La Mansión de la Lujuria [21]
Capítulo 21.
Ataduras de Placer.
Inara estaba convencida. No sabía cómo, pero de alguna manera Lilén había descubierto el pasadizo secreto en el sótano. Debía estar perdida en ese laberinto olvidado por el tiempo. Esa era la única forma de explicar la desaparición de su hermana… o al menos de encontrarla.
Cuando Catriel organizó la búsqueda de la pequeña desaparecida Inara fingió estar muy despreocupada, dijo que “no era para tanto, que ya iba a aparecer”. Ella colaboraría quedándose en la mansión por si aparecía. Como alguien debía quedarse, no discutieron. Rebeca dijo que hablaría con los dueños de la tienda, quizás ellos vieron algo. Pidió ir sola porque confiaba en que así sería más probable que Sara la ayude en la búsqueda. Esa chica conoce bien el pueblo y sus alrededores.
Le preguntaron a la bruja si ella colaboraría en la búsqueda.
—Sí, claro… siempre y cuando alguien venga conmigo y me ayude a cambiar runas. Conseguí un mapa que detalla dónde están todas. Esto me va a obligar a recorrer toda la isla.
—¿Quién va con ella? —Preguntó Catriel.
—Yo no —respondió de inmediato Soraya—. No quiero saber nada con esas malditas runas. Transmiten una energía maligna.
—Eso no lo discuto —dijo la bruja—. Bueno, tendrás que ser Catriel o Maylén… ¿quién viene conmigo y quién va con Soraya?
Esto arruinó los planes de Catriel y Maylén, ellos querían estar juntos para explorar el laberinto. Sentían que aún era muy pronto para poner al tanto a los demás sobre ese increíble hallazgo. Aunque acordaron que lo revelarían si Lilén seguía sin aparecer.
—Muy bien —dijo Maylén—. Yo voy con Narcisa a buscar runas. Catriel y Soraya pueden ir al cementerio. Ustedes conocen mejor esa zona.
—Buena idea —afirmó Catriel—. Cuando oscurezca volvemos a la casa. Espero que para ese momento Lilén haya aparecido.
—Seguramente —dijo Rebeca—. Lilén no se va a meter a explorar en la espesura. Debe andar boludeando por ahí.
A pesar de su intento por aparentar calma, todos notaron que Rebeca era la que estaba más nerviosa. No se le ocurría ni un buen motivo por el cual su hija podría haber pasado la noche entera fuera de casa en el pueblito en el que no conoce a nadie. No quería alarmar a nadie, pero ya estaba contemplando la posibilidad de llamar a la policía.
———————
Lilén se despertó y su primera reacción fue intentar levantarse; pero… algo no andaba bien. Su cuerpo parecía flotar. Parpadeó tres veces para acostumbrar a sus ojos a la penumbra de ese lugar. Vio una pequeña mirilla cubierta con papel blanco, dejaba entrar un poco de la luz del sol. Así supo que no estaba a la intemperie, aunque seguía sin comprender qué era ese sitio. Había olor a humedad y sus pies no tocaban el suelo. Notó que había presión en sus muñecas y en sus entumecidas piernas y descubrió con espanto que estaba atada. Atada y colgada del techo, como un animal recién cazado. Quiso gritar, pero no pudo hacerlo. En su boca había una pelotita de goma, sujetada con tiras de cuero alrededor de su cabeza. Se sacudió con desesperación, quería soltarse, quería correr a su casa y abrazar a su mamá. Este sitio le daba mucho miedo.
Escuchó pasos. Seguramente alertó a alguien con su intento de grito. Una puerta se abrió y una gran figura apareció a contraluz en el umbral. Le recordó a los fantasmas de la mansión; pero esto era diferente. Este tipo era tangible, corpóreo. Real. Tan real como el hecho de que ella era su prisionera.
———————
En cuanto se quedó sola en la mansión, Inara se puso manos a la obra. Llenó una pequeña mochila con agua y un par de paquetes de galletitas. No sabía qué tan grandes serían esos túneles y sospechaba que Lilén podía llevar varias horas sin comer o beber nada. Buscó entre las linternas de Catriel y se decidió por un modelo que puede prenderse de la ropa, similar a la que usan los bomberos. Llevó dos, Lilén también necesitaría la suya.
Bajó lentamente al sótano y agradeció tener una luz emanando desde su propio cuerpo, porque eso era como adentrarse en la boca de un lobo. Estuvo un buen rato buscando el punto exacto de la abertura, mientras leía las páginas del diario de Ivonne Berkel. La monja no era demasiado específica, pero sabiendo lo que buscaba no fue tan difícil hallar la puerta secreta. Presionó un ladrillo suelto y ésta se abrió. Inara pudo sentir un subidón de adrenalina que le erizó el vello de los brazos.
Miró adentro durante unos segundos, temerosa de que un fantasma (o algo peor) fuera a atacarla. Nada pasó. Allí estaba solo ella con las arañas que tejían sus telas. Tomó aire con los ojos cerrados y cuando exhaló dio un paso hacia adelante. Debía vencer sus miedos, por Lilén. Podía sentir que su hermana gemela necesitaba ayuda y no la abandonaría por nada del mundo.
———————
—Sí, la vi —dijo Cecilia mientras limpiaba el mostrador de la tienda—. Estuvo acá buscando un botón para su short, se le había descosido.
—¿Y después dónde fue? —Rebeca dejó ver su impaciencia y eso fue un error.
—En este pueblo la información se paga —dijo Cecilia, con media sonrisa en los labios—. ¿No es cierto, Sara?
La joven de pelo corto estaba armando algunos anzuelos y líneas para pescar en un extremo del mostrador.
—Así es, acá nadie hace nada gratis.
—Necesito saber dónde está mi hija, por favor. Pago lo que sea. Tengo dinero de sobra.
—No queremos dinero —aseguró Cecilia—. Acá sirve de poco. Pero se me ocurre otra manera en la que podés pagarnos. ¿Qué pensás, Sara?
—Pienso que es una buena idea —dijo la jovencita, con una sonrisa lujuriosa.
———————
Inara estaba comenzando a sufrir la ansiedad del encierro. Las paredes del laberinto parecían estrecharse a cada paso y el siguiente pasillo parecía más oscuro y húmedo que el anterior.
Llegó a un sitio muy estrecho. Cualquier persona hubiera retrocedido inmediatamente, pero ella siguió… porque en el fondo de ese pasillo pudo ver una tenue luz. Cuando se acercó más a ella pudo notar que se trataba de una rendija. Se trataría de otra casa. Ya había visto varias y ya sospechaba que este laberinto había sido construido para espiar a todos los habitantes de El Pombero. Pero las otras casas estaban vacías en ese momento y no pudo ver gran cosa. En esta, además de luz, había movimiento.
La escena le impactó al igual que el resplandor de luz en sus ojos. Se apresuró a apagar la linterna. La reconoció de inmediato. La mujer que estaba boca abajo en la cama no era otra que su madre. ¿Quién más podría ser con esa larga melena roja? Sí, podría tratarse de Soraya; pero… conocía a la perfección el cuerpo desnudo de su madre. Aunque no le veía la cara, sabía que era ella. Frente a su madre estaba, tan desnuda como ella, una jovencita de cabello corto. Era realmente bonita, aunque tenía cierta actitud de “marimacho”. Creyó haberla visto antes. Sí, era esa chica que ayudó a su madre a entrar a la casa los víveres que compró en la ciudad. Rebeca le estaba comiendo la concha. La chupaba con placer y devoción. Y detrás de Rebeca había otra mujer, arrodillada en el piso. Esa rubia de cuarenta y pico de años también estaba desnuda y tenía la cara metida entre las nalgas de Rebeca.
Inara sintió rabia. Creció en ella como el fuego en un asador. Había muchas cosas en esa escena que le molestaban.
«¿Así es como buscás a tu hija, yegua?».
Lilén podría estar en peligro y a su madre se le daba por ponerse a jugar a las lesbianas con dos mujeres locales. Además parecía estar disfrutándolo mucho. Rebeca y la chica de pelo corto se reían como si fueran viejas amigas y la lengua de la pelirroja se hundía en su concha con fervor.
Y esa era otra razón para su ira. Recordó una vieja discusión entre su madre y Maylén. Cuando Maylén dijo que se estaba acostando con su mejor amiga y que quizás algún día podría ser su pareja. Rebeca se puso como loca. Se lo prohibió rotundamente.
«No crié una hija lesbiana», le dijo.
Le hizo prometer a Maylén que ya no se acostaría con mujeres. Y ahora… la muy hipócrita… comiéndole la concha a una pendeja que tiene la edad de su hija. ¡Y además la otra mujer! Rebeca en pleno trío lésbico mientras Lilén está perdida.
———————
La luz se encendió. Para Lilén fue como recibir agua caliente en los ojos. Parpadeó repetidas veces hasta que se acostumbró a ver la habitación iluminada. Parecía una mazmorra medieval, con paredes de piedra y cadenas colgando de pesados aros de hierro. Pero lo que más captó su atención fue la chica.
Una jovencita que debía tener su misma edad, de lacio cabello negro y cara de angelito. Estaba de rodillas en el piso a pocos metros de ella, y su cuerpo desnudo estaba bien atado con cuerdas y cadenas.
La chica abrió mucho sus ojos al ver a la pelirroja encadenada frente a ella. Lilén creyó que le estaba pidiendo ayuda, y quiso decir que no podía hacer nada… pero ni siquiera podía hablar.
El hombre corpulento entró en esa mazmorra medieval y se acercó a Lilén. Tenía puesta una máscara de cuero negro que solo permitía ver sus oscuros ojos. Por lo demás, el hombre iba completamente desnudo. Un largo y ancho pene se balanceaba entre sus piernas. Tenía el vello púbico completamente depilado, lo que lo hacía parecer aún más grande. El tipo tomó a Lilén del mentón. Ella sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Comenzó a hiperventilar. Ese tipo no le inspiraba nada bueno. Quería salir de allí y abrazar a su mamá. Pero ni siquiera podía gritar.
—Una adquisición interesante —dijo el hombre, con voz profunda—. No te preocupes, Lilén. No tengo intenciones de lastimarte. Solo quiero divertirme con vos.
Lilén encontró esa voz ligeramente familiar; pero no era la de ninguno de los hombres que había visto en ese día. Su cabeza daba vueltas intentando descubrir quién podía ser este tipo.
—De momento —volvió a hablar— te voy a dar tiempo para que entres en clima. Ahora vamos a jugar con Romina. ¿No es cierto, Romi? —La aludida se sacudió como si intentara soltarse, pero no logró hacerlo.
Lilén intentó gritarle, pero el sonido se quedó ahogado contra la pelota de goma en su boca. En ese instante entraron dos tipos más. También desnudos y con máscaras de cuero negro. Sus penes eran casi tan imponentes como el del primer hombre. Éste parecía ser el líder, se dirigió a los recién llegados dándoles órdenes.
—Preparen a Romi, enseguida comenzamos.
El tipo comenzó a sacudir su verga, para ponerla dura. Lilén entendió lo que su cerebro intentaba bloquear. Era obvio, pero no quería pensar en eso. Luego de Romina seguiría ella… ¿cómo mierda había llegado a ese antro? ¿Dónde estaban los Jelinek? ¿Qué tenían que ver ellos con todo esto?
Uno de los recién llegados sujetó a Romina por detrás. Él se puso de rodillas en el suelo y cuando tuvo la verga bien erecta, sentó a la jovencita atada sobre él. La chica no tuvo ninguna oportunidad. Su concha recibió el glande y se abrió como una flor en primavera. El tipo hizo que el cuerpo de la jovencita subiera y bajara mientras el segundo le quitaba la mordaza. Romina no tuvo tiempo de decir nada. Recibió una segunda verga erecta dentro de la boca. Lilén sintió un extraño cosquilleo en su interior. Ella había experimentado una situación similar apenas a la de Romina, apenas unas horas antes, con los amigos de Maxinne. Se preguntó si Romina también sentiría esa incómoda excitación que la invadió cuando la verga de Bruno la penetró.
El líder de los captores se acercó a Romina y le hizo tragar su verga. Así la jovencita quedó montando sobre un gran pene erecto mientras la obligaban a chupar los otros dos. Sus ataduras eran tan buenas que soltarse era imposible, y Lilén comprobó que con ella ocurría lo mismo. No importaba cuánto se sacudiera, ni siquiera podía tocar el suelo con la punta de los dedos de sus pies.
El cuerpo de Romina comenzó a cubrirse de sudor, provocado por el calor, la humedad y el esfuerzo físico. Sus tetas, apenas más grandes que las de Lilén, brillaron con la luz que colgaba del techo. A Lilén le pareció que estaba hermosa. Sentía pena por ella, pero la escena era sumamente excitante. Una parte de su ser quería que llenaran de pija a Romina. Se sintió mal cuando descubrió esto. «No soy así… ¿qué me pasa?», y una vez más recordó el espíritu que poseyó a su madre. «Sí, a mí debió pasarme algo parecido… es la única explicación».
Se preguntó qué estaría haciendo su familia en ese momento. ¿Ya habrían notado su ausencia? ¿La estarían buscando por el pueblo? Lo único que podía hacer era mantener viva la esperanza.
———————
Inara sabía que debía irse. Quedarse allí era una pérdida de tiempo, sin embargo no podía dejar de mirar la escena. La forma en que su madre comía concha era… fascinante. Y la chica de pelo corto le resultaba sumamente sexy.
—Sentate en la cara de mi hija —dijo la mujer rubia. Así Inara descubrió que esas dos eran madre e hija. Le invadió una ola de calor que cruzó todo su cuerpo. No pudo evitar llevar la mano derecha a su entrepierna. Comenzó a tocarse sin poder apartar la mirada—. Dale, Sara… acostate.
La chica de cabello corto se colocó boca arriba en la cama y Rebeca, sin perder el tiempo, se sentó sobre su cara. A Inara le sorprendió la confianza que había entre su madre y esa tal Sara. Luego recordó que Rebeca había pasado una noche completa en la ciudad… con Sara.
«¿Te la cogiste allá también? ¿Por eso tardaste toda una noche en volver a casa? Hipócrita de mierda. A Maylén no le permitís jugar con mujeres».
Pero a pesar del enojo que sentía por su madre, no podía dejar de masturbarse. La húmeda concha de Rebeca era devorada por la joven y bella Sara… y esto fue solo el principio.
Para echar más leña al fuego del placer, Cecilia abrió las piernas de su hija y hundió las piernas entre ellas. En cuanto Inara vio que su lengua pasaba por la concha de Sara, comenzó a pajearse más rápido.
—Wow, no esperaba presenciar un acto incestuoso –dijo Rebeca mientras meneaba la cadera. Se acarició las tetas e Inara sintió unas repentinas ganas de chuparlas.
—¿Sorprendida? —Preguntó Cecilia—. Es algo que mí hija y yo comenzamos a hacer hace unos pocos días. No entiendo cómo no lo hicimos antes.
—Ya presencié algunos actos incestuosos en el pasado. Lo que me sorprende es la tranquilidad con la que te lo tomás.
—¿Y por qué no habría de hacerlo? Vivimos en un pueblito perdido en el medio de la nada. Ni siquiera soy la primera madre de El Pombero que le come la concha a su hija. ¿Quién me va a decir algo?
—Oh, interesante.
—Yo… soy lesbiana —confesó Cecilia—. Me casé con un hombre solo para mantener las apariencias… y además Ciro es muy bueno en la cama, eso no lo voy a negar. Pasé muchos años ocultando mis inclinaciones sexuales, pero ya no… desde ahora en adelante las voy a disfrutar a pleno.
—¿Qué fue lo que cambió? —Preguntó Rebeca.
—Hace poco se nos apareció un espíritu… nos pidió que le rindiéramos tributo teniendo relaciones sexuales entre nosotras, y… lo hicimos. Fue maravilloso. El mejor acto sexual de mí vida. Nunca había hecho algo tan morboso.
—Entonces ya no creo que te moleste saber que Sara es lesbiana. ¿Ya hablaron de eso?
—Sí, y la entiendo. Ella heredó de mí esa maldición. Es todo culpa de la bruja. No deberías juntarte con esa mujer. No es de confianza.
—Gracias por el consejo, lo tendré en cuenta. Ahora… ya cumplí con mí parte del trato. ¿Podrían decirme dónde está Lilén?
Inara se quedó helada al escuchar el nombre de su hermana. Dejó de masturbarse y agudizó el oído.
—No deberías preocuparte por ella. Está con Maxinne Jalenik, una chica de su edad. Deben estar haciendo una pijamada, acá a un par de manzanas de mí casa.
—Oh, ¿En serio?
—Sí. Se suponía que Sara debía avisarte de eso. ¿No es cierto Sara?
—Sí, muy cierto —respondió la joven.
—¿Y por qué no me lo dijeron antes?
—Ya te dije, Rebeca. En el Pombero la información se paga. Además… no podés negar que lo estás disfrutando mucho.
—Bueno, sí… eso es cierto.
—Relajate. Tu hija está bien y nosotras tenemos todo el tiempo del mundo para disfrutar en la cama.
Cecilia se sentó sobre la vagina de Sara y sostuvo una de sus piernas en alto. Más conchas de las dos mujeres se unieron y comenzaron a frotarse. La rubia chupó las tetas de Rebeca y luego las dos se fundieron en un apasionado beso.
Inara volvió a sentir un subidón de rabia. Ella no era tan tonta como para creer el cuento de Cecilia. Su hermana necesitaba ayuda, podía sentirlo.
Se acomodó ropa y, con determinación, volvió a la búsqueda.
————————
A Romina la estaban reventando. Lilén no sabía cómo esa chica podía aguantar ese desenfreno sexual. Los tres tipos pasaron por su estrecha concha y la bombearon la pija sin piedad. Lilén debía reconocer que el momento en el que el líder le clavó la verga a Romina, pudo sentir como su vagina se escurrían jugos sexuales. Esa verga ancha y venosa presionando por entrar en esa apretada concha… uf… ¿así se vio su vagina cuando Bartolo la penetró en el callejón. Uff… esperaba que sí. Ojalá la pija de Bartolo se hubiera puesto así de gorda y venosa al quedar apretada por la estrechez virginal de su concha. El solo pensar en ese momento la excitó. Tuvo unas ganas locas de masturbarse y le hubiera dado rienda suelta a sus impulsos de no estar encadenada al techo. Miró hacia abajo y vio que su lampiña vagina estaba hinchada y cubierta de flujos sexuales.
«Me la van a dar… me la van a dar entre todos. Me van a romper toda», pensaba mientras esas vergas entraban y salían de la concha de Romina. Para colmo la pobrecita no tenía ni tiempo para quejarse. Apenas le sacaban una pija de la boca, le enterraban otra hasta el fondo de la garganta. La cara de la chica era un enchastre de sudor y saliva. Tragaba pija porque no tenía otra opción. Debía mamarlas quisiera o no, porque los tipos la agarraban de los pelos y se encargaban de hacer los movimientos necesarios con sus caderas… o directamente moviendo la cabeza de Romina. Ella chupaba y chupaba y casi siempre estaba mirando a Lilén.
«No te puedo ayudar, mi amor. Perdoname, pero no puedo ni moverme».
Lilén se sentía una mala persona. Por un lado quería ayudar a Romina, pero por el otro… le encantaba verla sometida y llena de pija. Era una de las imágenes más eróticas que había visto en su vida… y no quería que se termine.
«Sí, se tiene que terminar. Tiene que terminar ya. Pobrecita. La van a partir al medio», pero otra voz en su interior gritaba: «¡Que la llenen de pija hasta que le guste, hasta que suplique por más!». Ese debía ser el espíritu que la poseyó, al igual que su madre con Elektra. ¿Debería ponerle nombre? ¿Debería escuchar esa voz o luchar contra ella? Sabía que podía preguntárselo a Narcisa… pero ya no confiaba en esa maldita bruja.
«Hija de puta, por tu culpa terminé encadenada en la mazmorra de algún vampi…»
¡Carajo!
No lo había pensado.
¿Y si esos tipos eran vampiros haciendo algún tipo de ritual sexual? Como esos que mencionó Larissa Val Kavian en su diario.
No tuvo tiempo para reflexionar acerca de esto, porque los tres hombres decidieron hacerle un gran regalo a Romina. Se pararon frente a ella, con sus venosas vergas bien erectas, y soltaron potentes descargas de semen en su cara. Buena parte del líquido blanco fue a parar dentro de su boca y recibió la orden de tragarlo. Ella obedeció. Lilén supuso que tenía miedo de las repercusiones si llegaba a negarse.
La pequeña pelirroja pensó que eso sería todo para Romina, que ahora la dejarían en paz por un rato. Pero los tres encapuchados aún tenían ganas de jugar con ella. La hicieron poner en cuatro patas justo frente a Lilén.
—Chupale la concha —dijo el líder de los captores.
Romina no opuso ninguna resistencia. Se lanzó hacia los labios vaginales de Lilén y comenzó a lamerlos, tragando todo el flujo sexual que chorreaba de ellos. La concha de Lilén se llenó del semen que Romina tenía en la cara, esto la hizo gemir de placer. Por extraño que parezca, agradeció tener esa clase de atención en su vagina. La necesitaba… si no podía masturbarse, que al menos alguien le diera una buena lamida en el clítoris.
«Chupala, puta… chupala. Si lo vas a hacer, hacelo bien». La voz en su interior recordó las palabras que le dijo su madre la primera vez que le chupó la concha. Ahora entendía a Rebeca, necesitaba calmar a su espíritu interior y Lilén no estaba haciendo un buen trabajo para complacerla. Era inexperta. En cambio Romina…
—Parece que tenés experiencia en esto —dijo el líder—. ¿Ya habías chupado una concha antes?
—Sí… —respondió Romina, con un tímido hilo de voz.
—¿Cómo? No te escuché.
—S… sí… ya había chupado concha.
—¿Ah sí? ¿Y practicaste mucho? —preguntó otro de los tipos mientras se ponía detrás de Romina y la penetraba.
—Bastante… uf… sí, bastante… —volvió a lamer la concha.
—¿Y con quién practicaste? —Preguntó el líder, acariciándole la cabeza.
—Con mi mamá…
—¿Practicaste mucho con ella?
—Sí, sí… practiqué mucho con la concha de mi mamá. Casi todas las noches.
Lilén sintió un subidón de morbo. Esto parecía coincidir con lo que le dijo Melania Jalenik: en el Pombero muchas madres e hijas terminan “toqueteándose” en la cama… y de una forma poco apropiada. Tal y como ella lo hizo con su madre.
—¿Y ella te la chupa a vos?
—Sí, mucho. Dice que le encanta mi concha… que no debo sentirme mal por eso, porque muchas madres de El Pombero alguna vez le chuparon la concha a su hija.
Ahora Lilén tenía ganas de ver a Romina en un acto incestuoso con su propia madre.
—Según los rumores que escuché —dijo el líder—, eso es muy cierto. Algunos padres también lo hacen con sus hijas… pero es más frecuente ver madres e hijas “jugando” entre ellas.
—Como esa puta de Gregoria Núñez, que era conocida por engañar a su marido… con su propia hija —dijo otro de los captores, el que estaba metiéndole la verga a Romina.
—¿Y quién es la hija? —Preguntó el tercero, con eso Lilén sospechó que ese hombre no debía ser oriundo del pueblo.
—Alison Medina, la dueña de la taberna. Hace unos años se armó un gran escándalo porque la sorprendieron en la cama con su madre. El marido de Gregoria, Romeo Medina, se tiró al río porque no podía soportar la humillación. Aunque las malas lenguas dicen que fue la propia Gregoria quien lo “empujó”.
—Esas son tonterías —aseguró el líder de la banda—. Romeo no se mató ni lo mataron. Se emborrachó tanto al enterarse de lo que su hija y su esposa hacían que cuando cayó al río no pudo nadar ni medio metro. Yo mismo vi cuando intentaban ayudarlo a salir, pero no hubo caso… se lo llevó la corriente. Lo encontraron flotando cerca de Santa Fe. En este pueblo hay una regla: de la puerta para adentro hacé lo que quieras; pero que nadie se entere.
«Y yo me voy a encargar de que todo el mundo se entere de lo que hacés en este mugroso sótano», pensó Lilén.
—Cómo me hubiera gustado ver ese momento —dijo el que se cogía a Romina—. Gregoria en sus mejores épocas era un caramelito. Rubia, esbelta… unas tetas bien firmes. Y Alison está re buena, es la mina más linda del pueblo… no culpo a Gregoria por querer meterse entre sus piernas.
—¿Y la madre de esta pendeja está buena? —Preguntó el tercero.
—Es igual a la hija —respondió el líder—. Quizás algún día la invitemos a jugar con nosotros. Y yo estuve presente la vez que Alison y su madre se dieron duro en la cama. Todos los que estuvimos en el bar esa noche lo vimos. Las dos se emborracharon tanto que, después de recibir manoseos inapropiados de todos los clientes, se fueron al cuartito del fondo a dar el gran espectáculo de la noche. Dejaron la puerta abierta para que pudieramos ver. ¿Viste lo caderona que es Alison? ¿Y el culazo que tiene? Bueno, ahora imaginala montando arriba de la concha de su querida madre. —Lilén imaginó la escena mientras Romina le metía la lengua—. Fue espectacular. Se dieron con todo. Pocas veces había visto dos lesbianas comerse la concha con tantas ganas. Estoy seguro de que esas putas llevaban años cogiendo a espaldas de Romeo. El pobre tipo no sospechaba que la amante de su mujer vivía bajo su mismo techo.
—Impresionante —dijo el tercer tipo—. Este pueblo me fascina. Tengo que venir más seguido.
—Vení cuando quieras. Siempre estás invitado a mi casa —dijo el líder—. ¿Qué les parece si nos tomamos un descanso?
—Por mí está bien —dijo el segundo tipo.
—Sí, nos vendrían bien unas cervezas bien frías para animar el espíritu —dijo el tercero.
—Muy bien… y vos, pendejita —dijo el líder, tomando a Lilén del mentón—. No pienses que nos olvidamos de vos. En un rato volvemos, ¿si? La vamos a pasar muy bien. Eso te lo prometo.
Lilén sacudió sus cadenas, pero fue inútil. Solo provocó la risa de sus captores.
—Romina —volvió a hablar el líder—. Seguí chupándole la concha a Lilén. Si dejás de hacerlo va a haber problemas. ¿Me entendiste?
—S… sí…
—¿Vas a seguir?
—Sí, voy a seguir.
—¿Hasta cuándo?
—Ha… hasta que ustedes me digan que pare —respondió, con voz temblorosa.
—Muy bien, así me gusta… que seas obediente.
Los tres hombres abandonaron el sótano, dejándolas solas. Las lamidas siguieron con la misma intensión, Romina ni siquiera se animó a bajar el ritmo. Lilén estaba delirando de placer. Con la calentura que tenía solo podía pensar en esa lengua que recorría sus zonas más sensibles. Quería irse… pero también quería que Romina siguiera chupando… hasta hacerla acabar. Quería llenar la hermosa cara de esa jovencita con sus flujos sexuales.
De pronto sintió unas incontenibles ganas de orinar. Un chorrito salió de su vagina y se oprimió para frenarlo. Cayó en la boca de Romina… y para su sorpresa la chica no dejó de lamerle la concha. Se le escapó un segundo chorro, más potente que el anterior… Romina lo recibió en su cara y siguió lamiendo. Luego del tercer chorro la chica le dijo con una gran sonrisa:
—Podés mear tranquila, no me molesta. A veces mi mamá lo hace conmigo… y está bueno… me gusta.
Lilén no podía creer lo que había escuchado, aún así ya no podía aguantar. Dejó salir todo… el potente chorro transparente impactó en la cara de Romina. Ella pareció feliz, hasta lo recibió con la boca abierta. Lilén movió la cadera y apuntó directamente a la boca de la Romi, para ver cómo reaccionaba. La chica se quedó muy quieta, dejando que la orina que entraba en su boca saliera por acumulación. Luego volvió a chupar la concha, cuando estaban saliendo los últimos chorritos. El alivio de poder orinar sumado al placer de las chupadas en el clítoris hicieron que Lilén llegara al clímax. Su orina se mezcló con los jugos sexuales y pudo cumplir su deseo de hacer un enchastre de flujos en la preciosa cara de Romina.
Después de unos segundos, cuando pudo reponerse del intenso orgasmo, Lilén examinó el mecanismo que Romina tenía en el medio de la espalda. Era una especie de candado, pero con una arandela a un lado. Y allí entendió perfectamente. Era similar al seguro de una granda. Si alguien tira de esa arandela, el mecanismo se abre y las cuerdas se aflojan.
Romina le estaba succionando el clítoris tan bien como lo había hecho Rebeca en el pasado. Y probablemente como habría aprendido a hacerlo con su propia madre. Lilén no podía quejarse de eso, el placer era embriagador. Pero quería irse a casa, no quería convertirse en la muñeca sexual de esos extraños sujetos.
Si usaba el dedo gordo de su pie podría quitar esa arandela. Solo necesitaba concentrarse. Debía actuar con paciencia… aunque esa lengua en su concha le hiciera estremecer cada músculo de su cuerpo. Lo intentó una vez, no hubo caso. La arandela ni siquiera se movió. Intentó dos… tres… cuatro veces. No hubo suerte, apenas lograba tocar la arandela, Romina se movía y perdía la oportunidad de meter el dedo. Lilén daría lo que fuera con tal de poder decirle a Romina que si dejaba de chuparle la concha al menos unos segundos, las dos podrían ser libres.
Lo intentó una vez más y… ¡se enganchó! Su dedo logró entrar en la arandela. Dio un tirón, antes de perder esta oportunidad y vio que el dispositivo de seguridad abandonaba su cerradura. Las cuerdas se aflojaron al instante y cayeron al piso.
Romina la miró confundida, mientras se ponía de pie. Acarició sus entumecidos músculos y mientras Lilén decía:
—¡¡Softame!! ¡¡Softamee!! ¡¡Frapfidddoo!!
La chica sonrió y quitó la mordaza de la boca de Lilén.
—¡Ay, por fin! No sé si vas a poder sacarme estas cadenas sin la llave. Fijate si hay una cerradura en mi espalda, como la que tenías vos. Sino… intentá salir por la mirilla y avisale a mi familia que estoy acá. Dale, rápido… antes de que vuelvan esos tipos.
Romina asintió con la cabeza y se alejó de Lilén en dirección a la puerta.
—No, por ahí no… deben tener todo vigilado. Por la mirilla, por la mi…
¡PAF! ¡PAF! ¡PAF!
La chica dio tres fuertes golpes a la puerta. Lilén no entendía nada. ¿Qué carajo estaba haciendo? ¿Se había vuelto loca?
La puerta se abrió casi al instante. Entró el líder de la banda, con la capucha de cuero y su imponente verga colgando entre las piernas.
—Lilén me soltó —dijo Romina, señalando a la pelirroja—. Dijo que se quiere escapar.
—Pero… ¿te volviste loca? —Lilén no daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
—¿Y vos? ¿Te querías escapar? —Preguntó el hombre, tomándola por el mentón.
—No. Yo me porto bien. Yo soy obediente.
—Ya veo. Buena chica.
El tipo volvió a colocarle la mordaza a Lilén, ella se sacudió con violencia, pero lo único que consiguió fue cansarse más. Romina se acercó a su captor y se arrodilló ante él. Le agarró la verga y empezó a chuparla mientras repetía:
—Soy una buena chica, soy una buena chica.
Lilén creyó que Romi se había vuelto loca… o quizás ya estaba loca desde antes. No pudo hacer otra cosa que mirar cómo le daba una frenética mamada al tipo. Se la chupó con devoción durante unos cuantos minutos, hasta qué él la recompensó con una abundante descarga de semen.
—Te portaste bien —dijo el captor—. Podés quedarte desatada… pero seguí chupándole la concha a Lilén. Pronto vamos a volver, para divertirnos con ella.
—Sí, amo. Lo que usted diga —la chica habló sin siquiera limpiarse el semen de la cara.
Se acercó una vez más a Lilén y volvió a chuparle la concha, tal y como se le había ordenado. Lilén se lamentó por partida doble. En parte porque su plan de fuga se había ido a la mierda… y también porque las lamidas de Romina eran realmente buenas. Tenía la concha muy mojada y casi que ésta pedía a gritos una pija. Y si nadie venía a rescatarla pronto, no recibiría una… sino tres.
Apoyar en Patreon
Si te gustan mis relatos, podés apoyar estos proyectos colabrando en Patreon.
El apoyo de mis mecenas es lo que me permite seguir escribiendo.
Quienes colaboren podrán leer los nuevos relatos varias semanas antes de que sean publicados.
Capítulos nuevos todos los sábados.