La Mansión de la Lujuria [18]
Capítulo 18.
Lilén y el Borracho del Pueblo.
Inara vio a Maylén y Catriel saliendo del sótano. Entre los dos cargaban un gran maniquí de madera. Se preguntó si ellos habrían notado algo extraño que pudiera indicar que allí había un pasaje secreto. Era mejor no decirles nada y dejar la exploración para otro día, cuando hubiera menos gente deambulando cerca de la cocina. Solo por ahí se puede acceder al sótano.
—¿Y ese muñeco? —Preguntó Inara.
—Creemos que es un maniquí artístico —respondió Maylén—. Lo vamos a llevar al estudio de mamá, a ella le va a encantar.
Inara se fijó en la entrepierna del maniquí, había una arandela metálica y un orificio en el centro. En ese instante supo que no se trataba de un modelo artístico. Se le ocurrió una loca idea: el dildo metálico que encontró en la habitación once. ¿Encajaría en ese agujero? Y de ser así… ¿por qué alguien se tomaría el trabajo de construir un maniquí de madera al que se le pueda encastrar un pene metálico?
Tampoco sabía por qué se habían construído los túneles del sótano, así que hasta la suposición más absurda podía ser válida en la mansión Val Kavian.
Si su madre se apoderaba del maniquí, no podría poner a prueba su hipótesis. Debería robarlo alguna noche, mientras todos estén durmiendo, y llevarlo hasta la habitación once. Quizás le pediría ayuda a Lilén. Aún no quería sumar a su hermana gemela en la exploración de los túneles; pero sí podía incluirla en este nuevo misterio.
Todos esos planes quedarían para otro día. Ahora no podía hacer nada sin levantar sospechas.
————————————
El desayuno fue sencillo porque todos en la mansión tenían tareas pendientes y querían aprovechar la mañana. Rebeca subió a su estudio acompañada de Inara para poder terminar el cuadro en el que estaba trabajando. Soraya y Catriel avisaron que seguirían limpiando el cementerio, se llevaban sándwiches así que no debían esperarlos para el almuerzo. Maylén tenía como objetivo instalar nuevas luces en el sótano; quería convertirlo en un sitio agradable que le sirviera de taller.
Lilén salió al jardín trasero, quería terminar el trabajo de limpieza que su hermano había dejado inconcluso después del accidente.
Por el tremendo calor, se ató su larga cabellera roja con un rodete alto, dejó sueltos algunos mechones para no dar la apariencia de ser demasiado rígida. Se puso un top amarillo que le quedaba algo suelto y que se elevaba al pasar por encima de sus pequeñas tetas de merengue. Los pezones eran dos protuberancias en punta apuntando hacia arriba. Se calzó unas zapatillas de lona sin medias y para completar el atuendo optó por un diminuto short de jean. Era tan pequeño que le dejaba la parte baja de las nalgas a la vista y en el frente cortaba justo en el inicio de su pubis. Por suerte lo tenía depilado, de lo contrario corría el riesgo de que el vello púbico saliera a saludar. No necesitaba ser discreta, allí nadie podía verla. O al menos eso creía ella…
Mientras Lilén rastrillaba hojas y ramas sueltas, una figura esbelta y curvilínea apareció entre los árboles. No se asustó porque la reconoció de inmediato.
—Oh, hola Narcisa ¿cómo andás?
La bruja tenía un atuendo que parecía más apropiado para una fiesta de disfraces erótica. Era un vestido negro que dejaba poco a la imaginación, como los que acostumbraba usar; pero a Lilén éste le pareció un poco más provocativo de lo normal. Al principio no entendía muy bien por qué, hasta que se fijó en el andar de la bruja. Con cada paso sus torneadas piernas asomaban fuera de esas cintas de tela negra que colgaban de su vientre o de sus caderas. El movimiento provocaba que parte de su pelvis quedara a la vista por pocos segundos. Era obvio que la bruja no tenía puesta ropa interior, porque Lilén podía ver cómo se asomaban los laterales de su pubis completamente depilado. Siempre faltaban apenas unos milímetros para que la vagina quedara expuesta. Cuando creía que esto iba a pasar, la tela se acomodaba en su lugar, tapándola a tiempo. Parecía arte de magia. A Lilén le causó un poco de gracia ese atuendo tan extravagante. A Narcisa sólo le faltaba el típico sombrero cónico de las brujas.
—Bien, ¿está tu hermano en casa?
—No. Se fue a limpiar el cementerio, con mi tía Soraya.
—Oh, ya veo.
—¿Necesitás algo?
—Nada muy importante. Tengo que hacer algunas averiguaciones en el pueblo, y no quería ir sola. No soy bien recibida allí.
—Si querés te puedo acompañar.
—¿De verdad? ¿No sería una molestia?
—Para nada. Prefiero salir a pasear un poco antes que pasarme toda la mañana rastrillando hojas. Vamos.
Lilén tiró el rastrillo al piso y emprendió la caminata hacia el pueblo. Narcisa se le sumó de inmediato, agradeciéndole el gesto.
En el pueblo las recibieron con miradas curiosas. La gente no se molestaba mucho en disimular, aunque estuvieran espiándolas desde una ventana. Lilén comenzó a sentirse incómoda por su llamativo atuendo; pero hacía mucho calor, no quería volver a su casa para ponerse más ropa. Por suerte se cruzó con algunas chicas jóvenes, más o menos de su edad, que también llevaban shorts muy cortos o remeras sin corpiño que les marcaban los pezones. Ella las saludó, con la intención de hacer nuevas amigas, pero todas pasaron de largo y la miraron como si fuera un fantasma.
—Ah, ya veo —le comentó a Narcisa—. Me evitan porque soy pelirroja.
—Por eso y porque te acompaño yo. En este pueblito detestan a las brujas y a las pelirrojas por igual. Te voy avisando, por si pensás hacer carrera en brujería —Narcisa le sonrió.
A Lilén le pareció gracioso el comentario y la hizo sentir mejor. No la odiaban porque ella hubiera hecho algo malo, sino por prejuicios absurdos basados en una leyenda pueblerina. Quizás algún día podría convencer a esas chicas de que ella no es mala persona… y que tampoco trae mala suerte.
—Por un momento pensé que me miraban raro por cómo estoy vestida.
—Yo tengo que vestirme así por necesidad, la profesión de bruja exige ciertos compromisos. Pero vos me estás poniendo un poquito nerviosa con ese short tan corto. En este pueblo hay tipos de los que tenés que cuidarte. Quizás si te lo subís un poquito… —Narcisa tomó el short por la parte de adelante y lo subió. Esto provocó que a Lilén se le meta un poco dentro de la concha, marcando más sus gajos. Y también…— Ay, no… se salió el botón. Perdón, quería ayudarte y lo empeoré…
—Uy… emm… no te preocupes, es un short muy viejo, seguramente se rompió por eso.
Siguieron caminando y Narcisa dijo…
—Dios, ahora se te ve más que antes. Casi que se te ve la…
—No se ve por poquito. Lo bueno es que la tengo depilada, sino andaría con todos los pelitos a la vista.
—Mmm… no sé si eso no empeora las cosas.
Ahora las miradas curiosas iban directamente a ella. Dos tipos les pasaron por al lado y uno codeó al otro para señalarle ese pubis tan bonito que estaba enseñando la joven Lilén. El cierre se había bajado, ella intentó subirlo pero fue inútil, al dar dos pasos se volvía a bajar. La cobertura para su intimidad era mínima. Su vagina no quedaba expuesta por cuestión de milímetros. Las señoras del pueblo se escandalizaban (o fingían hacerlo), los hombres la miraban chorreando baba y las otras chicas jóvenes la señalaban y se reían como tontas. Las mejillas de Lilén estaban tan rojas como su cabello. Siguió avanzando porque eso era mejor que quedarse quieta.
—¡Narcisa! ¡Por fin llegaste!
Una mujer regordeta de cabello castaño llamó a la bruja desde la puerta de su casa. A Lilén le gustaban las viviendas del pueblo, tenían un toque “campirano europeo” que las hacía muy pintorescas.
—Hola Norma. ¿Qué es lo que necesitás con tanta urgencia?
—Tenés que hacerme una limpieza en la casa. Dale, pasá… antes de que llegue Bartolo.
—¿Te dedicás a limpiar casas? —Preguntó Lilén.
—Se refiere a una limpieza espiritual. Ya te dije Norma que a tu marido no le pasa nada malo. Es un vago y un borrachín al que no le gusta laburar.
—¡Claro que no! El Bartolo siempre fue un buen tipo. Un hombre correcto y responsable. Se echó a perder porque me engualicharon la casa.
—¿Quién te va a engualichar la casa a vos, y por qué?
—No sé. Eso lo sabrás vos, que conoce de estas cosas. Si te llamé es porque estoy desesperada. Otra vez Bartolo se pasó la noche en El Perro Ciego. ¿Será que Alison lo engualichó para vender más?
—Tu marido debe un montón de plata en el bar. Si ese es el motivo del gualicho, ya te digo que no está funcionando. Lilén, esperame acá. Avisame si vuelve Bartolo. No quiero que nos interrumpa.
—Muy bien. ¿Cómo es Bartolo?
—Un tipo flaco de cabello medio canoso. Usa bigote… y seguramente estará borracho.
—Sí, ese es mi marido. Gracias, Narcisa… mil gracias.
—Esto te va a costar caro, Norma… —ingresó en la vivienda y la puerta se cerró detrás de ella.
Lilén se sintió devorada por la mirada de los vecinos curiosos. No quería quedarse sola allí. Se le ocurrió esconderse en un estrecho callejón formado entre la vivienda de Norma y la del vecino. Desde allí podría ver al tal Bartolo.
Estuvo escondida durante un rato, espiando la calle por la que creía que llegaría el dueño y se llevó una gran sorpresa al encontrarlo de pie junto a ella. ¿En qué momento había llegado? El muy hijo de puta cortó camino por el callejón y se topó con esa pequeña pelirroja de pantalón corto.
—¿Pero qué tenemos acá? —Si a Lilén le quedaba alguna duda de que ese flaco de bigotes y cabello entrecano era Bartolo, se le disiparon al sentir el aliento a alcohol que manaba de su boca—. ¿Sos nueva en el pueblo, dulzura?
—No me llamo “dulzura”.
—No sé cómo te llamás —sonrió y la tomó del mentón—. Solo sé que sos un primor.
Lilén intentó salir del callejón, pero el tipo ya estaba justo frente a ella. El espacio era tan estrecho que si dos personas quedaban enfrentadas, una no podría moverse a menos que la otra lo hiciera.
—Dejame salir…
—Qué tetitas que tenés, dulzura —le pellizcó un pezón por encima del top amarillo—. ¿Por qué nunca te había visto por acá? ¿Viniste a visitar unos parientes?
—No. Vivo acá con mi familia, en la mansión Val Kavian.
—Oh, ¿y no te da miedo dormir solita en esa casona? —Preguntó mientras le estrujaba el pezón.
Ella intentó moverse, pero el tipo la superaba en tamaño y le bastaba dejar sus piernas entrelazadas con las de ella para que no pudiera salir.
—¿Y quién te dijo que duermo sola?
—¿Con quién dormís, dulzura? ¿Quién calienta tu cama por las noches?
—Mi hermana.
—Uy, ¿y tu hermana es tan linda como vos?
—Somos gemelas.
—No lo puedo creer. ¿Hay dos preciosas pendejitas nuevas en el pueblo y yo no me enteré? Deberían ir al Perro Ciego, a tomar algo. Yo les invito las primeras copas.
—No nos gusta tomar “copas” en bares. Además tenés fama de no pagar… ¡Ay, dejame salir! —Chilló cuando Bartolo le pellizcó con fuerza el pezón.
—No te apures, chiquita. Vos y yo tenemos mucho de qué hablar. ¿Siempre usás los pantalones tan cortitos y apretados? —El tipo le acarició el vientre y bajó con su pulgar hasta la zona púbica. La acarició formando pequeños círculos—. Uf, qué suavecita la tenés.
—¡No me toques! —En lugar de intentar huir, la reacción de Lilén fue inflar las mejillas de rabia y mirar desafiante a Bartolo.
—Ya conozco bien a varias pendejas del pueblo, pero ninguna me parece tan rica como vos. Decime, nena… ¿por qué usás así el shorcito?
—No lo uso así —podía sentir cómo el tipo presionaba su pubis e iba bajando lentamente—. Se me rompió el botón…
—Ajá, ya veo… se rompió. Pero el short es bien cortito… ¿siempre te vestís de forma tan… provocativa?
—Hace calor…
—¿Por eso ni te pusiste la tanga?
Lilén no quiso responder a eso, la respuesta era muy vergonzosa. Se vistió sin pensar, ahora se arrepentía de no haberse puesto ropa interior.
—No tengo que darte explicaciones. Me visto como se me da la gana. ¡Ay, no! —Uno de los dedos de Bartolo hizo contacto directo con su clítoris. Las rodillas de Lilén temblaron—. No toques ahí…
—Estaba comprobando si este botón también se había roto… pero se ve que funciona perfectamente —dijo, mostrando una sonrisa de borracho. Su boca estaba tan cerca de Lilén que ella pensó que se emborracharía con solo olerlo.
—Ese “botón” funciona perfectamente —protestó—. Y no necesitaba que vos lo compruebes.
Intentó apartarlo de un empujón, no sirvió de nada. Bartolo le sujetó los brazos por encima de la cabeza con suma facilidad. Al quedar en esa posición su top amarillo se levantó, exponiendo sus pequeñas tetas.
—Uy, mirá quiénes salieron a jugar. Son como conitos de dulce de leche.
—Prefiero decir que son merengues.
Bartolo estalló en risas con este comentario.
—Merengues muy dulces —sacó la mano de la entrepierna para poder darse el gusto de pellizcar esos pezones directamente—. Los tenés bien duros, se ve que te gusta.
—Los tengo duros porque… porque… ¡qué sé yo por qué los tengo duros! Solo sé que vos no tenés nada que ver con eso —se estaba poniendo cada vez más roja, de la rabia y la vergüenza—. A veces se me ponen duros solo porque sí.
—¿Y también te mojás solo porque sí?
—¿Y vos qué sabés si estoy mojada?
Lilén se dio cuenta demasiado tarde que decir esto era un gran error. Bartolo volvió a bajar la mano y esta vez sus caricias pasaron de largo por el clítoris hasta llegar a los labios. Cuando tuvo los dedos entre esos turgentes gajos, exploró con suavidad la entrada de la vagina.
—Definitivamente estás mojada, chiquilina.
—No me digas chiquilina. Y si estoy mojada, no es por vos, tarado.
—¿Ah sí, entonces por qué es? ¿Me vas a decir que te mojás cuando hace mucho calor?
—No… es por el short. ¡Eso! Es por culpa del short. No me puse ropa interior y la tela del short me roza el clítoris cuando camino. Por eso estoy mojada. —Se sintió ridícula teniendo que explicar esto; pero no quería que ese tipo creyera que tenía la concha empapada por él.
—Eso parece una excusa que acabás de inventar.
—¡Nada que ver! Por eso a veces me visto sin usar tanga. Me gusta el roce de la ropa contra el clítoris… ¡uy… ahh…!
Bartolo la hizo gemir al acariciarle el clítoris.
—¿Esos roces son los que tanto te gusta?
—No me refería a eso. ¡Uy, ay… noo!
—Tenés la concha muy sensible. Eso me gusta.
—La tengo sensible porque me estuve tocando antes de…
Se detuvo en seco. Se insultó a sí misma por hablar sin pensar.
—¿Así que te hiciste una rica paja para arrancar el día? Me hubiera gustado ver eso. ¿Tu hermana estaba con vos en la cama mientras te tocabas? —Inara estaba ahí, tocándose a su lado; pero no le diría eso—. ¿Y cómo lo hiciste? ¿Por fuera o por dentro?
—No es asunto tuyo cómo me hago la paja. Boludo. ¡Ay, no me metas los dedos!
Un segundo dedo ingresó en la concha de Lilén y comenzaron a moverse acariciando las paredes internas. Ella se estremeció. Su cabeza comenzó a nublarse y sus pulsaciones aumentaron el ritmo. Se le puso la piel de gallina cuando el tipo le pasó la lengua por el cuello. Soltó un suspiro involuntario.
—Solamente quiero saber cómo te hacés la paja, dulzura —le dijo Bartolo al oído—. Después te podés ir a mover el culo por todo el pueblo. —Los toqueteos estaban calando muy hondo en todo su ser, en sentido metafórico y literario—. Entonces… ¿lo hacés por dentro o por fuera?
—Las dos cosas… ahh…
Lilén se vio trasladada al pasado, cuando Rebecca fue a visitar al médico acompañada de la abuela Cándida.
—¿Así?
Bartolo presionó el clítoris con su pulgar al mismo tiempo que movía los dedos que estaban adentro.
—Algo así… sí…
Ahora entendía por qué su madre se había mostrado tan dispuesta a responder todas las preguntas del médico. Algo dentro de ella le pedía a gritos que lo hiciera, que dijera más. ¿Acaso ella también estaba poseída por un espíritu como Elektra? O quizás había otra razón.
—¿Y te pajeás rápido o despacio?
—Despacito… me gusta disfrutarlo… uff.. mhhh… sí, así… aunque con más presión en el clítoris…
—¿Así?
—Siiiii…. haaahha….
«Carajo, Lilén… ¿qué mierda estás haciendo?», le dijo la voz de su conciencia. Y al mismo tiempo la invadían recuerdos del relato de su madre con el doctor. Quizás escuchar esa anécdota tan morbosa generó un impacto muy grande en su mente. Pero se tenía que controlar. Se prometió a sí misma que si el tipo le preguntaba algo más, ya no le respondería… o al menos intentaría mentirle.
—¿Y en qué pensás cuando te masturbás?
—En vergas bien grandes…
«Lilén, sos una pelotuda».
—¿Te gustan grandes? —Antes de que ella pudiera responder, Bartolo liberó su miembro. Ya lo tenía erecto. Era imponente, venoso, casi tan grande como el de Catriel… el único pene que había probado hasta el momento—. ¿Así te gustan?
—Emm… no sé…
—Dale un besito.
—No quiero.
—Dale, no me dejes así. Solo un besito.
Ayudó a Lilén a arrodillarse porque ella no colaboró demasiado. Cuando la jovencita tuvo ese gran falo ante sus ojos no pudo apartar la mirada. Era hipnótico, fascinante. Ella le dio un suave beso en la punta y su corazón volvió a acelerarse.
—Abrí la boca, dulzura…
—No me lo voy a meter en la bofcffhhhsfffwssd…
Con una mano Bartolo mantuvo los brazos de Lilén entrelazados por encima de su cabeza y con la otra le agarró los pelos y le metió la pija hasta el fondo de la garganta. Los ojos de Lilén se bizquearon por querer ver cómo ese pene se metía en su boca. La baba se le acumuló rápido, esa lubricación ayudó a que el tipo pudiera moverse de adelante hacia atrás. Ella comenzó a emitir sonidos guturales por intentar tragar pija y saliva al mismo tiempo.
—Dale, primor… mostrame lo que puede hacer esa boquita… eso, así… sos muy buena en esto. Quizás mejor que las otras pendejas putitas de este pueblo de mierda.
Lilén no entendía a qué se refería. ¿Por qué sería mejor si ella no estaba haciendo nada?
¡Y ahí lo entendió!
Su lengua. La muy traicionera se estaba moviendo alrededor de la verga, como si alguien más la controlara. ¿Sería un espíritu? ¿O es que simplemente quería chuparla y no se animaba a reconocerlo?
Por suerte esta situación incómoda no duró mucho tiempo. Bartolo la ayudó a ponerse de pie otra vez.
—Hijo de puta… ¿por qué hiciste eso? Te dije que no quería.
—No me mientas, pendeja. Te morís de ganas de probar pija, se te nota en la cara.
La verga empezó a presionar entre sus labios vaginales.
—Ay, no… no… no me la metas. Es muy grande. Yo la tengo muy apretada.
—Mejor, me encantan las conchas bien apretadas.
—No, pará… despacito… uff…
La presión ejercida por Bartolo fue en aumento. Lilén creía imposible que ese falo pudiera entrar en su sexo, hasta que…
—¡Ay, carajo! Me metiste la cabeza de la pija en la concha. Uy… eso dolió. —El tipo empezó con cortas embestidas para dilatarle el agujero—. No, no… esperá… uff…
Bartolo la besó en la boca. Era un tipo apuesto, eso Lilén debía reconocerlo; pero tenía tanto tufo a alcohol que creyó que se emborracharía solo con su aliento. Y algún efecto similar tuvo en ella ese beso, porque se fue relajando. Su cuerpo quedó como levitando mientras sentía cómo la verga se le metía un poco más adentro con cada embestida. Avanzaba muy poco, porque la tenía apretada y ese miembro era de un tamaño respetable. Aún así, entraba. Otra embestida… y un poco más adentro. Y más… y más…
—Carajo… —dijo ella cuando el tipo sacó la lengua de su boca—. Me está entrando. Pensé que no se iba a poder…
—¿Entonces querés que siga? —Preguntó, dando una embestida más fuerte que las anterior.
—Ay, no tarado… no dije eso. Es solo que… uy, uy… me sorprende que esté entrando. Nada más. Ay, carajo… si hubiera sabido que hoy me iban a coger, me hubiera traído el lubricante, para que entre mejor.
—¿Así que la querés toda adentro?
—¡No dije eso! Es para que no me duela… me está doliendo un poquito.
—No te preocupes, dulzura. Duele un poco al principio, pero ya vas a ver cómo se te pasa cuando entre toda. Y con lo mojada que estás, no vamos a necesitar lubricante.
—No va a entrar. Es mucha verga, no creí que… auu… uf… dios. Carajo, carajo, carajo. ¡Entró toda! No puede ser. Entró toda…
Lilén estaba en puntitas de pie, las potentes embestidas la obligaron a eso. Al mirar hacia abajo solo pudo ver una pequeña parte de la verga sobresaliendo de su concha. Le ardía un poco, pero en realidad no le dolía. Eso la tranquilizó lo suficiente como para hacer un trato.
—No me cojas, por favor… no me cojas. Si querés te la chupo… y me trago toda la leche. Ya tengo experiencia en eso.
—¿Ya anduviste chupando verga?
—Siiii… uf… —no le diría que fue la de su hermano, ese dato era innecesario—. Ya chupé una tan grande como la tuya.
—¿Y te tragaste toda la leche? —El ritmo de las embestidas aumentó.
—Sí… ay, ay… me la tragué toda. Me tomé toda la leche… y puedo hacer lo mismo ahora… no me coj… ahhh… ahh… carajo… ya me estás cogiendo —dijo con los ojos en blanco—. Me estás recontra cogiendo… uy… me vas a partir la concha…
—Esa es la idea, dulzura… te voy a dar unos pijazos de los que te vas a acordar toda tu vida.
Las penetraciones eran potentes y de la concha de Lilén manaban flujos que hacían más fácil la tarea. Ella apenas apoyaba la punta de sus zapatillas en el suelo, cuando estaba por bajar la planta de los pies, Bartolo se encargaba de levantarla otra vez, dándole un potente pijazo.
—Ah, carajo… la puedo sentir muy adentro… dios… como hasta el ombligo… uy… ¿cómo hiciste para meterla tan adentro?
—Eso es porque vos estás muy mojada, dulzura, ya te lo dije. Te entra fácil. Esta concha pide pija… y pija le vamos a dar.
—Ah… carajo… despacito… carajo…
—¿Todavía te duele?
—Em… —Lilén se quedó confundida, no esperaba que Bartolo se preocupara por ella—. La verdad es que ya no me duele. Es curioso, ¿no?
—Entonces es hora de darte con todo.
—Ay, no, pará… te mentí, sí me duele, sí me duele… no me cojas con todo… no… ay…
Bartolo no creyó ni por un segundo esa mentira. Empezó a darle duras embestidas que la hicieron chillar de placer, en contra de su voluntad. La besó y empezó a cogerla a ritmo duro y parejo, sacudiendo su pelvis con fuerza y haciendo que la espalda de Lilén choque contra la pared una y otra vez.
—Ah… carajo… ah…
—¿Sigue en pie la propuesta de chuparla?
—¡No! Ahora me enojé. No te la chupo nada.
—¿Entonces querés que te siga cogiendo?
—¡No, para! No dije eso… ah… carajo… qué boluda —los pijazos seguían llegando, uno detrás de otro, a buen ritmo—. Mah, sí… hacé lo que quieras. Ya no tiene sentido seguir discutiendo.
Se quedó quietecita mientras el tipo se deleitaba con su apretada concha, la cual parecía haberse acostumbrado al tamaño del miembro. Bartolo estaba muy concentrado en su tarea y que Lilén empezara a gemir copiosamente lo motivó a seguir dándole. Ella no podía creer que el tipo fuera capaz de meterle tantos pijazos consecutivos sin cansarse. Parecía una máquina.
Estuvieron así, sin separarse, durante unos minutos, hasta que Lilén sintió la descarga de semen en su interior.
«Uf, por fin se va a terminar todo».
Bartolo se movió rápido, guardó su verga en el pantalón y salió del callejón por donde había entrado. Se perdió por la parte trasera de la casa. Lilén lo vio salir sin entender nada. Cuando giró su cabeza hacia la izquierda entendió el motivo de la huida. Allí, de pie en la entrada del callejón, estaba Narcisa, pálida e imponente con su vestido negro. Sus ojos echaban relámpagos.
—¡Ese hijo de puta! ¿Qué te hizo? —Entró en el callejón y tomó a Lilén por los hombros—. ¿Te lastimó?
—No, no…
—Pero, te la estaba metiendo… yo lo vi.
—No pasó nada.
—¡Lo voy a matar!
—En serio, Narcisa. No pasó nada.
—Decime qué te hizo, así voy y lo mato.
—¡NO!
La bruja abrió mucho los ojos, nunca había visto a esa pequeña y adorable pelirroja tan decidida.
—¿Estás segura?
—Sí, estoy segura. No le hagas nada. Ya pasó.
—¿Por qué no querés que haga nada?
—Porque… porque fue mi primera vez.
Narcisa tragó saliva y miró a Lilén fijamente a los ojos, cuando bajó la mirada vio que de la concha de la jovencita chorreaba semen. Después de unos segundos, sonrió.
La bruja se puso de rodillas y pegó su boca a los labios vaginales de Lilén. Tragó buena parte del semen y le estimuló el clítoris con la lengua, haciéndola gemir. Luego se puso de pie y besó a Lilén en la boca. Había guardado abundante leche para compartir con ella. Se besaron apasionadamente, como Lilén solo lo había hecho con su hermana o su madre. Narcisa era muy buena besando.
—Bienvenida al maravilloso mundo del sexo —le dijo la bruja, con una sonrisa lujuriosa—. Ahora te voy a hacer acabar, para que termines este momento mágico de la mejor manera posible.
Se arrodilló otra vez y empezó a chuparle la concha con pasión. Los labios vaginales de Lilén se abrieron como una flor al sentir el contacto con esa lengua experta.
—Uf… me encanta. Ya puedo sentir que estoy acabando… aunque, este sería mi tercer orgasmo —sus mejillas se pusieron rojas al máximo—. Bartolo me hizo acabar dos veces.
Y el tercer orgasmo fue el más húmedo de los tres. Su concha explotó en la boca de Narcisa. Todos esos jugos vaginales saltaron contra el hermoso rostro de la bruja. Ella los recibió como una ofrenda. Tragó todo lo que pudo y chupó el clítoris con intensidad.
—Entonces ¿qué tal la pija de Bartolo?
—Uf… divina. Siempre quise debutar con una pija grande… y Bartolo me cumplió el sueño —soltó una risita picarona—. Ya no me molesta que me la haya metido sin permiso.
—Me alegra que la hayas pasado tan bien con Bartolo. Aún me quedan algunas cosas por hacer. Tengo que chequear unas runas que podrían estar en el patio de una casa y voy a necesitar que me ayudes.
—¿Qué tengo que hacer?
—Cualquier cosa que distraiga a sus propietarios. Además… —Narcisa volvió a subirle el short de jean—, ahí vive la costurera del pueblo. Ella te puede ayudar con esto. Todavía me siento mal por romper el botón.
—Muy bien, vamos. Yo te sigo.
A pesar de las palabras de la bruja, a Lilén no le molestó pasear por el pueblo sin el botón. Su pubis estaba totalmente a la vista, la tela cubría con lo justo la zona vaginal. El short se mantenía en su sitio solo por ser muy ajustado en la parte de las nalgas. Lo más llamativo era cómo su vagina estaba mordiendo la tela, dejando a la vista buena parte de sus gajos vaginales. Su concha parecía haber perdido la capacidad de quedarse cerrada después de la cogida que le dio Bartolo. Lilén no se dio cuenta de este detalle, ella marchó con la vista al frente. Narcisa lo notó, pero no le dijo nada.
Una bonita joven de cabello negro que estaba sentada en el porche de su casa, sonrió al ver a Lilén. Se abrió de piernas y le mostró que debajo de su minifalda no tenía nada. Separó los labios de su concha con los dedos y le guiñó un ojo, como invitándola a jugar. Lilén la saludó y no se detuvo solo porque no quería fallarle a Narcisa, ya se había comprometido con ella. No tenía idea de que esa chica era Camila Brunardi, una de las hermanas que Catriel se había cogido en la cripta del cementerio.
—Algunas chicas del pueblo son bastante zarpadas —comentó Lilén.
—No tenés idea. En este pueblo puede pasar de todo. Es tierra de nadie. Tenés desde gente súper conservadora, hasta completos libertinos.
—¿Puede ser que los espíritus de la mansión estén afectando a esos “libertinos”?
—Mm… podría ser…
—Lo digo porque la casa estuvo abandonada muchos años. Imagino que los espíritus se aburrieron al estar solos tanto tiempo. Alguna vez habrán salido a pasear por el pueblo.
—Es una excelente hipótesis.
—“Hipótesis”, ya parecés Maylén —dijo Lilén, poniendo los ojos en blanco. La bruja se rió.
—Y vos parecés salida de una película porno vestida así.
Ahí fue cuando Lilén miró hacia abajo y se encontró con que buena parte de su concha estaba a la vista.
—Uy, la puta madre… —se acomodó el short lo mejor que pudo y subió un poco el cierre—. ¿Por qué no me avisaste antes?
—No quería arruinarle el espectáculo a los vecinos. Además, tu concha es muy hermosa. Vale la pena mostrarla un poquito.
—Mmm, bueno… gracias. Supongo. Aunque me da un poquito de vergüenza que se me vea tanto. Con razón los tipos que cruzamos me cogían con la mirada.
—Igual lo harían, aunque estuvieras vestida de monja. Sos una chica muy hermosa, Lilén. Deberías sentirte orgullosa de eso.
—Ay, gracias. Aunque no creo ser tan linda.
—¿Considerás que Inara es linda?
—Sí, ella es preciosa.
—Y es igualita a vos. Si ella es preciosa, vos también lo sos.
—Bueno, em… sí, supongo… —A su lado pasó un hombre rubio de bigote, parecía una versión más joven (y más apuesta) de Bartolo. El tipo se detuvo para admirar su culo sin ningún tipo de disimulo—. Quizás deje que se vea un poquito.
Tiró de su short hacia arriba, permitiendo que se metiera un poco en su concha. Sus gajos vaginales asomaron a los lados de forma no tan sutil. El roce de la tela contra su clítoris la estimuló aún más, por eso bajó todo el cierre, para que su pubis lampiño se viera completo.
—Llegamos hasta la casa —anunció Narcisa—. Te advierto que esto no va a ser tan fácil como te imaginás.
Lilén se dio cuenta de que allí debía vivir alguien importante para el pueblo. Esta casa no tenía la sencillez de las demás. Era un chalet de dos pisos, con las paredes blancas y el techo de tejas rojas. Estaba decorado con molduras de estilo colonial… aunque no parecía tan vieja.
No tenía idea de qué le depararía allí dentro; pero quería ayudar a Narcisa. La bruja cada vez le caía mejor, le demostraría que puede ser útil, que puede confiar en ella para cualquier tarea, aunque sea una difícil.
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