empezó a comerle la concha.

—¡Hey! —Fue lo único que atinó a decir Fiorella.

Pero ya era tarde. La guardia estaba metiéndole la lengua por el agujero y ya no podía hacer nada para apartarla.

Jazmín miró a Carlos, él le hizo una clara seña que significaba “empezá a chupar”. Aquí la mujer evaluó sus posibilidades: podía quejarse, enojarse e intentar denunciarlo… o bien podía ofrecerle dinero. Pero se dio cuenta que ninguna de esas cosas funcionaría… y que Néstor ya debía estar en el estadio esperando por ellas.

—Vos y yo vamos a hablar muy seriamente cuando lleguemos a casa —le recordó a su hija, por enésima vez.

Fiorella estaba confundida. Mónica le estaba dando una sesión de sexo lésbico espectacular. No podía parar de retorcerse y gemir.

Jazmín se tragó su orgullo junto con la pija del guardia. Mientras antes terminara con esta humillación, antes podrían entrar al estadio. La verga era tan ancha que le costaba metérsela en la boca.

A Fiorella le impactó mucho ver a su madre comíendole la pija a un hombre que no es su papá. Le molestó que ella no hubiera ofrecido más resistencia. Ni siquiera se le ocurrió decir “Soy casada, no puedo engañar a mi marido”. No, se arrodilló y empezó a hacerle un pete a un desconocido. No parecía ser la madre que la había criado. De hecho, jamás se imaginó que su madre fuera de las que chupan verga, porque en más de una ocasión la escuchó decir que eso de hacer petes es “cosa de putas”. Y ahí estaba, su querida madre… haciendo cosas de puta. ¡Y cómo la tragaba! Ya había agarrado un buen ritmo, como el de Mónica con su lengua.

Carlos miró la concha de Fiorella y luego miró a la jovencita a los ojos con una sonrisa picarona. Fiore se sintió humillada a más no poder. No quería que ese hombre le pusiera ni un dedo encima. Hasta le daba vergüenza que estuviera mirándole la concha de esa manera.

—Quédense tranquilas —dijo Carlos—. Si hacen esto, no van a tener ningún problema para entrar.

Era obvio que todo el asunto de la revisión no fue más que una excusa para abusar de ellas, y al darse cuenta de esto Fiorella se enfureció; pero no con los guaridas, sino con ella misma. Ella las había arrastrado a este problema, por culpa de unas malditas pastillas.

—Mmmmm pendeja, estás divina —dijo Mónica, mientras se deleitaba con su concha—. ¿Esto lo hacés con tus amigas?

—¿Eh? No… claro que no. Yo no soy lesbiana.

—Oh, es una pena… seguramente más de una de tus amigas se muere de ganas de hacerte esto.

—Esta sí que tiene experiencia peteando —acotó Carlos—. Traga pija como una profesional.

Fiorella miró a su madre y esta vez fue Jazmín la que no quiso hacer contacto visual. Cerró los ojos y siguió mamando ese miembro venoso.

—Bueno, nena… ahora te llegó tu turno de comer concha —dijo Mónica.

—¿Qué? ¡No! ¡Ni hablar! Ya te dije que no soy lesbiana.

—Eso me importa poco. ¿Querés tener una causa judicial por portación de drogas? Mirá que eso queda en el prontuario y no se quita.

—No me importa… yo no hago eso… no quiero…

—Lo hago yo —dijo Jazmín—. ¿Te sirve?

Mónica miró unos segundos a Jazmín y sonrió.

—Me sirve.

La jovencita se sentó en una de las sillas y Mónica se quitó el pantalón para luego sentarse en la mesa. Abrió las piernas, mostrando la vagina. Jazmín sonrió al verla desnuda. Mónica parece ser de su rubro: una mujer que cuida mucho su apariencia física. Tenía los abdominales ligeramente marcados y la concha completamente depilada.

Jazmín no quería perder más tiempo. Se acercó y comenzó a lamer esos gajos vaginales con la punta de su lengua.

Mónica la tenía muy mojada. Los jugos vaginales formaron hilos entre la lengua y la concha. Fiorella no podía creer que su madre estuviera practicando sexo lésbico. Eso era… inconcebible. No puede ser. Su mamá jamás mostró ni la más mínima inclinación lésbica. Sí, admira mucho su propio cuerpo y hasta le recuerda a sus amigas y a la propia Fiorella lo lindas que son. Es capaz de halagar la belleza femenina… pero… ¿chupar una concha? Fiorella no lo cree posible.

Y eso la hizo sentir aún peor. Su madre tuvo que humillarse por ella y chupar pija y concha… ¡por ella! Fiore quería apartar la mirada, pero no podía hacerlo. Era demasiado hipónitco. Jazmín pasaba de lamer la concha a chupar la pija. Una y otra vez, iba de acá para allá. Y Fiorella fue la única que lo notó: los dedos de Jazmín… se movían rápidamente entre sus labios vaginales.

«Se está masturbando… no lo puedo creer». Pero ella también se había pajeado mientras Mónica le metía los dedos en el culo, y ni siquiera sabe por qué lo hizo.

Mónica agarró el celular de Fiorella y comenzó a sacarle fotos a Jazmín sin que ésta se diera cuenta. Fiore estuvo a punto de quejarse pero luego se dijo que no estaba haciendo ningún daño, al fin y al cabo esas fotos quedarían en su teléfono. Después las borraría.

Le dio pena que su madre tuviera que humillarse de esa manera, y la confundió la forma en que ella chupaba concha. No entendía por qué se esforzaba tanto en hacerlo bien. ¿Por qué? Le hubiera bastado con dar algunas lamidas que no la comprometieran demasiado. Sin embargo, succionaba ese clítoris y esos labios vaginales como si quisiera que Mónica se llevara la mejor experiencia lésbica de su vida.

—Uy, sí… mamita —dijo la guardia—. ¿Tenés experiencia torteando?

Jazmín no respondió y Fiorella respiró aliviada. No quería saber si su madre alguna vez tuvo una experiencia lésbica. Ya suficiente tenía con el trauma de verla comiendo concha y pija al mismo tiempo.

Carlos llegó a su límite y el muy desgraciado eyaculó en la cara de Jazmín. Quedó toda cubierta de semen, ante la mirada atónita de su hija. A Fiorella le impactó ver cómo su madre posaba para la foto, con la boca abierta, mostrando una abundante cantidad de semen en su lengua. Luego… ¡Se lo trago!

«¿Acaso vi bien? —se preguntó la joven Fiorella—. ¿Mi mamá acaba de tragar el semen de ese tipo?»

—Quiero que guardes esas fotos, Fiorella. Para que recuerdes lo que tuve que hacer por tu culpa.

«Oh… por eso lo hizo. Quiere que me sienta culpable. Bueno… lo consiguió».

Jazmín se limpió la cara con un pañuelo descartable, cedido con amabilidad por el propio Carlos. Mónica agarró la bolsita con pastillas y le mostró a Fiorella cómo guardaba dos dentro de un pequeño bolsillo de su carterita rosa.

—Se portaron muy bien. Les dejo un par, para que disfruten de una linda noche. Y les estoy haciendo un favor… se nota que no tienen experiencia en este tipo de pastillas, y no conviene abusar de ellas. Con una cada una tienen más que suficiente.

—No vamos a tomarlas —aseguró Jazmín—. Ahora, si no les molesta, quisieramos entrar al estadio. Mi marido nos está esperando, debe estar preocupado.

—Por supuesto, adelante —dijo Carlos, señalando la puerta—. Y mándale saludos de mi parte. Dígale que es un hombre muy afortunado… por tener una esposa tan hermosa.

Fiorella notó que su madre sonreía con timidez. ¿Acaso le gustaba ese tipo o qué carajo?

Se acomodaron la ropa y salieron por la puerta, solo que esta vez tomaron el camino contrario del pasillo, por las indicaciones de Mónica. Así llegarían directamente al campo central.

—Fiorella…

—Sí, mamá… ya sé —puso los ojos en blanco—. Cuando lleguemos a casa vamos a hablar seriamente.

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