La Mansión de la Lujuria [19]
Capítulo 19.
La Banda de Maxinne.
La bruja aplaudió frente a la casa de los Jalenik. Mientras esperaban a ser atendidas Lilén dijo:
—Che, Narcisa…
—Mmmm…
—¿Por qué siempre usás ese gigantesco sombrero de bruja?
Narcisa la miró sorprendida.
—Ay, perdón… ¿dije algo malo? Es que… no sé… pensé que solo las brujas de las películas usaban eso.
—No dijiste nada malo, Lilén —Narcisa sonrió—. Es que nunca me lo habían preguntado antes. Lo uso por varios motivos. En primer lugar: porque me gusta. También es cómodo y al ser de ala ancha me cubre bien del sol.
—Tiene sentido. Siendo tan pálida necesitás protegerte del sol.
—Así es. Pero el motivo más importante es simbólico. ¿Ya te fijaste en cómo me mira la gente del pueblo?
—Con miedo… y quizás algo de respeto.
—Así es. Este sombrero dice “Acá viene la bruja del pueblo, cuidado”. Entonces nadie se mete conmigo.
—Aunque vayas medio desnuda.
—Podría caminar completamente desnuda y nadie se atrevería a ponerme un dedo encima.
—Wow, eso me gustaría verlo.
—Quizás algún día —Narcisa mostró una sonrisa picaresca.
Una hermosa mujer de cabello negro salió de la casa. Llevaba puesto una especie de camisón de verano color gris. Muy escotado, sus grandes tetas bailaban sin la opresión de un sostén. Se le marcaban los pezones, pero lo que más le llamó la atención a Lilén era que esa modesta prenda de vestir no alcanzaba a cubrir del todo la intimidad de la mujer. Por debajo asomaban carnosos labios vaginales coronados con una espesa maraña de vellos negros.
—Lilén, te presento a Melania Jalenik. Algunos dirían que ella es la alcaldesa de este pueblo. Yo solo digo que es una entrometida.
—Siempre tan simpática, Narcisa. ¿Ya convertiste en sapo a alguno de los chicos del pueblo?
—No, eso lo tengo agendado para mañana.
—Oh, suerte con eso. ¿Y por qué me trajiste esta cosita colorada? —Señaló a Lilén de forma despectiva.
—Necesita tus dotes de costurera. Es solo un minuto… se le rompió el botón del short. Si nos ayudás con eso, no te molesto por lo que resta de la semana.
—Una semana sin ver tu horrorosa cara siempre es un buen pago.
Melania se arrodilló frente a Lilén y miró el short desde muy cerca. Bah, en realidad se podría decir que miró el pubis completamente depilado de la joven pelirroja.
—Uy, se nota que esto te ajusta mucho… te dejó la marca —acarició el pubis de Lilén, ella se estremeció, pero no se apartó—. ¿No será mejor que compres otro short?
—Este me gusta… prefiero arreglarlo… si se puede.
—Sí, como poder se puede. —Los dedos de Melania recorrieron suavemente el pubis desde arriba hacia abajo, se detuvieron justo donde el short cubría los labios vaginales de Lilén—. Y te queda muy lindo, eso nadie lo puede negar. Es más, yo hasta te diría que lo uses así. Es un pueblo muy caluroso, no es raro ver mujeres que andan muy flojas de ropa… sino mirá la bruja.
—Mirá quien lo dice. La primera que salió a saludarnos fue tu concha.
—A mi concha no le gusta la opresión. Y a esta chiquita le queda hermoso el shortcito así, es una crueldad ponerle el botón. Uy, miren quién salió a saludar…
El clítoris de Lilén se asomó por encima del vértice que formaba la tela de jean. Melania lo acarició con la yema de su pulgar. Lilén sintió una fuerte descarga de placer recorriendo todo su cuerpo… sin embargo, no se apartó.
—Me cuesta creer que hayas venido solo por un botón —le dijo Melania a la bruja.
—Necesito que me hagas un favor.
—Eso te va a costar más caro. Ya sabés cuál es el precio a pagar.
Sin protestar, Narcisa se acercó y apartó la tela negra que le colgaba entre las piernas, exponiendo así su perfecta vagina. Melania se aferró a las piernas de la bruja y empezó a chuparle la concha. Las mejillas de Lilén enrojecieron. A Melania no parecía importarle que estuvieran en la calle… y a la bruja tampoco. También le resultó extraño que esa mujer quisiera chuparle la concha a Narcisa, teniendo en cuenta que no se llevan nada bien. Sin embargo, Melania parecía estar disfrutando mucho al comerse esa concha.
—¿Y de qué favor estamos hablando? —Preguntó casi sin dejar de chupar.
—Necesito un mapa de las runas. Sé que vos tenés uno.
—Uy, eso te va a costar mucho más caro.
—Ella es parte del pago —señaló a Lilén.
—¿Me trajiste como parte de pago?
—Perdón, no te lo dije antes porque tenía miedo de que te niegues.
—Y todavía estás a tiempo de negarte, le dijo Melania… pero tu querida bruja se queda sin el mapa.
—¿Y para qué necesitás ese mapa? —Preguntó Lilén.
—Hay que cambiar todas las runas del pueblo, como hicimos con la mansión. Ya te expliqué por qué eso es importante…
—Oh, ya veo… ¿y a vos no te molesta que Narcisa se quede con ese mapa?
—Si paga bien, no me molesta. Ella ya sabe lo que pienso de la brujería. Para mí las runas no son más que dibujitos, no significan nada. No todos en el pueblo somos tan supersticiosos.
—Me hacés acordar a mi hermana Maylén. Ella tampoco cree en la brujería… ni en los espíritus. Pero yo los vi, sé que son reales.
—Cada uno con sus creencias —dijo Melania, encogiéndose de hombros.
—Es importante que cambiemos las runas —dijo Narcisa—. Y sin el mapa nos llevaría años de búsqueda. Algunas están muy bien escondidas.
—Entiendo.
—Pero podés negarte —aseguró Narcisa—. No quiero que te sientas obligada.
—Está bien, lo voy a pensar… primero quiero que me arreglen el short.
—Ahora no tengo botones para pantalones de jean —dijo Melania—. Pero no te preocupes, seguramente Cecilia Brunardi, la esposa del tendero, tiene alguno. Ella vive acá cerca… ¿por qué no vas a pedirle uno?
Señaló hacia la calle, Lilén pudo ver al fondo de la misma la única tienda del pueblo. No la separaban más de doscientos metros. Imaginó que en una distancia tan corta no podía pasarle nada malo.
—Bueno, voy a preguntar. Em… ya vuelvo.
—Muy bien. Vos Narcisa te quedás conmigo. Entremos a mi casa, así sigo cobrándome el favor.
Lilén comenzó a caminar y cuando se dio cuenta que no tenía dinero para pagar el botón, giró sobre sus talones. La bruja y Melania ya habían desaparecido.
«Bueno, lo anotaré en la cuenta de mi mamá», se dijo a sí misma… y siguió caminando.
En la esquina de la manzana se detuvo. A su izquierda había un callejón, no tan estrecho como el que había estado antes. Este parecía pensado para circular normalmente, no solo para separar dos casas. Lo que le llamó la atención estaba al fondo de ese callejón, justo antes de que inicie la espesura del monte. Había un banco de madera pintado de blanco. En ese banco había dos chicas muy bonitas sentadas. Cada una de estas chicas tenía a un muchacho joven parado a su lado, ofreciéndole su verga erecta. Las chicas estaban mamando tranquilamente. Detrás de ellas había un tercer muchacho, más corpulento que los otros dos. Miraba la escena con una sonrisa bobalicona en el rostro, parecía estar esperando su turno.
La chica de cabello negro largo giró la cabeza y vio a Lilén. La pequeña pelirroja apretó el paso y se alejó de allí. Aunque le hubiera gustado mirar un poco más, no quería tener problemas.
La tienda estaba vacía. Hizo sonar sus palmas y una mujer rolliza de cabello rubio apareció por la puerta que estaba detrás del mostrador. La reacción de la mujer cambió radicalmente en menos de un segundo. Lilén lo notó. Al ver su cabello rojo, mostró desagrado y odio, pero cuando bajó la mirada y se encontró con el shorcito desabotonado, sonrió afablemente.
—Hola, chiquita. Vos debés ser hija de Rebeca. ¿En qué puedo ayudarte?
—Em… me manda Melania… dijo que usted podía tener un botón para este short… yo…
—Oh, ya veo. Vení… pasá… vamos a ver qué podemos encontrar. Por cierto, mi nombre es Cecilia, encantada de conocerte.
—Un gusto, Cecilia. Mi nombre es Lilén.
—Qué nombres raros tienen en tu familia.
—Son nombres Mapuche. A mi mamá le gustan mucho.
Pasaron a la casa. Cecilia trajo una caja de zapatos llena de botones y se arrodilló frente a Lilén.
—Mmm… a ver si uno de estos sirve. —Comenzó a probar distintos botones, con la cara a pocos centímetros del pubis de la pequeña pelirroja—. Conociendo la moda de algunas mujeres del pueblo hasta te diría que no necesitás el botón. Acá más de una anda así…
—Eso me dijeron. No me desagrada la idea. Aunque me gustaría tener el botón, por si quiero usarlo prendido.
—Oh… qué mal… con lo lindo que es verte así —Cecilia le acarició el pubis—. Si yo tuviera este cuerpito tan lindo, lo usaría así…
Levantó el short provocando que se metiera entre los labios vaginales de Lilén. La tela quedó apretada y parte de la concha quedó a la vista.
—Mmm… es un tanto atrevido. ¿De verdad puedo andar por el pueblo vestida así?
—Sí, claro. Nadie te va a decir nada. Es un pueblo muy peculiar, estamos prácticamente aislados de la civilización. Y acá hace calor casi todo el año, aprendimos a convivir con nuestras propias normas. Van a mirar… y quizás algún mano larga aprovecha para tocar un poquito —acarició los labios vaginales—. Pero si no te gusta que lo hagan, lo decís y listo. No te van a joder más. Creo que todos nos merecemos mirar esta linda concha…
Le bajó el short y sin pedirle permiso comenzó a lamerle los labios vaginales. Lilén cerró los ojos y suspiró, la rubia sabía lo que hacía. Su lengua se movía con gran habilidad entre sus labios y en especial sobre su clítoris.
—Mmm… que ricura de nena… creo que ya encontré tu botón. ¿De verdad lo querés?
—Sí…
—Bueno, acá las cosas se pagan…
—Yo no tengo dinero, pero mi mamá sí.
—No, nena. Acá el dinero importa muy poco. —Cecilia se sentó sobre la mesa y se levantó el vestido, exponiendo su sexo—. ¿Alguna vez chupaste una concha?
—Em… sí…
—Entonces ya sabés lo que tenés que hacer. Es un precio excesivo por un botón, pero digamos que después de esto te quedo debiendo un favor. ¿Trato hecho?
—Puede ser…
Lilén se acercó sin dejar de mirar esa carnosa concha. Se arrodilló frente a Cecilia y no tuvo tiempo de dudar, la mujer la agarró de los pelos y estrelló su cara contra los labios vaginales. Lilén comenzó a chupar de la misma forma en que lo había hecho con su madre.
—Mmm… sí, qué ricura de pendeja. Si sos tan servicial, vas a ser una de las pibas más solicitadas del pueblo. Que no te vea mi marido… o vas a terminar atada a la cama.
Cecilia soltó una risotada. Lilén creyó que lo decía en broma. Si hubiera visto cómo Ciro trató a su hermana Maylén no estaría tan tranquila.
Después de unos segundos Cecilia se puso de pie. La cabeza de Lilén quedó aprisionada entre esos grandes muslos. La señora comenzó a menear la cadera, restregándole los húmedos labios vaginales por toda la cara.
—Uf, cómo me gusta frotar la concha contra la cara de pendejas tan lindas como vos. Me da un morbo tremendo. Sos demasiado hermosa, nena. Te voy a dejar toda la cara llena de juguito de concha.
—Sí, por favor.
Los jugos vaginales se fueron haciendo cada vez más abundantes y se mezclaron con la saliva de la propia Lilén. Ella siguió lamiendo sin detenerse ni un segundo. El olor a concha la tenía hipnotizada.
Lilén tuvo que practicarle sexo oral durante unos quince minutos, hasta que Cecilia se dio por satisfecha.
—¿Ya está? —Preguntó la jovencita.
—Por ahora sí. Lamento interrumpir este momento, pero tengo cosas que hacer. Fue lindo recibir tu visita, espero verte por acá más seguido. Si necesitás algo más de la tienda, podés agarrarlo. Chocolates, alfajores, lo que quieras… ya sabés cómo pagarlo —le guiñó un ojo.
—Mmmm… muy bien, hoy solo quiero el botón; pero lo voy a tener en cuenta. Gracias.
Agarró el botón que le ofreció Cecilia, se acomodó el short lo mejor pudo y salió. No se atrevió a llevarlo metido entre los labios vaginales, como le propuso la esposa del tendero; pero aún lo llevaba al límite del clítoris.
Al volver a pasar por el callejón donde vio a las dos chicas chupando vergas se detuvo. El banco estaba vacío y su imaginación picaresca le dijo que debían estar detrás, entre los yuyos del monte, teniendo relaciones sexuales. Lilén cruzó el callejón y cuando llegó al banco se dio cuenta de que no había nadie. Al darse la vuelta una chica de larga cabellera negra le cortó el paso. Tenía los brazos en jarra y llevaba puesta una blusa sin mangas muy escotada y una corta pollera de verano.
—¿Se puede saber qué hacés acá, fosforito?
—Ehhh… hola, mi nombre es Lilén.
—Ya sé cómo te llamás, rarita. Te conozco bien… y a tu familia también. Son los ricachones que compraron la mansión. No hace ni dos meses que están acá y ya se creen los dueños del pueblo.
—¿Eh? Nada que ver…. no entiendo por qué decís eso.
Lilén se vio rodeada en pocos segundos. Nunca supo de dónde salió la otra chica, la de pelo corto… ni mucho menos los tres muchachos. ¿Habrán estado escondidos detrás de los árboles?
El más bajo de los tres pibes era el que le resultaba más intimidante. Tenía los brazos muy anchos y la nariz de boxeador. Su espalda era tan grande como la de los otros dos pibes puestos juntos. El pelo casi rapado, la remera verde oscura y una actitud desafiante lo hacían parecer un pequeño proyecto militar.
—Se ve que a la Fosforito le gusta mostrarse —dijo, con media sonrisa en los labios—. Qué tal, pendejita. Yo soy Bruno.
—Sí, se te nota lo Bruto.
—¿Qué dijiste?
Se abalanzó sobre ella y la sujetó del pelo. Lilén soltó un chillido.
—Dale, Bruno —lo alentó la flaquita de pelo corto—. Mostrale a esta pendeja cómo tratamos a las engreídas.
El gorila retacón le bajó el short hasta la altura de las rodillas y la aferró por detrás. Le acarició la concha con sus toscos dedos. Lilén forcejeó, pero fue inútil, Bruno era mucho más fuerte que ella.
—Ya está mojada —dijo el bruto—. Se ve que Cecilia hizo de las suyas. ¿Te gustó jugar con la gordita esa? Tremenda puta… como vos.
Le metió un dedo en la concha con tanta brusquedad que le hizo doler.
—¡Ay, soltame!
—Metanle algo en la boca, para que ya no grite —ordenó la chica de cabello negro y maléficos ojos grises. Definitivamente ella era la líder de la banda.
A Lilén se acercaron los otros dos pibes. Uno era alto, de cabello rubio ondulado y ojos azules. El otro era un poco más bajo, también tenía rulos, pero su pelo era de un color negro intenso. Los dos sacaron sus vergas. Eran largas pero no muy anchas, Lilén las miró sorprendida.
—Hey, esperen… ni se les ocurra…
Bruno le empujó la cabeza hacia abajo, obligándola a inclinarse. El rubio la agarró de los pelos y le metió la verga en la boca, sin darle tiempo a reaccionar.
—Dale, putita… chupá… sabemos que te gusta —dijo la líder de la banda.
El flaco rubio comenzó a menear su pelvis, metiéndole la verga hasta la garganta. Lilén luchaba para poder respirar, debía hacerlo por la nariz.
—Bruno —dijo la chica de pelo negro—. Mostrale lo que es una buena pija. La puta esta se va a enamorar de tu verga.
El gorilón sacó su miembro viril ya erecto. Lilén no lo vio, pero sí lo sintió. Cuando el glande se apoyó en su delicada vagina, sintió que la invadía un tren de carga que quería pasar por un túnel demasiado estrecho.
—Mpfffmm nnnpfffff —las protestas de la pequeña pelirroja no se entendieron.
El chico de pelo negro también le clavó la verga en la boca en cuanto el rubio la liberó. A ella no le quedó más remedio que mamársela. Supuso que si lo hacía bien, la dejarían en paz… por eso le puso más esmero a la tarea.
Tenía el short trabándole las rodillas, quería separar las piernas, pero no podía. La ancha verga de Bruno comenzó a entrar, ella estaba tan mojada que su concha no puso demasiada resistencia. Entró y su chillido quedó ahogado por la verga del flaquito de rulos negros.
—La tiene más abierta de lo que me imaginaba.
—¿Vieron? Yo les dije —comentó la chica de pelo corto—. Esta se anduvo haciendo la putita con Bartolo Alberti. Yo la vi. Lo vi todo.
—¿Te gustó la pija de Bartolo, trolita? —Preguntó la líder—. Me imagino que sí. Bartolo es un borrachín, pero tiene buena verga… y sabe usarla. Eso sí, cuando anda deambulando borracho es mejor esquivarlo, porque te coge sin pedir permiso.
—A mí me rompió el orto tres veces —dijo la flaquita de pelo corto—. Me la dio ahí nomás, entre los yuyos. El hijo de puta me hizo ver las estrellas.
—No te quejabas mucho mientras te la metía —dijo la líder.
—Al principio nomás, porque me dolía… después ya me terminó gustando. ¿Escuchaste, Fosforito? Yo soy una putita a la que le gusta que le rompan el culo en los yuyos… y vos vas a ser igual que yo.
La verga del gorilón ya estaba entrando y saliendo de su concha a buen ritmo y el dolor comenzó a disminuir. Lilén se vio sorprendida por una potente ola de placer. Pasó a la pija del rubio sin que se lo pidieran y se quedó muy quietecita mientras Bruno le pegaba tremenda cogida.
—Chicos, ¿por qué no le dan un poquito de leche? —Propuso la líder—. Tiene cara de putita adicta al semen…. como Mica —señaló a la chica de pelo corto.
La aludida se rió y dijo:
—Dejenle la cara bien llena de leche… con lo linda que es, va a quedar preciosa.
Los dos pibes frente a Lilén comenzaron a masturbarse. No les tomó ni cinco segundos eyacular, al parecer venían aguantándose las ganas desde hacía rato. Mica se acercó y sostuvo la cabeza de Lilén agarrándola de los pelos.
—Dale, abrí la boca. Tragá lechita.
Lilén tenía la boca abierta, la lengua afuera y los ojos en blanco. Detrás de ella Bruno le estaba dando como cajón que no cierra. Cada pijazo parecía entrar más en su cuerpo. «Dios… me la va a meter hasta el cerebro… que mono hijo de puta».
Cuando la cara de Lilén quedó completamente cubierta de semen, Mica comenzó a lamerle las mejillas, recolectando buena parte de la leche.
—Mmm… bien espesa, como me gusta a mí.
Besó a Lilén en la boca, la pelirroja no opuso resistencia; sus lenguas se entrelazaron en un cóctel de semen y saliva.
Antes de que Lilén tuviera tiempo a reaccionar, la líder de la banda se levantó la pollera y se acercó a ella. Le chantó toda la concha en la cara y le dijo:
—Ahora me la vas a chupar a mí, como se la chupaste a la gordita de la tienda.
Lilén comenzó a lamer esos labios vaginales por puro instinto. Gemía cada vez que Bruno se la metía hasta el fondo de la concha. Sentía que en cualquier momento sus ojos saltarían fuera de sus cuencas, producto de las brutales embestidas del gorilón. «Me va a partir al medio… me va a romper toda… Dios…»
No tuvo más alternativa que quedarse quieta recibiendo esa ancha y venosa verga mientras le chupaba la argolla a la chica de pelo negro. «Al menos es re linda», pensó. Y se dio cuenta de que no la estaba pasando tan mal. Bruno ya había encontrado un ritmo constante y ella ya estaba empezando a disfrutarlo. El día de su debut con una verga… ya estaba probando otra.
«Dos pijas grandes en mi primer día… nada mal».
Se moría de ganas de contarle todo a Inara. Seguramente terminarían todas sudadas, envueltas entre las sábanas, chupándose las conchas mutuamente. Tenía unas ganas locas de coger con su propia hermana, y eso disparó aún más su morbo.
Su concha chorreaba jugos que facilitaban que la verga de Bruno entre y salga con mayor facilidad. Tenía todo el cuerpo sudado y la blusita amarilla ya se le había quedado pegada a la piel. Por culpa del sudor la tenía transparentada, sus pezones parecían dos perillas… por eso los dos pibes comenzaron a pellizcarlos. Esto la hizo suspirar de placer. Sí, le dolía… pero también había un regusto impresionante detrás de ese dolor.
La concha de la líder de la banda le pareció aún más rica que la de Cecilia. Le metió la lengua por el agujero y tragó gustosa todo el jugo vaginal.
—Andá preparando el orto, Fosforito —dijo Bruno—. Te lo vamos a romper entre los tres.
—¿Por qué no intentan hacer eso conmigo? —Preguntó la voz salvadora.
Narcisa hizo su entrada triunfal por el callejón. Avanzaba con seguridad meneando mucho las caderas.
—No te metas, bruj…
—Callate ya mismo si no querés despertarte a mitad de la noche con la boca llena de arañas.
Bruno soltó a Lilén y se tapó la boca con ambas manos. Su verga erecta quedó rebotando a la vista de todos. De pronto ya no parecía amenazante, era patético. Por la expresión de horror en su rostro dio a entender que creía plenamente en la amenaza de la bruja.
—Y a ustedes les va a ir igual, si siguen jodiendo —todos retrocedieron dos pasos, a excepción de la chica de cabello negro. Lilén siguió chupándole la concha como si nada hubiera ocurrido.
—Yo no creo en tus brujerías —dijo desafiante, cuando Narcisa estuvo de pie a su lado.
—¿Y creés que eso me va a detener? Existen muchos métodos para complicarle la vida a alguien sin necesidad de recurrir a la brujería.
La muchacha dudó y luego se alejó. La cara de Lilén era un desastre de flujos vaginales y semen. Estaba despeinada y tenía las mejillas muy rojas.
—Esto no se va a quedar así, Fosforito. Ya te vamos a cruzar sola. Andá con cuidado, que el pueblo no es tuyo.
—¿Estás bien? —Preguntó Narcisa cuando los agresores se alejaron.
—Em… sí. Fueron un poco agresivos, pero… no sé. ¿Está mal si te digo que no me molestó?
—A ver, parate… —Cuando Lilén estuvo de pie, la bruja le metió dos dedos en la concha y los movió suavemente. La pelirroja se quedó muy quieta—. Mmm… ya veo. Estás muy mojada.
—Estuve así toda la mañana… desde lo de Bartolo. ¿Creés que se deba a los espíritus?
—Es muy posible, sí. ¿Qué sentiste cuando se te tiraron encima?
—Un poco de bronca, porque lo hicieron sin mi permiso… pero… em… un poquito me gustó. Andaba con ganas de chupar pija. Desde que se la chupé a mi hermano no dejo de pensar en eso. Pero también en conchas… eso es culpa de mi mamá.
—¿Se la chupaste?
—Sí, y más de una vez. Lo hicimos por los rituales, como vos nos pediste…
—Está muy bien. Me alegra que lo hayan hecho —Narcisa seguía masturbando a Lilén, la chiquilla apoyó la cabeza sobre sus tetas y se dejó tocar—. Entonces… si yo no hubiera llegado ¿vos hubieras seguido?
—Sí. Quería hacerlo. La verga de Bruno estaba muy rica… es medio bruto, pero coge bien. Ya estaba pensando qué sentiría si me cogían entre los tres. Me dio mucho morbo.
—Mmm… ya veo. Me alegra haber interrumpido todo.
—¿Estuvo mal lo que hice?
—No lo digo por eso, Lilén. Sino por las runas… aún no cambiamos las runas de esta zona. Sabés que el efecto que tienen puede ser contraproducente.
—Oh… sí, altera a los espíritus. Los atrae.
—Exacto, y nosotras queremos lograr todo lo contrario.
—Perdón, la próxima vez intentaré contenerme.
—Sería lo mejor. Al menos hasta que cambiemos las runas.
Lilén se dio cuenta de que Maxinne las miraba desde lejos, estaba apoyada contra un árbol, con los brazos cruzados. Parecía desafiante.
—¿Y a esa tarada qué mierda le pasa? No sé por qué me atacó.
—Esa es Maxinne Jalenik, la hija de Melania.
—Oh… ¿será que me vio con la mamá? Bah, no… no creo. En ese momento ella estaba acá con sus amigos… les estaba chupando la verga.
—Sí, tiene fama de ser bastante putita. La otra pendeja le sigue los pasos. Se llama Micaela. Es irrelevante, solo una boludita que se cree importante por ser amiga de Maxinne.
—Ah, y Maxinne se cree dueña del pueblo…
—Algo así. Ya te dije que los Jalenik son como los alcaldes de El Pombero. Se debe sentir amenazada por la presencia de tu familia. Además odia a los pelirrojos, como casi todos en el pueblo. Lo peor de todo es que ya ni sabe por qué los odian.
—Es por los Val Kavian…
—Los Val Kavian murieron hace mucho tiempo. La mayoría de la gente del pueblo ni los recuerda. La que sí sabe mucho del tema es Melania.
—Oh… ¿y quiénes son los otros?
—Bruno es solo el chico bruto del pueblo. Tampoco es muy importante. El flaquito rubio se llama Rolfi, un perrito faldero de Maxinne, hace todo lo que ella le pide. El único que vale la pena es el de rulitos negros. Ese es Darío Catena. Es un buen chico, solo tiene mala junta.
—Quizás si ya no se juntara con Maxinne… ¿se hará mi amigo si le vuelvo a chupar la verga?
—Probablemente sí. Deberías intentarlo. Pero si querés coger con él, hacelo dentro de la mansión…
—Por las runas.
—Exactamente.
Lilén recibió una descarga de placer, en parte por los hábiles dedos de la bruja, pero en especial porque Narcisa la estaba alentando a tener sexo con un desconocido. Eso reactivó el morbo de la pequeña pelirroja. Se dio cuenta de que no le molestaría coger con Darío… ni un poquito. Es un lindo chico. Aunque en realidad solo podía pensar en la ancha verga de Bruno. Eso sí que es una buena verga. Le hubiera gustado que la bruja tarde unos minutos más en aparecer… y que Bruno le metiera la pija hasta dejarle la concha bien llena de leche.
Lilén soltó un agudo gemido y de su concha comenzó a saltar juguito transparente. Sus rodillas se doblaron y la bruja aceleró mucho la masturbación, provocando que más jugo saliera de su sexo. El orgasmo duró más de treinta segundos en los que Lilén no dejó de sacudirse y de gemir. Poco a poco fue calmándose y la bruja sacó los dedos de su concha y se los llevó a la boca. Los lamió como si fueran un manjar.
—Dios, Lilén… estás… demasiado rica. Tenés un poder sexual enorme.
—¿Eso es bueno o malo?
—Malo si dejás que otros lo usen en tu contra. Muy bueno si sabés cómo usarlo a tu favor. Yo te puedo enseñar a usarlo a tu favor.
—Gracias, me gustaría aprender.
—En fin, volvamos a que te pongan tu botón. Ahora no me conviene estar a solas con vos, porque la tentación es enorme.
—¿Tenés ganas de coger conmigo?
—Muchas. Y en serio, vamos porque te arranco la ropa y te pego tremenda cogida acá nomás, aunque nos vean todos los vecinos.
Lilén soltó una risita simpática mientras volvía a ponerse el short. Le divertía que la bruja sintiera una atracción tan fuerte por ella, porque la atracción era mutua. Lilén también se moría de ganas de chupar esas grandes tetas y tomarse todos los jugos sexuales que salieran de la concha de Narcisa.
Caminaron hasta la puerta de la casa de los Jalenik y allí se detuvieron.
—Vas a tener que entrar sola —dijo Narcisa—. Alguien se tiene que quedar vigilando a la banda de Maxinne. Me voy a encargar de que no te molesten. Cuando salgas no me vas a ver. Me muevo mejor por las sombras. Volvé a tu casa tranquila, nadie te va a hacer nada.
—No te preocupes, voy a estar bien.
—Acá no hace falta que te contengas. Ya modifiqué las runas que rodean la casa. Todo lo que ocurra dentro de la casa de los Jalenik tendrá un efecto similar a la mansión.
—Excelente… porque aún tengo que pagarle a Melania.
—Ah, y guardá bien el mapa. Es muy importante.
—Entendido. Gracias, Narcisa. Por todo.
—No digas tonterías, la que tendría que agradecerte soy yo. Te traje como parte de pago y ni siquiera te enojaste.
—Mmm… será que no me molestó. Melania es una hermosa mujer. Que me haga lo que quiera —dijo, encogiéndose de hombros, y se dirigió hacia la casa de los Jalenik.
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